Kick-Ass: Listo para machacar

Yo también quise ser un superhéroe adolescente

1. Coexisten en Kick-Ass (Matthew Vaughn, 2010) dos películas, una que de forma nada velada va engullendo a la otra, con el mérito de hacerlo sin que el espectáculo cinematográfico se resienta demasiado. La película original, que comienza de forma paralela al cómic homónimo de Mark Millar, quien a la vez escribe el guión del filme, trata sobre un estudiante aficionado a los cómics y otros personajes que se enfundan trajes baratos de superhéroe para llenar vacíos, ajustar cuentas o sentirse útiles a la sociedad. De forma progresiva, y sin trampa ni cartón, lo que empieza como un tratado sobre las vicisitudes de un hipotético justiciero urbano juvenil en una ciudad real, va convirtiéndose en una película de superhéroes en toda regla, con el villano, la chica, el secundario que apunta maneras y la estrella invitada. Y con esto no queremos cerrar las puertas a la existencia en nuestra dimensión, al otro lado de la pantalla del cine, de una fabulosa niña asesina de 11 años, pero, aunque yo no he leído el cómic, el propio Mark Millar explica que se ha tomado la molestia de escribir él mismo una versión hard (en papel) y otra más soft (la película) de esta historia. Algo así como aquellas películas eróticas de los primeros años de la transición que tenían una versión para cines normales y otra para el mercado del porno. Esta operación, en realidad, no es una molestia sino un obvio imperativo comercial. Cosas del mercado.

2. Odiado por muchos, aunque considerado cada vez más como una especie de marciano infiltrado en el cine mainstream norteamericano, Nicolas Cage va camino de convertirse en un subgénero en sí mismo. Aún reciente y memorable su The Bad Lieutenant: Port of Call New Orleans (Werner Herzog, 2009), mal que le pese a Abel Ferrara, brinda aquí otro personaje que reina en esa inhóspita y difícil tierra de nadie que hay entre lo épico y lo ridículo. Suyas son algunas de las secuencias más carismáticas de la película. Lástima que, gracias a Youtube, mucho antes de estrenarse Kick-Ass ya se pudiera ver la primera escena de adiestramiento, salvaje a la vez que entrañable, entre el personaje de Cage y su hija. Todo padre, todo hombre desquiciado y/o traicionado, puede tomar en algún momento la decisión de ponerse a combatir el mal, vestido de Batman de tercera división, vencer o morir. Y no es que el resto del reparto desentone en la película (Christopher Mintz-Plasse ya es un clásico a pequeña escala), pero Cage tiene la clase, y el bigote, que distingue a los genios. Genio de la sobreactuación, casi siempre, pero genio al fin y al cabo.

3. Kick-Ass no será, como pronosticaba un amigo, la película que acabe con el género de superhéroes. Tampoco es la deconstrucción superheroica definitiva. Ni lo pretende. Pero sí es, no cabe duda, una excelente noticia para aquellos que han perdido la fe en el concepto del blockbuster, que en la década de los 80 tuvo a un buen puñado de artesanos cuyos nombres hoy siguen sacándonos una sonrisa o sonrisa y media. Como mínimo, y esto no es tan normal como debería en el cine de nuestros tiempos, la película transpira convicción, ganas de contar la historia que nos cuenta, y eso evita que pongamos el piloto automático y nos limitemos a abrir bien los ojos en las escenas de acción. Pudo ser mejor, de haber sido totalmente fiel a la propuesta original, y se habría acabado vendiendo igual, con más o menos polémica (que nunca está de más). Y es cierto que irritan un poco esas películas que se sirven de una estrategia aún sin nombre pero que alguien debería bautizar, consistente en partir de una buena premisa, poner todo lo salvaje y lo atrevido en los primeros compases del metraje, e irse poniendo más suave a medida que avanza. Habrá quien se detenga a establecer el momento exacto en que el filme empieza a tomarse licencias respecto al cómic, pero ante un producto de entretenimiento como es éste, me temo que lo más correcto, y lo más saludable, es entretenerse. No es difícil hacerlo con Kick-Ass, una película en la que, además, la sangre es sangre y es abundante, y mueren muchos malos a manos de esa fabulosa niña asesina de once años a la que nos gustará volver a ver, más alta y más mortal todavía, esperamos, en la primera secuela de esta saga con la que el señor Matthew Vaughn pasa a ser otro de esos jóvenes cineastas que, sin hacer nada extraordinario, dan en el clavo escogiendo el proyecto correcto y pasan a vivir del cuento junto a modelos alemanas.