Hugo es… el rey. Claro, ya sólo con su apellido lo podíamos imaginar. Es el amigo fiel que sabes que nunca te fallará. Es el compañero que, por mucho que te metas con él, nunca se enfadará. Así lo demuestra con todos, pero especialmente con Sawyer. Me gustaría recoger todos los calificativos, motes e improperios que le ha dedicado a lo largo de toda la serie. Pero el que más se me ha quedado fue cuando, estando en el campamento de Los Otros, le llamó Moctezuma. Y es que lejos de querer ofenderle (pues Sawyer es de esos amigos brutos que te saludan con un cariñoso puñetazo), el canalla tuvo la suerte de dar con el calificativo perfecto para Hugo: es como uno de esos orondos budas, tranquilotes, pacíficos, siempre sonrientes, amodorrados en su languidez… pero pasado por el tamiz azteca, lo que le aproxima a nuestro espíritu latino. De esa extraña pareja (lo más parecido a Laurel & Hardy que he visto en color), Hugo es el receptivo, el pasivo, el que primero observa y escucha y luego decide qué es lo mejor. Porque Hugo jamás actúa a lo loco, y por ello sus decisiones están llenas de sabiduría y buen criterio. Sus poderes sensitivos le hacen ser el vehículo por el que los dioses (en este caso Jacob) hablan a través de su boca. Es un elegido. Y al final es una de las estrellas más relucientes del firmamento isleño: de su inicial carácter apocado, callado, taimado, introvertido, con sus rarezas y sus frikismos (me encanta que sea un fan de Star Wars y que en su pasión quiera cambiar aquellas cosas de las películas que no le gustan: ¡Ewoks fuera!) pasa a recoger el testigo de Jack, y ser el chamán mayor de la isla. En sus manos está segura. No habríamos podido encontrar alguien mejor para quedarnos tranquilos. Porque, efectivamente, «Todo el mundo quiere a Hugo» (como rezaba uno de los mejores capítulos de la última temporada). Incluso trajeado nunca pierde su sonrisa, nunca deja de ser afable, nunca deja de transmitir esa paz, siempre dispuesto a perdonar con uno de esos abrazotes de oso, capaces de meternos de lleno en su enorme pecho (tan grande tenía que ser para que le cupiera ese gran corazón). Es el jefe y el amigo que todos quisiéramos. Es el rey del pollo frito.