Perdidos: Sayid Jarrah

Obedecer, luego pensar

A pesar de haber salvado las distancias entre conceptos aparentemente contrarios, Perdidos ha sido siempre una serie que giraba alrededor del cuestionamiento de las dicotomías: razón (Jack) y fe (Locke), bien (Jacob) y mal (el humo negro) o el nosotros (los protagonistas de la primera temporada) y los otros (los ausentes de la primera que acaban por cobrar cuerpo en los episodios de la segunda). La capacidad dubitativa de los personajes y de las tramas han sido los artífices del movimiento pendular que unos y otras han ido experimentado a lo largo de las seis temporadas ante los dos puntos más distantes de una misma línea. Así, Jack se va acercando cada vez más a la fe hasta que la recupera para aceptar su vida tras la muerte; vamos descubriendo a Jacob cada vez menos bondadoso al ir entendiendo las causas de su hermano; y los otros acaban siendo parte del nosotros. Si bien para todos ellos ha habido unos procesos de adaptación acordes con el tiempo que a cualquiera le llevaría cambiar la opinión de manera radical (seis temporadas le lleva a Jack reprender el camino de la fe), a Sayid esas reconsideraciones le vienen de manera repentina y normalmente por causas ajenas a él, y es que no ha habido personaje más manipulado (por los propios creadores de la serie y por su propia condición) que aquel que en apariencia podía parecer el más intorturable.

La condición oscura de Sayid queda patente desde el mismo momento en el que conocemos su pasado; es un militar especializado en torturas que actúa para coaccionar a los interrogados, alguien que ha aceptado las órdenes dando el “sí, quiero” a humillar, pegar y, en ocasiones, hasta matar sin importarle nada más, pues ese es su supuesto destino vital y lo acepta como tal. Obediencia militar le llaman; limpieza de conciencia ante las responsabilidades de los propios actos, lo considero. Así pues, todos los actos violentos de Sayid responden siempre a necesidades exteriores a él, ya sean de sus jefes militares o isleños… El sacrificio físico, aquel que lleva a cabo de manera evidente en su último momento de vida por salvar a sus compañeros en el submarino, es el mismo que ha ido ejerciendo durante toda su vida aunque de manera emocional, sacrificando su alma por una causa externa a su yo, fuera ésta ganar una guerra o apagar un fuego en el devenir de la isla. El mártir Sayid no se crea en ese último momento de redención, se va forjando en cada uno de los momentos en los que vende su alma y su conciencia para ofrecer tiempo a los bienaventurados de manos limpias.

Los únicos momentos en los que su sacrificio se entela para pasar al egoísmo de auto-complacencia sucede cuando se permite el lujo de amar y de ser amado. Sólo en esos momentos vemos a un Sayid relajado, atento, cercano y persona, no objeto. Salvo esas dos pequeñas ráfagas de aire que le son concedidas (Shannon en la isla y Nadia en la vida en la ciudad) Sayid es una mera pieza en un gran engranaje, tanto a nivel dramático (el personaje en un guión) como en la trama de la isla. ¿Quién es verdaderamente Sayid si la mayoría de sus acciones pasan por obedecer órdenes y contentar al prójimo llevando a cabo el trabajo que otros no son capaces de realizar? Su última aparición en la isla lo define: una pieza necesaria hasta que deja de serlo, el amigo al que siempre eligen primero por su fuerza y liderazgo cuando en realidad lo escogen por gobernable y perdido. Y es que, aunque toda su actuación en la serie parezca fruto de una seguridad y visión clarividentes, el bueno de Sayid es un profundo perdedor; un perdedor en sí mismo. Un lostie.