Risas en la oscuridad
La luminosa fotografía de Ed Lachmann no puede ocultar la negrura de la última película de Todd Solondz. La omnipresente luz que baña tanto interiores como exteriores contrasta con la oscuridad abisal de los sentimientos de unos y otros. Se trata de una luz que quema y empequeñece a los personajes y que nos sitúa en una historia que se desliza de la comedia negra a la tragedia más declarada remedando tal vez a los personajes de Rafael Azcona en un plausible tránsito americano. Por que La vida en tiempos de guerra no luce sátira o ácida ironía sino un negrísimo y áspero sarcasmo que empapa a todos los personajes. A diferencia de la blanda y falsamente realista Madres e hijas (Mother and child, Rodrigo García, 2009) que naufraga en tierras de culebrón cuando pretende modernizar el melo, Todd Solondz abandona este género para sazonarlo con una amargura judía como la que lucían los Coen en Un tipo serio (A Serious Man, Ethan y Joel Coen, 2009) con los que comparte las pocas concesiones que tienen para con sus personajes. A diferencia de Michel Gondry o Wes Anderson, a diferencia también de un director más severo como Mike Leigh, Solondz no manifiesta excesiva simpatía por unos individuos que han naufragado o van camino de hundirse en las profundidades. Por ello todas sus debilidades, sus temores y sus mezquindades son desnudados por Solondz en sucesivos enfrentamientos: el hilarante y a la par patético duelo inicial de Joy (¿) y Allen y los sucesivos duelos con los fantasmas que la acechan, el de Bill, el padre pedófilo que regresa de entre los muertos para verificar que su hijo no siga su camino, el del menor enfrentado a la desorientación transmitida por su propia madre y al del propio Bill, zombie moral que se ve reflejado en la soledad y amargura de una amante ocasional en una de las más duras escenas de toda la película.
Una de las críticas que se ha hecho de la película es su prodigalidad en diálogos. Como los personajes de IAL. Diamond y Billy Wilder hay un ingenio verborreico en los diálogos (monólogos camuflados, como apunta el amigo Manu Yáñez en Fotogramas). No veo en ello signo alguno de debilidad. Como si se tratara de una investigación epidemiológica Solondz enfrenta a sus criaturas y sitúa ansiedades y mentiras o autoengaños en lo que se denomina una tabla dos por dos. En estas tablas, se contrastan en horizontal y vertical dos opciones, dos propuestas, con la autenticidad de las mismas, obteniendo así verificación o negación de hipótesis y, también, las situaciones de los llamados falsos negativos y falsos positivos. En definitiva, los errores, los engaños. Rohmer, otro director de personajes verborreicos, era más aficionado a la geometría que a la epidemiología. Más sutil, y más cariñoso con sus personajes (que tampoco decían nunca lo que pensaban ni pensaban lo que sentían), los situaba en triángulos para, desplazándolos de un extremo a otro, acabar devolviéndolos a la posición inicial haciendo patentes sus debilidades. Solondz les deja desplazarse entre la casilla del falso negativo y el falso positivo. Cáusticamente les deja oscilar entre el olvido sin perdón, presos del dolor, y el perdón sin olvido, presos de los fantasmas. Siempre en brazos de la angustia mientras nuestras carcajadas suenan por encima de ellos.
PS. Solondz retoma en esta ocasión personajes de Happiness (id, 1998), gran éxito internacional que impactó por la combinación de drama y humor y que; revisado a la luz de la actual película, se revela como más compleja y más completa en lo que hace a la caracterización de las tres hermanas y sus progenitores. La Vida en Tiempos de Guerra resulta, sin embargo, mucho más dura en comparación por la degradación de los personajes (en especial Bill y Joy), por la posible transferencia de actos entre generaciones (ya apuntada en Happiness) y, sobretodo, por la concisión del sarcasmo que se concentra ahora en 96 minutos.
Es Solondz no Solonz, amigo Antoni
Por otra parte, excelente crítica