Machete

Exploitation de multisala

Poco debería sorprendernos a estas alturas que de aquel batiburrillo frustrado (en mayor o menor medida) que se llamó Grindhouse (2007), aquella alianza de los dos puntales de la multirreferencia en el cine americano, surgiera un spin-off basado, nada menos que en uno de los trailers que servían de complemento a unas películas que intentaban servir de homenaje a la época dorada del exploitation caspoide.

Quizá sea ese, el origen de su nacimiento, el problema más excusable de una película que busca a gritos la simpatía del espectador más versado en los años dorados de los videoclubs y las sesiones dobles de cine económico. Quien le iba a decir a Rodriguez y compañía que los que al final le iban a reír las gracias iban a ser los espectadores casuales, carne de multisalas, que gozan en éxtasis místico de la visión de turgentes latinas ligeras de ropa, armarios roperos, otrora iconos del cine de acción, infinitos machetazos en cadena y el ocaso de un actor tan legendario como Robert de Niro en plena metamorfosis, indistinguible ya del patriarca de la familia Aragón.

Y es que, muy a mi pesar, Machete no me aporta un solo segundo de celuloide inédito. Tampoco es que Planet Terror (2007) fuera el paradigma de la originalidad, pero allí había algo (además de una pelirroja de buen ver con una prótesis ametralladora), quizá la intención del entretenimiento descerebrado sin más, el exceso por el exceso sin dobles vueltas ni matices que buscar o encontrar. Y hete aquí que el señor Rodriguez busca ahora el camino de la redención erigiéndose como defensor de sus hermanos mexicanos, denunciando los abusos fronterizos, las muertes sin respuesta, el abuso de poder, el comodín electoral de un pueblo fantasma dentro de otro pueblo no menos espectral. Para ello, y aquí es donde se le empieza a ver el truco, recurre a trillados mecanismos de denuncia que intentan remitir a aquellas salvajadas protagonizadas por William Smith o Joe Don Baker, ejemplos de la ‘América profunda’, del todo vale, mezclado con lo que el público demandaba (tetas y sangre) pero que en la versión Rodriguez de ese universo acaba todo impregnándose de un tufillo telefilmesco que espanta y horroriza.

Es fácil reírse con los chistes de la película, pese a estar más vistos que el tebeo; es prácticamente imposible no simpatizar ante la visión de un Steven Seagal de treinta toneladas con dificultades para los movimientos más elementales, o alegrarse de volver a ver en la pantalla a Sonny Crockett (la voz española ayuda además a identificar a un Crockett crepuscular y no a Don Johnson) con sombrero tejano y gafas ahumadas que ocultan las huellas del tiempo. Aun con todo esto, Machete no me ha conquistado. Quizá el problema sea mío y solo mío: he encontrado a mucha gente que se lo ha pasado en grande, que la vitorea como uno de los hallazgos cinematográficos del año. Pues debe ser eso, que uno se hace mayor y que para ver cosas como esta o Los mercenarios (Sylvestre Stallone, 2010) –otro engendro que recibió ovaciones y vueltas al ruedo de la crítica profesional– casi prefiero bucear en los abismos de mi videoteca y recuperar las películas a las que Robert Rodriguez (y acólitos) someten a la dictadura de la túrmix, al gran robo de guante blanco, ya se trate de Cleopatra Wong (Bobby A. Suárez, 1978), de Thriller, a Cruel Picture (Bo Arne Vibenius, 1974), los spaghetti westerns a los que roba las mejores frases del film, y los clásicos de John Woo, que continuarán siendo obras maestras cuando Machete no sea ni un vago recuerdo, tan vago que aún seguiré recordando con más cariño a Mark Gregory repartiendo estopa en Thunder (Fabricio de Angelis, 1983), que al sexagenario Danny Trejo comiéndole los morros a Jessica Alba. Como diría Steven Seagal… puñetas!