Harry Potter y las reliquias de la muerte (parte I)

Sólo para adultos

Nochebuena. En el cementerio de su localidad natal, el joven adolescente mira desconsolado hacia la tumba de sus padres, asesinados años atrás por los mismos que ahora amenazan la tranquilidad de sus conciudadanos. Ella, amiga, compañera y cómplice de viajes y desvelos, también emocionada y exhausta, apoya la cabeza en su hombro. La estampa de esos dos jóvenes es la de quienes están a punto de abandonar su edad temprana, con la amargura de tener que asumir un tiempo nuevo, donde la tristeza y el miedo reinan por encima de todo aquello en lo que habían creído.

Es posible que para aquellos que, aquejados de los prejuicios de siempre, no han consentido acercarse a la serie de películas sobre el personaje de J. K. Rowling, les parezca una quimera que el párrafo anterior sea una descripción de una de las escenas más bellas de la penúltima de las ocho películas basadas en las siete novelas. Pero así es. La primera parte de Harry Potter y las reliquias de la muerte es una película profundamente tenebrosa, casi tétrica, donde la lucha entre la oscuridad y la luz adquiere un carácter semejante al de los primeros filmes expresionistas alemanes. Harry Potter (Daniel Radcliffe), Hermione Granger (Emma Watson) y Ron Weasley (Rupert Grint), los tres inseparables amigos unidos por el destino de la escuela Hogwarts de Magia y Hechicería, deben ahora hacer frente al ataque definitivo de Lord Voldemort, el antiguo alumno Tom Riddle, que tiene como objetivo acabar con todos los muggles (personas no-mágicas) y hacerse dueño del poder absoluto y de la inmortalidad.

Si la propuesta creativa de Rowling tiene un elemento singular (entre otros muchos) es que nos ofrece el relato de unos personajes que crecen al mismo tiempo con los lectores/espectadores y con los actores que interpretan los personajes (Daniel Radcliffe comenzó siendo Harry Potter con doce años y ha dejado de serlo con veintidós); eso ha contribuido a que la evolución de su propuesta narrativa haya seguido un camino estético paralelo, desde el cariz de cuento infantil que adornaba Harry Potter y la piedra filosofal (libro y película) hasta el hálito existencialista y elegiaco con que se desarrolla el final de la historia.

Quizá lo más asombroso de la película, más allá del medidísimo y excelente guión del casi siempre interesante Steve Kloves (Los fabulosos Baker Boys) es cómo el cineasta David Yates (con escasa experiencia más allá de la televisión antes de dirigir la lamentable Harry Potter y la Orden del Fénix, la única, por cierto, que no tuvo guión de Kloves) hace suyos la atmósfera y el sentido del drama. La elección de los escenarios, pieza clave de esta película, es magnífica: exteriores desolados, siempre en tonos grises y ocres, oscuros, inquietantes, fríos, desiertos; interiores abigarrados, confusos, claustrofóbicos. Esa materia emocional enlaza directamente con unos actores mucho más maduros que en los filmes anteriores, y que parecen haber alcanzado una increíble simbiosis con el universo de la escritora británica; tanto Watson como Grint dotan a sus personajes de una profundidad casi inédita hasta el momento.

El guión serviría para dar clases sobre él: no sólo comienza con gran intensidad (con una serie de escenas de alta tensión, vibrantes y de profunda emoción: la rueda de prensa del Ministro de Magia, la dolorosa huida de Hermione que debe renunciar a su familia para protegerla…), sino que logra mantener el ritmo sin apenas descanso durante casi dos horas y media, elevando su vigor más allá incluso de su principio y de su desarrollo, en un final de aire mítico, que logra dejar una enorme expectación de cara a la última entrega de la serie. En esas dos horas nos encontramos con un amplísimo despliegue de imaginación y creatividad (el ciervo evanescente que anuncia el lugar donde se esconde la espada, la destrucción de la casa de los Lovegood, el maravilloso cortometraje donde se cuenta la historia de “las reliquias de la muerte”, etc., etc.), que Yates tiene la habilidad de saber equilibrar entre un gran espectáculo controlado, sin excesos innecesarios, y una introspección que eleva el nivel medio de la serie muy por encima de lo esperable.

Tras un conjunto de películas interesantes, excepción hecha de la más notable Harry Potter y el prisionero de Azkaban (otro guión excelente de Kloves y estupenda dirección de Alfonso Cuarón) y de la ya citada y pésima Harry Potter y la Orden del Fénix, este brillante (visual y narrativamente) desenlace, obligará, una vez que termine (esperemos que con el mismo nivel que esta penúltima parte) a realizar una gozosa y reveladora revisión de lo que se convertirá, con el paso del tiempo, en mi opinión, en uno de los hitos de la literatura y el cine de aventuras del siglo XXI.