20th Century Boys: La trilogía

Tu eres mi Amigo del alma

Creo que sus lectores estarán de acuerdo conmigo en que 20th Century Boys supone la obra narrativamente más ambiciosa —y también más abrumadora: es tan exigente hacia sus propios aficionados como la mismísima Perdidos— que ha firmado, al menos hasta este punto de su carrera, el mangaka Naoki Urasawa. Concebida, está claro, como un paso adelante respecto a una obra magna tan arrebatadora como Monster, en sus 24 volúmenes —los dos últimos, publicados bajo el título 21st Century Boys— el autor da rienda suelta a sus obsesiones genéricas, mezclando ciencia-ficción futurista, thriller político e intriga psicológica; eso sí, tamizadas por una referencia fundamental como la literatura de Stephen King: no sólo porque su universo distópico recuerde al de Apocalipsis, sino sobre todo por esa visión entre mágica y traumática de la infancia, compartida con It o El cazador de sueños.

Llevar a la pantalla un manga de semejante complejidad, lleno de saltos en el tiempo, subtramas continuas y personajes episódicos, no era una tarea fácil, y para ello Yukihiko Tsutsumi —prácticamente un profesional de la adaptación: de sus manos han surgido, entre otras, versiones de los cómics Black Jack, H2 y Kindaicho Case Files, así como del videojuego Forbidden Siren— ha optado por el camino más directo: el respeto más absoluto y, por qué no decirlo, aburrido, hacia el original. Un poco en la línea de Robert Rodríguez y su decepcionante Sin City (Id., 2005), el japonés ha tomado las viñetas de Urasawa como un gran storyboard que ha llevado de forma casi literal a la gran pantalla, obteniendo a cambio tres películas irregulares, repletas de baches, a las que precisamente les pesa demasiado ese exceso de fidelidad… Y es que se habría agradecido el punto de locura pop que podría haber aportado, sin ir más lejos, Takashi Miike. En todo caso, debería ser una obviedad que cine y cómic son dos medios diferentes, pese a sus similitudes, pero 20th Century Boys demuestra que Tsutsumi no lo ha asimilado del todo —cfr. el aspecto de los personajes, en general calcado al del manga, y en algunos casos rozando, por ello, lo esperpéntico—.

Hay que reconocer, eso sí, que ese respeto reverencial hacia el trabajo de Urasawa permite que la trilogía parta con una ventaja fundamental: que conserve la mayor parte de sus virtudes argumentales, tanto en el desarrollo de una trama fascinante en su complejidad como en la definición de un grupo de personajes llenos de fuerza y de interés. De hecho, todo aquello que Ángel Sala alaba del filme, en el libreto que acompaña el pack —el único extra incluido en la edición, y en el que se habría agradecido algún análisis más profundo—, es aquello que la trilogía hereda del manga original. Por desgracia, el trabajo de puesta en escena de Yukihiko Tsutsumi no acompaña, sobre todo por el pobrísimo aprovechamiento que, a nivel de fotografía, hace de las cámaras de alta definición empleadas durante el rodaje —la Phantom y la HDC-F950 de Sony, sin duda para abaratar costes, y no porque al director le interesara el look que ambas proporcionan—: la imagen granulada, imperfecta, da una sensación de irregularidad televisiva que le resta rotundidad visual a los 55 millones de euros invertidos en la producción.