El sirviente
La boca de un micrófono. Su parte trasera. Y el habitáculo de emisiones radiofónicas que lo alberga. Nos hallamos en la Gran Bretaña de 1925… Los tres primeros planos de El discurso del rey condensan su argumento, familiar para cualquier estudiante de periodismo: Un emisor. Un receptor. Un canal de difusión. Y el contexto espacial y temporal en el que quien habla y quien escucha se verán obligados a negociar un código comunicativo capaz de garantizar la armonía social entre unos y otros.
Para su desgracia, El discurso del rey se aprovecha de un modelo cinematográfico tan estereotipado, que al mismo se ceñirán escrupulosamente muchos comentarios no menos académicos que aquello que pretenden enjuiciar, tanto da si con entusiasmo o con displicencia. Leemos que se trata de la period movie británica de cada temporada, interpretada a la perfección e ingeniosamente equilibrada entre lo prestigioso y lo popular; el producto ideal para otorgar un respiro económico a los Weinstein, un apolillado toque de distinción a los Oscar, y confort a esos cinéfilos de loden y permanente que volverán a pensar con ojos lacrimosos en cuanto se enciendan las luces de la sala que esto es cine, y no lo que hacen los Bardem. «Una película de otro tiempo» (Toni García).
Pero los tiempos cinematográficos se conjugan de manera caprichosa. Film Socialisme, sin ir más lejos, ha sido concebida como un ejercicio de modernidad «abrasiva», y surte en el ánimo del espectador un efecto similar al de un vinilo polvoriento y rayado. Mientras que El discurso del rey pertenece lo quiera o no al siglo XXI, tratando como trata sobre reyes que desean ser actores, pequeñoburgueses que desean ser reyes, medios de comunicación que condicionan el éxito o el fracaso de las declaraciones de guerra, y estrategias representativas forzadas a cuestionarse a sí mismas cada pocos minutos para abarcar el desconcierto anterior; tratando como trata, especialmente, sobre una cierta concepción de lo aristocrático derrotada a manos de lo público, la forma más artera de lo dictatorial. La que vivimos hoy.
El pasado 7 de diciembre, El País publicaba un artículo del analista político Timothy Garthon Ash que, bajo el título La antidemocrática Cámara de los Lores británica, comenzaba atacando tal institución por «el carácter vitalicio de sus miembros […] que la utilizan como un club privado» y concluía defendiéndola porque, a la vista de las «tendencias populistas-autoritarias de un Gobierno electo» (seguía refiriéndose a Inglaterra, malpensados), un organismo de corte aristocrático y, en especial, «sus miembros de origen menos democrático, los independientes no adscritos a ningún partido», han pasado a convertirse en bastiones de las libertades públicas y de expresión.
Más que nadie, un crítico de cine —obligado si quiere considerarse tal a oponer una moral patricia, impopular, a la mezcla nauseabunda de vasallaje ideológico y amiguismo que determina los contenidos de publicaciones desvergonzadas luego hasta el punto de pontificar, por ejemplo, sobre «radicalidad» y «gestos que comprometen la totalidad del ser»— debería caer en la cuenta de que el verdadero argumento de El discurso del rey es la crónica del enfrentamiento entre dos clases opuestas por nacimiento, pero también por actitud: la que simboliza el tartamudo Rey Jorge VI (Colin Firth), que en nombre del afecto venderá su alma al diablo de la comunicación; y la del taimado logopeda Lionel Logue (Geoffrey Rush), en esencia un fracasado que pretende reorientar su posición en el mundo por la vía del vampirismo.
Existe por ello entre El discurso del rey y El sirviente (The servant. Joseph Losey, 1963) una relación subrepticia semejante a la establecida entre Psicosis (Psycho. Alfred Hitchcock, 1960) y Habitación sin salida (Vacancy. Nimród Antal, 2007). En ambos casos, marca la diferencia el hincapié en la esfera pública que hacen los títulos más recientes en comparación a la intimidad que caracterizaba los previos. Como el film de Losey, el de Tom Hooper que ahora se estrena es una fábula sobre el (des)equilibrio de poderes. Pero, en El discurso del rey, deviene actriz fundamental de esa pugna una tecnología de la información que, como muestra el caso WikiLeaks, ha terminado desarbolando los discursos oficiales de cualquier tipo, aunque no esté claro todavía si eso servirá al propósito de subvertir un estado de las cosas o de cambiar a sus gestores para que todo siga igual. Disyuntiva reflejada a su vez por los tres últimos planos de El discurso del rey: Una imagen frontal de Jorge VI y los suyos, vitoreados por la multitud una vez superado el mal trago de la alocución decisiva de 1939. La misma familia real contemplada ahora de espaldas, desde el interior de Buckingham. Y el rostro caviloso de Logue —de cuya mirada deriva el plano previo—, quien a la postre ha logrado escapar del escenario desolado en que dio sus primeras clases al monarca, y compartir las suntuosas entretelas de palacio.
Muy probablemente, al de cambiar a sus gestores para que todo siga, en esencia, igual. Por aquello de la inercia, digo, por no dejar de respetar ciertas costumbres fuertemente arraigadas.
Por cierto, y sin que se me pase, escribes unos artículos cojonudos, Diego.
Un saludo,
Pol
Gracias, Pol.
Cómo hacer una crítica de cine.
1. Cojo una película. Pienso en las cosas extra-cinematrográficas que me recuerda.
2. Escribo sobre lo que a mi me parecen esas cosas. Más que nada, porque a la gente le interesa mucho lo que yo opino de cosas así al azar.
3. Menciono un par de películas relacionadas (nombrando el año y el director), si acaso un par de datos de que demuestren que conozco en qué términos se produjo dicha película (aquí vale de todo, desde los vestidos de la actriz, hasta las ofertas que tuvo el director al que previamente se le ofreció el proyecto, etc). Cosas que, en definitiva, demuestren que no he leído revistas especializadas en cine donde se habla de decisiones creativas, sino revistas de noticias varias.
4. Me aseguro de no hablar de ningún elemento que describa el proceso de creación de la película: aciertos o fallos del guión, decisiones de puesta en escena, técnicas de acting, decisiones de montaje, si el vestuario o la dirección artística potencian o van en contra del tema principal, si la música resulta reiterativa o estimulante, si la fotografía dramatiza adecuadamente la historia, etc.
5. Y Firmo, porque ante todo soy autor. De críticas, pero autor. Por tanto, puedo hablar de cualquier cosa excepto de cómo realmente se hace una película.
Me encantaria saber con que ojos o con que perspectiva realizas estas criticas, despues de ver medianoche en paris, decidi ver algunas criticas para ver si encontraba algo distinto. Y me encontre con tu critica, realmente mas preocupada por seguir la historia del cine, o del pensamiendo de woody allen, mas que por criticar la pelicula en si, simple y llanamente por lo que es. Luego me puse a leer mas criticas tuyas y lei esta critica, Donde paso lo mismo.
Me encantaria que respondas esto, no es una cuestion de critica mia a vos, es simplemente curiosidad. No me gustaria arriesgar sobre tu personalidad, pero Seria interesante charlar con vos. Mi mail es