Mysterious Object at Noon

Donde habita el misterio

El deber de cualquier director que se enfrenta a su primera película debería pasar por otorgar a su opera prima de la suficiente trascendencia como para que ésta suponga un manifiesto fundacional, una carta de presentación lo suficientemente significativa en torno a su particular mirada. Algunos se dejan arrastrar por un entusiasmo casi adolescente, aceptando filmar cualquier mierda que se le pase por la sesera al primer productor que se les cruce por el camino. Otros no. AW marcó en su debut las líneas básicas que le definen como uno de los más arriesgados creadores del actual panorama audiovisual.

Subidos a bordo de un vehículo recorremos las bulliciosas y luminosas calles de Bangkok, observando ese incesante trajín propio de las metrópolis asiáticas. Poco a poco, el incierto itinerario nos desplaza del centro hacia la periferia, alejándonos de aquellos molestos ruidos de fondo que puedan perturbar la aventura a la que estamos a punto de asistir: la génesis del relato.

La noche es el territorio de los sueños, pero también el de las pesadillas. Las historias contadas a la titilante luz de las hogueras forjaron en los albores de la humanidad un panteón formado por dioses y héroes, todos ellos con sus circunstancias. La formación de las primeras ciudades y la necesidad del comercio extendieron esos relatos muy lejos de donde fueron inventados. El hilo que conducía hasta su origen se estiró entonces de tal manera que su nacimiento se volvió difuso, a base de pasar de boca en boca. Éste es, sin duda, el nacimiento del mito.

AW propone aquí un viaje particularmente diferente: no es el comerciante el que porta el relato, sino el que lo origina; nadie se dispone en torno a una fogata en mitad de la noche, sino que la historia se cocina a pleno sol; no es el mito el que se forja a medida que se acerca a la civilización, sino que se gesta según se aproxima a la inexpugnable selva —recurrente ecosistema en la obra de este realizador, donde habitan el inframundo, lo atávico, el amor y el subconsciente—.

Comienza entonces para el director un periplo a través de su país, durante el cual anima a sus compatriotas a continuar un relato encadenado según los criterios particulares de cada uno de ellos. El devenir de los personajes inventados comienza entonces a discurrir paralelamente a las vicisitudes de aquel que toma la historia para sí, adoptando en cada ocasión un formato diferente que lo particulariza: la narración oral, el teatro de calle, el lenguaje de signos… La historia se distorsiona, adquiriendo la personalidad de cada participante, mimetizándose con el relator de turno.

Su cada vez mayor proximidad con la jungla lo transforman en una fábula: cuantos más datos se aportan a la trama original más incógnitas se abren, pues las pulsiones personales que llevaron a un individuo a plantear tal o cual acción suponen un interrogante para aquella persona que toma el testigo. El mayor de todos los enigmas es ese misterioso objeto al que se hace referencia en su título internacional —Mysterious Object at Noon—. Su aparición en el primer relato lo convierte en un motor que permite el continuo avance de la trama, creándose la necesidad de recurrir a la coherencia para forjar una historia verosímil que ate aquellos cabos sueltos.

No es casual, por lo tanto, que al llegar el cuento a un grupo de niños éstos lo transformen radicalmente, haciéndolo absolutamente irreconocible. El despliegue de su fantasía puebla la historia de tigres y extraterrestres donde nadie se hubiera atrevido a tanto, pues para ellos esos son los elementos comunes en los relatos que consumen —ya procedan de la televisión, el comic o los videojuegos—. Por todo ello, no hay más opción que clausurar la narración, postergando la transformación de los hombres en tigres a un más allá, allí donde habita la fiebre tropical.