La invasión
el 12 de julio de 2007, dos helicópteros estadounidenses ah-64 que sobrevolaban Bagdad dispararon a un grupo desarmado de iraquíes, asesinando a 12 de ellos, dos de los cuales eran dos colaboradores de Reuters. La archiconocida enciclopedia de lo que, en nombre de una supuesta seguridad, no deberíamos saber de los poderes que nos gobiernan, WikiLeaks, hizo público el 5 de abril del año pasado el vídeo íntegro de la matanza, grabado por los militares desde uno de los helicópteros. Un sudor frío me invadió al verlo: los soldados no solamente disparan contra lo que claramente son personas desarmadas y de nula peligrosidad para los estadounidenses, sino que casi bromean con el asunto, sin llegarse a cuestionar en ningún momento la razón militar de todo aquello. Cuando vi el vídeo, lo primero que pensé fue «joder, parece En tierra hostil«. Las frases de los soldados, inmunes a la moral o la compasión (rematan a una de las víctimas que había quedado herida y estaba siendo rescatada por una furgoneta, matando también a algunos de los ocupantes de ésta), la absoluta falta de empatía con unos seres, los iraquíes, que parecen no merecer la consideración de seres humanos, el distanciamiento de la cámara, que produce una sensación de irrealidad, la impaciencia por seguir disparando… Todo remitía a la película de Kathryn Bigelow, a la que algunos militares norteamericanos criticaron duramente acusándola de infiel respecto a la realidad bélica. No he estado nunca en una guerra, pero, repito, lo primero que me vino a la cabeza al ver el vídeo de WikiLeaks fue En tierra hostil.
Ese dato me ha llevado, curiosamente, a revalorar una película que inicialmente me cautivó porque seguía los códigos del thriller antes que los del cine bélico, con una puesta en escena de corte abstracto basada en los cuerpos de los desactivadores de bombas estadounidenses y las distancias que debían recorrer atravesando un escenario, Irak, devastado y extraterrestre, que chocaba eléctricamente con una cámara temblorosa y un montaje que seguía la lógica del cortocircuito visual. En tierra hostil, pues, como brutal artefacto cinematográfico, capaz de generar una tensión insoportable y llegar a conclusiones psicológicas similares a las de Apocalypse now (ídem, Francis Ford Coppola, 1978) por la vía opuesta: en el film de Vietnam, la animalización y el viaje sumen al hombre en guerra en la locura, mientras que en la cinta de Bigelow, en la guerra del siglo XXI, el hombre enloquece por su extrema profesionalización y repetición de acciones.
Ensalzando igualmente los méritos de En tierra hostil arriba citados, el vídeo de WikiLeaks me hizo observar la película desde otra perspectiva: en el film, la puesta en escena no sólo detalla las distancias entre los soldados y las bombas que deben desactivar, sino que también dedica muchos momentos a confrontar a unos soldados vestidos como si fueran astronautas con las miradas, asustadas y reacias, de los iraquíes, que observan las acciones de los estadounidenses desde la lejanía, en las calles o los balcones. Se crea entonces una curiosa paradoja, que desmonta de un plumazo las teorías que llegaron a tildar de fascista a la película tras su estreno en el Festival de Vencia 2008, por la que los protagonistas, y acaso también la cámara que los acompaña, acaban mostrándose, literalmente, como los verdaderos extranjeros, el elemento disonante y sobrante en el Irak que retrata Bigelow. Un choque de perspectivas que tiene su momento álgido en la escena del coche bomba, cuando los soldados estadounidenses están a un paso de organizar una carnicería cuando ven a un iraquí, desde una terraza, grabando sus movimientos. A punto están de dispararle, cuando quizá (la película lo deja en el aire, se agradece la falta de maniqueísmo) lo único que estaba filmando era أرض معادية, o lo que es lo mismo, En tierra hostil.