Las listas de las diez mejores películas o de los diez mejores libros no pueden durar demasiado tiempo; casi todos los días deberían modificarse. El tiempo hace que nuestra perspectiva sobre las cosas cambie y se enriquezca, que añadamos capítulos a la particular historia de la cultura que vamos haciendo mentalmente, a medida que vemos películas, que leemos libros… A mí, por ejemplo, jamás se me habría ocurrido incluir entre mis gustos ninguna obra de Chantal Akerman en los años setenta, porque aún no había visto ninguna; sin embargo, Jeanne Dielman, 23 quai du Comerse, 1080 Bruxelles (1975) es desde que la vi por primera vez, hace apenas diez años, una de mis películas favoritas. Tampoco habría mencionado el nombre de Ousmane Sembène en ninguna de las listas que hice a lo largo de los ochenta y hoy procuro acordarme siempre de Ceddo (1977), que es quizás la mejor película africana de la historia del cine y que yo sólo pude ver en un fugitivo pase que hubo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hace escasamente seis años.
Cambiamos nuestros gustos y con ellos cambia nuestro canon. Al mismo tiempo, cambian también los motivos por los cuales apreciamos las cosas. Si antes nos gustaba el formalismo de los cineastas rusos, de Alfred Hitchcock u Orson Welles, luego comenzamos a apreciar más a gente intuitiva, como Nicholas Ray, John Cassavetes o Luis Buñuel. De las disciplinas interpretativas pasamos a las disciplinas descriptivas, y de pronto las películas nos fueron gustando por motivos en los que rara vez habíamos pensado. Incluso los contextos han ido modificando nuestros gustos. Un viaje a Estados Unidos, sin ir más lejos, hizo que la obra de Monte Hellman o Terrence Malick cobrase una importancia mayor para mí. Acontecimientos como el 11 de septiembre de 2001 tuvieron un enorme impacto en las películas, que se iluminaron de un modo especial a partir de entonces. Las listas ponen de relieve la amplitud de nuestros conocimientos y la profundidad de nuestra percepción. Gracias a ellas es fácil hacerse una idea sobre las personas, sobre sus relaciones con el presente y con el pasado, sobre su posición con respecto a su propia cultura. Son algo parecido a un retrato robot, donde quedan insinuados los rasgos suficientes para identificar a alguien, siempre y cuando uno sepa interpretar la información que proporciona una lista o un canon personal, sea global o anual.
Por supuesto, las listas a menudo son simples operaciones mercantiles. Quienes las elaboran son hombres de negocios que sólo atiende a las cifras de ventas, elaborando así un canon que habla más del dinero que del gusto. Esas listas suelen aparecer en los periódicos y en las revistas de mayor tirada, con lo cual su impacto es enorme. Al leerlas, hay quienes van corriendo al cine, para poder ver la película que aún les quedaba pendiente de las diez más taquilleras. Ni siquiera los críticos tenemos mucho que decir en cuanto a la elaboración de esas listas se refiere, porque nos limitamos a puntuar una serie de títulos que nos vienen impuestos. Sólo a veces tenemos la oportunidad de sacar de la manga esas joyas que creemos que nadie más habrá visto y que consideramos imprescindibles para entender el mundo con mayores garantías o para ver partes recónditas de él, que parecían definitivamente olvidadas.
Hablando estrictamente de 2010, yo diría que lo mejor que he visto en circuitos medianamente accesibles son las siguientes películas: Chloe (2010, Atom Egoyan), Carancho (2010, Pablo Trapero), Copia certificada (2010, Abbas Kiarostami), La red social (2010, David Fincher), Kick−Ass (2010, Matthew Vaughn), Fantástico Sr. Fox (2010, Wes Anderson), Film socialisme (2010), Jean-Luc Godard, El escritor (2010, Roman Polanski), Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010, Apichatpong Weerasethakul) y Greenberg (2010, Noah Baumbach). Por supuesto, todas ellas tienen algo en común aunque no voy a ser yo quien lo delimite, quizás porque 2010 todavía está demasiado cerca y aún no me siento seguro de poder describirlo.
He visto algunas películas pendientes de estreno, que no debería incluir en esta lista hasta que no haya quienes puedan compartir conmigo, para discrepar o para no hacerlo, un comentario sobre las mismas, que son: Carlos (2010, Olivier Assayas), Winter’s Bone (2010, Debra Granik), Lourdes (2010, Jessica Hausner), Aurora (2010, Cristi Puiu), Chouga (2010, Darezhan Omirbaev), Mistérios de Lisboa (2010, Raúl Ruiz), Please Give (2010, Nicole Holofcener), Robinson in Ruins (2010, Patrick Keiller), Meek’s Cutoff (2010, Kelly Reichard) o Tabloid (2010, Errol Morris). Mi pregunta, no obstante, es ¿cuándo podremos dar por finalizado 2010? ¿Cuándo estaremos lo bastante seguros de haber visto suficientes películas como para definirlo?
Lo primero que debería reconocer es que durante 2010 me he perdido muchas películas y, por lo tanto, sería aventurado considerarme una autoridad al respecto. He dedicado más tiempo a revisar que a ver por primera vez. Además, algunas propuestas las coloco en segundo término porque no me han sorprendido, como Exit Through the Gift Shop (2010, Bansky). Por si fuera poco, vi en malas condiciones Shutter Island (2010, Martin Scorsese) o Origen (2010, Christopher Nolan), sobre las cuales tengo una opinión provisional, en absoluto permanente. Con esto, quiero decir que es pronto para definir 2010.
Este año se han estrenado Canino (2009, Giorgios Lanthimos), Entre nosotros (2009, Maren Ade), Ne change rien (2009, Pedro Costa), Vincere (2009, Marco Bellocchio), Bright Star (2009, Jane Campion), La cinta blanca (2009, Michael Haneke), El silencio de Lorna (2008, Luc y Jean-Pierre Dardenne), Two Lovers (2008, James Gray), En tierra hostil (2008, Kathryn Bigelow) o I’m Not There (2007, Todd Haynes), que no valen para decir si éste era un año de gracia o no, sino más bien para recordar lo importantes que fueron años pasados que posiblemente, al hacer nuestro balance anual, catalogamos de años poco fértiles.
Este año, por si fuera poco, he repescado clásicos que no conocía y me he acercado a formas cinematográficas a través de nuevos contextos. Las exposiciones Desbordamiento en el Reina Sofía y Constelaciones en el Círculo de Bellas Artes, donde la obra de José Val del Omar coloca el cine en el interior de un museo y la de Walter Benjamin coloca la filosofía en el mundo del cine, me han parecido sensacionales, momentos estelares de la humanidad que me hacen repensar mi idea de lo que es el cine y de cualquier posible lista anual para definirlo. También incluiría el concierto de Wax Tailor en la sala Caracol el 8 de mayo, porque en él el diálogo entre música e imágenes me pareció impagable.
Uno de mis propósitos para el 2011 es rebelarme contra mis hábitos mentales y comenzar desde cero. O sea que lo primero que haré será leer de nuevo Bajo el signo de Marte, de Fritz Zörn, y tener más en cuenta la advertencia final del libro:
Todavía no he vencido aquello que estoy combatiendo; pero tampoco estoy vencido y, lo que es más importante, todavía no he capitulado. Me declaro en estado de guerra total.