Exit through the gift shop

La delgada línea de colores

La película sobre Banksy es de Banksy pero no trata de/sobre Banksy. Es un documental que es un falso documental pero que no es nada falso y casi no es documental. Es un documental falso sobre la verdad y sobre el verdadero Banksy hablándonos sobre un personaje falso, o algo así, del que quiere hacer un documental porque le quiere hacer un documental. Exit through the gift shop es así, un callejón sin salida donde ni siquiera hay un callejón. Es un regalo envenenado que ya teníamos y que no hace daño. Es una tienda donde lo único que se vende es la propia tienda. Es una reflexión palmaria así a vuelapluma y sin querer sacar ninguna conclusión. Un antihistamínico que te permite abrir los ojos ante tanta conclusión y tan cerradas. Es ibuprofeno contra la estupidez propia y ajena.

Por eso, es casi un milagro, una película que te hace pensar más allá de tus propias ganas y que se une a la magnífica cosecha de este año de obras aparentemente fáciles, pero tan complicadas como intentar hacer las cosas de manera sencilla. Se suma al Pagafantas premium y voraz, enfermo de sus dependencias y con tendencia hacia la autocompasión que encierra la magnífica Two Lovers. A la pastilla alucinógena contra/hacia la crisis y la peligrosa educación de lobo a manos de los hombres que es la milimétrica Un profeta. A la radiografía, con TAC incorporado, de una sociedad que necesita verse reconocida en los demás para sobrevivir a sus propias mentiras, acompañándose en su soledad de reflejos diseñados de lo que un día fue el calor o el aliento (o el olor a dentifríco) en la mastodóntica La red social. Al extraterrestre por moderno y lúcido, resumen de los mejores goles y las peores jugadas del capitalismo y sus cabezas de colores en la soberbia (en todos los sentidos) Film Socialisme.

Todas conforman, sin conformarse, el mapa de los silencios del principio de una década que nos obliga a adoptar el lenguaje del enemigo, sus vestimentas y aperos e incluso sus cachivaches de plástico donde guardan y mojan, para que esponje, el alpiste. Como La cinta blanca, Un tipo serio o Teniente corrupto por nombrar otras tres películas magníficas estrenadas en el 2010. Como el debut en la dirección del más listo de la clase que nunca sacó demasiadas buenas notas. Aquí no necesita mucho más que la oscuridad, un callejón solitario, una cámara temblorosa y unas zapatillas para correr. Luego una cantidad de espejos tan grande que nunca sepas lo que es la izquierda o la derecha de uno mismo y los demás. Apuntar bien y disparar como en La dama de Shangai.

Porque Exit throgh the gift shop es un disparo y una carrera pero no se sabe muy bien ni a quién ni hacia dónde. Banksy se presenta escabulliéndose, huidizo de su propia obra y su resonancia, de los actos que emparentan al vándalo y al artista con el notario de una época y un estilo. Su trazo es resumen, su máscara lleva la sonrisa por dentro. Poco nos hace pensar que su maniobra puede ser un suicidio o la eutanasia, pero la historia dicen que la escriben los vencedores o los que asaltan momentáneamente los palacios, los que se quedan con los bolis (y los mecheros) o los que nunca rompieron un plato porque les fregaba su señora. El artista es un término tan amplio como Jerez de la Frontera y por eso es normal que muchos puedan perderse o tener que alimentarse de sí mismo o de sus compañeros de expedición. Pero Banksy sale más que indemne de un envite que necesitaba que se la jugara y que nos la jugara. Y humildemente creo que consigue las dos cosas.

La primera porque se expone y se muestra como nunca antes lo había hecho. Nos enseña sus dudas, sus miedos/fracasos (esos billetes falsos que no se atrevió a lanzar), su ambiente de trabajo y no sabemos si, incluso, su cara. Nos abre su casa, nos desvela algún truco, nos habla de su precio, nos invita a que vigilemos en una esquina mientra él hace el mal pero bien. La segunda porque nadie tiene muy claro si estamos ante un mockumentary ejemplar o ante un ejemplo monumental de colocar la pista en el centro de la escena del crimen. Por eso muchos ven un ejercicio de egolatría disfuncional y demodé y otros solo el balbuceo indeciso de un artista que quiero tocar más ramas para conseguir más plátanos. Yo, en mi modestia opinión, no puedo dejar de ver una fábula desternillante donde el mundo es una enorme diana y Banksy, en lugar de ser un dardo malicioso, es el centro de los puyazos. Una memorable demostración de que la autocrítica es la mejor dieta para mantener sana la mente y mala, la leche.