La danza

Adjustment and work

Dos días después del estreno en España del retrato del ballet de la Ópera de París, a cargo del prestigioso documentalista Frederick Wiseman, comenzaba, en una de las mas despreciables y analfabetas cadenas televisivas de nuestro país, una nueva edición de un inefable concurso al que se presentan un grupo de pobres muchachos, convencidos de que una vez concluido serán poco menos que rutilantes estrellas de la canción. Y es que en los últimos tiempos, la televisión se ha encargado de banalizar, hasta extremos peligrosos, cualquier disciplina artística. Lo que hoy vende,  por encima del talento, el esfuerzo o el sacrificio, es la ignorancia y la apología de la estupidez. En este país cada vez más grotesco, mas gente  cree que para ser cantante o bailarín, pero por encima de todo famoso, basta con ir a un inenarrable show televisivo amañado y comportarse como un deficiente mental. Por tanto, el visionado de un trabajo como La danza (La danse-Le ballet de l´Opéra de Paris, 2009), resulta tan revelador como emocionante. Por supuesto, la propuesta de Wiseman, no conseguirá, en el año 2011,  convencer a nadie de que la formación artística y la ejecución de la misma nada tienen que ver con un plató de televisión o con jovenzuelos que deciden presentarse a un casting mediático, en busca de reconocimiento y fortuna, a la manera de mercenarios. No obstante, el cineasta convive con el fracaso desde sus primeros trabajos, no es por tanto nada nuevo para él, encontrarse una vez mas frente a los molinos de viento. Hace cuarenta años no logró que se cambiara un sistema educacional abusivo, después de filmar High school (1968), o que el problema del paro se abordara desde un prisma lógico y justo, una vez ofrecido el testimonio de la deshumanización tremenda de los funcionarios en Welfare (1975). No obstante, el cine de Frederick Wiseman, nunca ha pretendido encontrar respuestas. La mayor virtud del realizador es que ha encontrado el camino idóneo para plantear las preguntas. Su mirada continúa siendo tan rigurosa como hace cuarenta años y sigue desplegando su admirable capacidad de observación, tratando de captar la realidad de los hechos planteados, sin jamás interferir o manipular el material que tiene entre manos.

Estrenado entre nosotros con dos años de retraso, La danza, sin embargo, supone el primer estreno en salas comerciales de un filme de un autor tan importante. Su ajustado cuadro sobre los entresijos de los pasillos de la Ópera de París, y los estudiantes y profesores que los recorren, es perfectamente representativo de su mirada. La cámara del director intenta captar lo que sucede a su alrededor, sin artificios o modificaciones. Los cuerpos de los bailarines siempre son filmados en planos generales. Wiseman sabe que si no fuera así, estaría adulterando las coreografías y el trabajo de los diferentes artistas. En el fondo, es un espectador, y como tal, intenta comprender, sin adulterar, los acontecimientos que se suceden frente a su cámara. Desde siempre en sus películas hay una emotiva búsqueda de la realidad. Si filmara el ballet buscando el plano  estéticamente más hermoso o utilizara diferentes encuadres para en el montaje construir su propia coreografía, no estaría registrando ese ballet, en definitiva. El cine de Frederick Wiseman es de los pocos honestos respecto a la transparencia  que se da entre el contexto elegido y su traslación a imágenes. No hay música, ni una voz que narré lo que está sucediendo, y mucho menos que juzgue o se interrogue. El espectador debe atrapar las cuestiones que se presentan y reflexionar sobre ellas.

La danza no tiene la garra, o la fiereza expositiva, de los filmes más conocidos del cineasta. Visualmente es mucho mas reposada y enlaza a la perfección con trabajos anteriores como Central park (1989) o La comédie-Française ou l´amour joué (1996). Cómo siempre en su obra, el material de partida es inmenso. Para sus trabajos filma horas y horas de metraje, que después es minuciosamente organizado y montado. En esta ocasión, mas de 130 horas registradas acaban componiendo un brillante retrato de dos horas y media, en el que vemos a un grupo de artistas trabajando, cuestionándose, dialogando. Gracias a Frederick Wiseman, las puertas de la Ópera de París, se abren para que tratemos de comprender mejor el complejo mundo de la danza. Quizá ningún secreto nos sea revelado, pero es que en esta ocasión, los secretos carecen de importancia. Lo verdaderamente importante es la sinceridad y honestidad que las imágenes nos transmiten.

La propuesta inevitablemente está condenada al ostracismo. Rodeado de películas abrumadoras, nacidas para ser olvidadas, en el mejor de los casos, una vez se han visionado, el trabajo del autor de Titicut follies (1967), áspero, sin concesiones al concepto de espectáculo que espera el gran público y sin grandes discursos, adornados con rimbombantes frases, por desgracia no interesará a demasiada gente. Espero, que usted sea uno de esos pocos.