The Wire. Bubbles

Contra la narración inflexible

Todos los personajes principales de The Wire son, de una forma u otra, supervivientes. Habitan un mundo cuya hostilidad es similar para los que respetan la chain of command como para los que no, para los que operan a uno y otro lado de la ley, para los aspirantes a alcalde y para el lumpen desarraigado. Algunos quedan fuera de juego mucho antes de lo esperado. Otros, contra toda previsión, nos acompañan a pie o a rastras en este apabullante viaje de sesenta horas. Bubbles es probablemente el más enternecedor y emotivo compañero que encontramos en la travesía.

Sobre él podemos decir muchas cosas: que es un hombre esencialmente bueno esclavizado por la droga, que es el más perfecto ejemplo del absurdo acoso social que sufre a día de hoy el adicto, que su desolador drama personal está descrito con ternura y humanidad, pero rechazando la falsa compasión burguesa, la condescendencia barata o la pornografía de la sordidez del peor cine social. Es, sin lugar a dudas, el personaje con el que el espectador se identifica más directamente, porque en su fragilidad expone sus sentimientos con una desnudez y transparencia conmovedoras. Sentimos y compartimos cada recaída en el infierno, cada injusticia, cada pérdida y cada conquista como si fueran (casi) nuestras. Nos separa la cámara, ese artilugio tecnológico que actúa de intermediario entre las inhabitables calles de Baltimore y el cómodo puf de nuestra sala de (bien)estar.

Pero hay otro aspecto que me resulta especialmente interesante: Bubbles como pieza elemental en la arquitectura del relato. Jimmy McNulty es quien origina, en el primer episodio, el hilo argumental de la serie. Y Bubs es relevante, en un principio, como dispositivo de la trama principal. La exposición de su vida íntima queda justificada por su asunción de un papel en el argumento, el de confidente policial.

Sin embargo, la serie avanza y muta. Bubbles dejará de ser una herramienta de interés para las fuerzas policiales, y por tanto, perderá su casilla en la línea principal de acontecimientos. Lo más curioso es que él nunca desaparecerá de la serie. Y he aquí una ruptura con el aparente clasicismo de la obra que nos ocupa: el personaje se irá desligando progresivamente del argumento hasta cobrar interés por sí mismo, adquiriendo una autonomía propia. La narrativa estólida de una de las tantas series policiales que saturan la parrilla televisiva nunca habría permitido algo así. Y por eso debemos afirmar que la adhesión de The Wire a un género determinado es secundaria: antes que de una serie de policías y narcotraficantes, hablamos de una detallada radiografía social, sensible a los problemas de los hombres y mujeres que escruta con rigor.

Emocionalmente habría sido complicado digerir un porvenir trágico para quien, capítulo a capítulo, se ha ganado un lugar propio en nuestros corazones. El proceso interior al que Bubbles se enfrenta en la quinta temporada es una de las historias de superación más escalofriantes y hermosas que se recuerden en el cine contemporáneo, limpia de sensiblerías y de prodigiosa complejidad humana. Rememorar nuestra historia, situarla frente a nuestros ojos y reconocernos en ella es un paso decisivo en la aceptación de nuestros traumas, en la asunción de los errores pasados y presentes. La fe en el buen periodista se manifiesta, más que nunca, en la historia de Bubbles, reafirmándose Simon y compañía en su defensa de un relato comprometido con el ser humano y sus circunstancias: una oda al impulso liberador del acto de contar una historia que, siendo real o ficticia, resulte finalmente verdadera.