The Wire. Jimmy McNulty

Contra el imperio de las drogas

Sentado junto a un chaval, en una de las calles del Baltimore que recorrerá The Wire, se encuentra Jimmy McNulty. Acaba de cometerse un homicidio y le pregunta al chico por el tema. Sin embargo, no lo hace como lo haría cualquier otro oficial de policía, sino que demuestra con su soltura que conoce los ambientes y formas del lugar y su gente. Pregunta jovialmente, sentado junto (y no frente) al joven, y con esa actitud de honesto interés le demuestra al chico que le importan sus respuestas como le importarían las de un amigo. Acaba de ver el panorama general de una situación absurda que se empecinará por resolver.

Ese fue el inicio de The Wire, una experiencia que marcaría un antes y un después en la televisión, que dio su pistoletazo de salida de la mano de Dominic West, el actor inglés que interpreta a Jimmy McNulty. A partir de entonces, el carismático personaje se alza como acompañante de honor del espectador, quien se verá introducido de manera coral en el intrincado mundo de las drogas a través del análisis a todos los implicados. En estos trece episodios inaugurales, Jimmy será el personaje que sentiremos como eje de unión y, por lo tanto, será con el que, en más ocasiones, nos sintamos identificados. Esto sucede no porque The Wire se base en una narrativa que busca la empatía con los personajes concretos, sino porque en McNulty se encierra el entendimiento de dos mundos que conviven en eterno enfrentamiento y que serán los focos de atención para la primera temporada de la serie: traficantes de droga y policías. Después de ese inicial papel de honorable guía, el detective McNulty pasa a ser uno más dentro del interesante plantel de personajes, por lo que cuando en la segunda temporada su presencia se reduce sustancialmente, la serie no decae. No en vano, pocos (o ninguno) son los intocables en The Wire.

Aunque llegado a la profesión de policía a través de la necesidad y por gol de penalti, McNulty es el ejemplo del oficial sabueso, persistente, rebelde y entregado, y, por lo tanto, sin límites. Todo esto, sin embargo, le viene de casta, aunque sea de lejos y no familiar. Los orígenes de McNulty se encuentran en los de su tocayo Jimmy Doyle, criatura popularizada por el rostro de Gene Hackman en Contra el imperio de la droga (The French Connection, William Friedkin, 1971). De él hereda buena parte de sus capacidades como policía y su interés por el mundo de la droga, pero también sus puntos débiles. Ambos ahogan penas en el alcohol, y también es con un vaso en la mano como aumentan la sensación de soledad y la incapacidad de lidiar con sus vidas personales. Las drogas son sustentadores de sus mundos, pues de ellas dependen a nivel profesional y de ellas dependen a nivel personal. Esta ironía en la que ambos Jimmy se encuentran constantemente persiguiendo drogas, funciona a nivel dramático para remarcar el patetismo personal en el que están sometidos. McNulty intenta, a lo largo de las cinco temporadas de la serie, mejorar como padre y como pareja, pero la lucha contra sí mismo es ardua y acaba por regresar a la versión de sí mismo de la que intentó huir.

Trabajador incansable dentro del Departamento de Homicidios de la Policía de Baltimore, se aferra a su oficio para aparcar los asuntos de su realidad y conseguir ser todo lo bueno que no es en su vida personal y familiar. Nadie duda de su capacidad como policía, es un eficiente detective que no escatima en perseverancia e intuición, pero lo que parece el empeño de un natural born cop es en realidad una coartada profesional para no enfrentarse a sus faltas personales. Si Jimmy es buen detective es porque actúa ante la estimulación negativa de su orgullo, algo que en un principio se puede detectar en su casi arrogante convicción de que D’Angelo no se suicidó, y que tiene como máximo exponente la investigación del impostado asesino de vagabundos llevada a cabo en la quinta temporada. McNulty se esfuerza en los casos por el orgullo de no verse mentido, de demostrar que es más listo que el resto…, por eso el final de la serie, su final, no es triste ni llorado. Él ha sido motor y ejecutor del destape de una trama; ha demostrado ser más inteligente y haber sabido mover mejor sus piezas.

Precisamente porque su orgullo fue el instigador del inicio de la investigación contra Barksdale, el fin de la trama tenía que venir dado por McNulty en su versión más independiente e ingobernable. No importa que por ello pierda su trabajo, ni tan si quiera que haya descubierto en el proceso que hay mucha mierda allá donde se mire; lo que le importaba era subsanar su dolida frustración diciéndose a sí mismo que ha ganado la partida. Al menos una, la del policía que se carga el imperio de la droga. Por el camino han quedado los intentos de convertirse en Papá del Año o el Oscar a la mejor pareja o la insignia que dan en A.A. a los dos años sin bebida. Resolver el caso es lo que le devuelve la seguridad, aquella que sólo puede dar el no decepcionarse a uno mismo aunque acabe in an empty bar.