The Wire T2

Mientras el imperio de Barksdale se reconstruye, la acción se desplaza a los muelles de Baltimore. Otro cadáver, el de una joven destinada a la trata de blancas, destapa la conexión entre el jefe del sindicato de estibadores, su familia y una serie de personajes siniestros —El griego—. Y de nuevo está McNulty metiendo sus narices, y Lester y Prez escuchando atentamente, y la decadencia del poder —político, policial o sindical— hace todavía más irrespirable el aire.

2.01 – Ebb Tide

El principio de todo. O cómo dibujar las líneas maestras de toda una temporada después de una elipsis forzosa pero no forzada. El equipo de investigadores tiene nuevas tareas o han sido degradados para que no molesten, de ahí la frase introductoria: «Nunca será lo que fue». McNulty recluido en la patrulla costera, Kima tras la mesa de un despacho, el teniente Daniels en el sótano de Pruebas… La cosa se ha torcido desde que se cerró el caso Barksdale, pero algo nuevo se está poniendo en marcha. El McGuffin de toda la temporada se descubre cuando el mayor Valchek se enzarza con Frank Sobotka, líder del sindicato de estibadores y personaje central de toda la temporada, en una absurda pugna por lograr que su vidriera, y no la del otro, luzca en la Iglesia local. Un incidente aislado que, como ocurre en varias ocasiones a lo largo de la serie, provoca una cascada de consecuencias. Sobotka, su familia y sus compañeros del puerto de Baltimore se erigen así como el principal objetivo de una investigación provocada por los celos y la envidia.

Ismael Marinero

2.04 – Hard Cases

Hay tantas líneas paralelas y perpendiculares en los largos arcos narrativos de The Wire que resumir un capítulo en 15 líneas se convierte en una misión imposible. Puestos a elegir, quizá lo más destacable de éste capítulo es el empeño de McNulty por descubrir quién era la chica que murió ahogada en la bahía de Baltimore, cuyo cadáver destapa el caso del tráfico de blancas en el que están implicados los estibadores del puerto y ese impasible malo de nueva hornada apodado como El Griego. Esa víctima no es número más, una estadística en un papel, una inmigrante desconocida y a quien nadie importa que viva o muera. No al menos para McNulty, que quiere identificarla y saber más de ella para empezar a tirar del hilo de una madeja aún demasiado enmarañada. Pero también porque le afecta como persona, porque detrás de su obsesión por el trabajo y de su caótica vida se esconde un tipo de una rectitud moral inquebrantable. Él sería el héroe de la función si los héroes se midieran por su estatura moral. Es la expresión de una realidad plagada de matices, que nos trae a la memoria al honesto policía protagonista de Ley 627 (Bertrand Tavernier, 1992).

Ismael Marinero

2.06 – All Prologue

El Gran Gatsby es, ante todo, un libro pesimista (o realista, si prefieren). Al menos así lo cree David Simon que pone, en boca de D’Angelo, una lectura clarividente de la célebre novela de Fitzgerald que, además, encierra una de las señas de identidad de la serie: la práctica ausencia de redención para con sus personajes. El bueno de Dee verbaliza la tragedia, con chocante clarividencia, cuando comprende que sus fracasos por reinventarse son parecidos a los de Gatsby por transformarse. El pasado, en efecto, es lo que pesa y más cuando otros han decidido por ti qué papel debes jugar. Al entrar en la cárcel, D’Angelo exigirá ser él y la broma le costará muy cara. No en vano, escapar del pensamiento dominante (Avon/Stringer) significa no sólo la marginalidad sino la muerte. La familia, pues, le puede jugar a uno malas pasadas y en el entramado de The Wire son muchos los lazos afectivos/de dependencia que condicionan el movimiento de los personajes. En este episodio, Ziggy se debe a Frank. Kima a su novia, Jimmy a su ex mujer y la policía a los cadáveres. Poco se puede hacer para desenredar estos hilos invisibles y actuar con cierta libertad. Y quizás, por ello, cuando, en un juicio, Omar admite sacar provecho del viciado panorama a uno se le escapa la risa. “Yo tengo la escopeta, usted tiene el portafolio”, le dice nuestro Robin Hood a Levy. Porque, al fin y al cabo, ser amoral (o estar libre de ataduras) no debe ser tan terrible.

Carles Matamoros