El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas

Reinventando la realidad cinematográfica

La obra de Apichatpong Weerasethakul constituye uno de los productos más abiertos e integradores de la cinematografía actual. Su filmografía compone una especie de todo orgánico, donde cada una de las películas se comprende en relación con el contexto general, sin agotarse en sí misma, interrelacionándose profunda e íntimamente con el resto, tanto temática como estilísticamente, y en un plano más general, con las convenciones genéricas, con los registros narrativos, con sus formatos y con sus espacios de exhibición (salas de proyección, instalaciones artísticas, etc…). Bien podríamos decir, pues, que Weerasethakul encarna un tipo particular de cineasta que entiende su trabajo como un diálogo permanente con sus propios medios, límites y condicionantes, y con los distintos planos de la realidad que le circundan.

He aquí donde surge el auténtico aliento de su singular libertad creativa, ejemplarmente representada por su último filme, Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas. El cine de Weerasethakul representa una de las apuestas artísticas actuales más serias, críticas y fundadas en torno al estatuto de —podríamos decir— la realidad cinematográfica y su relación con el creador. Auténtico cineasta del tiempo —en la célebre conceptualización de Deleuze—, su última película fluye por la permanente confrontación de lo real con los recuerdos de los personajes, y de ella misma con los modos cinematográficos de representación convencionales de lo real; es la memoria (en el sentido más amplio del término: no, desde luego, la histórica) el centro en que convergen las diversas y complejas líneas de fuerza de este hermoso filme, y donde se revela el profundo ejercicio de libertad creativa llevado a efecto por Weerasethakul.

Pocos filmes como éste pueden verse a lo largo del último año, ante los que uno quede tan embriagado por tal frescura y libertad creativas, ante tan sugestiva percepción de lo real, ante tan nueva y rica realidad fílmica, expresiva del delicado mundo interior del cineasta tailandés. Weerasethakul dialoga, discute con lo real desde lo fundamental, lo cual implica abrirlo verdaderamente, indagar en su materia profunda, rematerializarlo, dar forma a lo informe. El cineasta lo muestra así repleto de vasos comunicantes, de múltiples y complejas relaciones que se explicitan desde una espiritualidad máxima e integradora, combinando escenas entomológicamente descriptivas de acciones cotidianas (recuérdese la escena en que el sobrino de Boonmee cambia la sonda renal de su tío enfermo, o aquella en la que la cuñada de Boonmee y su hija cuentan el dinero obtenido en su funeral en la habitación de un hotel) desde una contemplación inmediata de lo que hacen los actores, con otras en las que aparecen seres sobrenaturales y fantásticos (los extraños monos-hombre que deambulan por la jungla, la princesa que se transfigura ante las aguas de un río en el que se sumerge y tiene una suerte de encuentro sexual con un pez) en un registro fabuloso y mirífico; y, finalmente, con otras en las que estos seres fabulosos aparecen interactuando con los hombres en un contexto en que se diluyen los límites de la percepción común de lo real (vgr., por ejemplo, la escena en la que se presenta el fantasma de la esposa fallecida de Boonmee en la mesa familiar y su hijo metamorfoseado en uno de estos hombres-simio). La realidad resultante de todo ello se torna nueva, distinta, renovada. Esta es la arqueología discursiva y narrativa sobre la que se sustenta el bello y fascinante relato de Weerasethakul, en una suerte de reinvención de lo representable cinematográficamente, operada con un atrevimiento, una desinhibición y, a la vez, una candidez y una limpidez, a veces rayanas casi en lo naif.

No es de extrañar que esta película fuese galardonada con el máximo premio en el último Festival de Cannes, teniendo en cuenta que el presidente del Jurado era Tim Burton. Y es que Uncle Boonmee… es una película de estirpe burtoniana, comparte con el cine de Burton su constante indagación en los límites de lo real (y, por ende, de lo fantástico), si bien desde un punto de vista distinto: en Burton las relaciones entre los distintos mundos se plantean en términos platónicos (esto es, desde su irreductible separación en dos ámbitos nítidamente diferenciados por los cuales transita el héroe), mientras que Weerasethakul integra sus relaciones en un contexto más abierto (al menos para el espectador occidental), que permite mayor abanico y diversidad de interpretaciones.