Monsters

Sobre las ruinas de una herencia

Cuando hace dos años se estrenó (500) días juntos leía del teclado y ratón (¿dónde quedó el de puño y letra?) de muchos aficionados que la película de Marc Webb era ideal para compartirla con la novia, pues era una comedia romántica apta para todos los públicos genéricos. Ciertamente, la gran baza para abrazar al público masculino que tenía el film era trasladar una típica trama de género romántico-femenino al chico-busca-chica, sin caer por ello en la autoconmiseración de títulos que le son coetáneos, tales como Buscando un beso a medianoche (In Search of a Midnight Kiss, Alex Holdridge, 2007).

Quizás Monsters no sea la película de ciencia ficción que todos esperaban (por su poca acción y menos violencia, por el poco interés que muestra en ahondar en las explicaciones de las causas y/o consecuencias del statuo quo post-invasión alienígena, por su marcado desinterés apocalíptico y político, porque básicamente el contexto de ciencia ficción es el escenario no la trama…), pero tampoco (500) días juntos era la enésima película romántica del año. Esa extrañeza que pueden causar una y otra dentro de la clasificación genérica en la que las enmarcaríamos, responden a diferentes causas y consecuencias. Mientras que en (500) días juntos se luchaba con los corsés del género con imaginación e introspección en los estados de ánimo del personaje (recordemos los sensacionales bailes que se marca Joseph Gordon-Levitt, al más puro estilo de los musicales, y que evidencian su alegría post-coito), Monsters trata de ganar la batalla a la falta de presupuesto y al deseo de situar su historia en un mundo invadido por los alienígenas. Lejos de permitir que el dinero fuese un impedimento, Gareth Edwards rodó la película y dedicó un año entero a la post-producción para incorporar los monstruos y el atrezo que convertiría sus escenarios en un mundo despedazado. Aunque quizás la preciosidad de su envoltorio haga finalmente de Monsters un regalo frustrado.

Sin embargo, uno de los puntos más interesantes de la película es precisamente su capacidad para empapar su frustración (la que ella misma puede sentir ante las limitaciones de presupuesto) en todos los implicados: la que siente Kaulder al no conseguir una fotografía de los aliens para su revista; la de Sam al aceptar que no puede ayudar y debe regresar a su país para ponerse a salvo a sí misma; y la del espectador, que no sacia su afán de monstruos y entornos distópicos. Esa frustración casi melancólica se percibe en el trabajo de sonido (sin subrayados, ausente de música en buena parte de la película y con una diseño que lo emparenta con la extrañeza y la fascinación que causa la naturaleza —véanse las apariciones de los monstruos—) y en la grandilocuencia de los espacios naturales, todos dispuestos a suplir las apariciones pero siempre dando pistas y detalles del mundo en el que Kaulder y Sam se encuentran.

En ese aspecto, Monsters comparte con el videojuego Bioshock su apuesta por el trabajo de la dirección artística para crear un mundo en proceso apocalíptico. En ambos hay monstruos, sí; pero su grandeza, aquello que finalmente engancha a quienes disfrutan de ambas propuestas, es la oportunidad de sentirnos dentro de un mundo a través de detalles tan nimios como los carteles de los años 50 que en el juego nos venden inyecciones, o el anuncio de la película en que, a modo de familia Telerin, se enseña a los niños a ponerse las máscaras de gas. No estamos ante el estallido de una guerra, sino caminando entre los restos de una civilización, como ir a Italia a visitar lo que queda del imperio romano, o subir a lo más alto de las ruinas mayas para ver que tras el último escalón solo queda la caída.

Monsters es decepcionante si se esperan grandes gestas; pero apasionante en su compleja simplicidad, en el mimo que pone en los detalles, y en su idealismo. Una civilización está siendo eliminada, pero la que llega es capaz también de sentir amor por sus propios seres, de adaptarse al medio natural para convivir en él y cuidar del mundo que acaba de gobernar. Quizás Gareth Edwards esté enviando un mensaje sobre la industria cinematográfica: la nueva generación ha llegado y tiene claro el concepto do it yourself. Sino, miren a Adam Mason: si quieren sus películas, pídanselas por e-mail. El mundo está cambiando.