XXXII Mostra de Valencia

La mala hierba nunca muere

No era buena señal que la nueva edición de la Mostra tuviera lugar apenas 6 meses después de la anterior. Las argumentaciones organizativas son diversas, pero sobre todo apuntan a una reubicación que les permita no competir directamente con certámenes tan sólidos y/o atractivos como el de Sitges o el de San Sebastián. No obstante, esta nueva edición sólo puede resumirse como fallida. El panorama ha sido desolador. A excepción de sesiones muy concretas, como los pases de Código fuente (Source Code, Duncan Jones, 2011), presentada fuera de concurso, las salas no han podido estar más vacías. La programación, repartida en secciones y diversos ciclos sin ninguna relación, ha sido tan caótica como chapucera. Y es que en el fondo un festival que decide dar uno de sus máximos homenajes a un director tan mediocre como el finlandés Renny Harlin, del que por cierto pudo verse en la gala de clausura su última realización, la espantosa 5 Days of August (2011), o convertir a la imposible Pilar Rubio en la mayor estrella que pasa por su alfombra roja, para presentar su nueva teleserie para Telecinco, se revela a sí mismo de forma implacable. Tampoco dice mucho a su favor el ciclo homenaje al recientemente fallecido Juan Piquer, durante años director del concurso, además de, por supuesto, y a pesar de todas sus limitaciones y chapucerías, uno de los nombres más reconocibles del cine de género en España durante los setenta/ochenta, compuesto por tan sólo cuatro escasos filmes, que además se proyectaron en DVD. Este cronista se pregunta si lo lógico no hubiera sido buscar las copias en celuloide, por muy degradadas que puedan estar y celebrar un homenaje en condiciones pasando su filmografía íntegra. El formato del DVD, sin embargo, no sólo estuvo presente en el ciclo de Piquer, las películas de James Bond (por cierto, la selección fue escogida con digamos bastante mala pata) o Harlin (a excepción de su ya citada última cinta) también se programaron en digital. ¿Qué sentido tiene ofertar ciclos compuestos por copias que pueden adquirirse en cualquier establecimiento especializado, y que para colmo de males en numerosas ocasiones se enganchaban durante el pase? ¿Incapacidad, desidia, falta de organización y/o tiempo? Por tanto, un año más asistiendo a esta muestra uno sólo se puede preguntar cómo es posible que todavía sobreviva. Lejos en el tiempo quedan ya los años en que se programaban ciclos tan sugestivos como los dedicados a Pasolini, Visconti o Warhol/Morrisey, con copias espléndidas, con un indiscutible éxito de público/crítica, y con la capacidad de traer a nombres bastante más interesantes que la presentadora de insufribles programas televisivos o el realizador de la cuarta entrega de las hazañas del inefable Freddy Krueger.

No entraré en valoraciones sobre los galardones, pues son lo suficientemente reveladores de un certamen que no tiene un jurado especializado. Pero si que resulta irónico que el premio de la crítica, otorgado por la prensa (en el apartado Acción y aventura a concurso), fuera para la fallida Tropa de élite 2 (Tropa de elite 2 – O inimigo agora é outro, José Padilha, 2010), mientras que el público sí que estuvo mucho más acertado al premiar (en la sección Panorama Mediterraneo) la exitosa, en su país de origen, Les petits mouchoirs (Guillaume Canet, 2010), estupenda pieza de ese particular subgénero que los franceses llevan cultivando desde hace décadas sobre grupos de amigos de clases elevadas y sus diferentes problemas amorosos, existenciales. Es de lamentar que la cinta opte por un desenlace no demasiado interesante, pero está magníficamente narrada (no es tarea fácil mantener al espectador interesado en su butaca durante más de dos horas y media y este filme lo consigue a la perfección) y sobre todo interpretada por un reparto brillante.

Exceptuando, obviamente, el pase de obras imprescindibles, repartidas en ciclos absurdos, como Carta a tres esposas (Letter to Three Wives, J. L. Mankiewicz, 1949), Día de fiesta (Jour de Fête, Jacques Tati, 1950) o La soledad del corredor de fondo (The Loneliness of the Long Distance Runner, Tony Richardson, 1962), que dudo que alguien pueda explicar por qué  estaba incluida en una memez de retrospectiva denominada Valencia capital europea del deporte, sin duda la mejor película proyectada durante toda la Mostra fue Just Between Us (Neka ostane medju nama, Rajko Grlic, 2010), maravillosa tragicomedia sobre la relación de dos hermanos ya cerca de los cincuenta años y sus relaciones con sus esposas y amantes, que contiene un desenlace tan revelador como conmovedor. Uno de sus protagonistas, Miki Manojlovic, habitual del cine de Kusturica, soberbio en su rol, también aparece en otro de los títulos más interesantes programados, Cirkus Columbia (Danis Tanovic, 2010), de nuevo una lúcida comedia dramática sobre la caída del comunismo en Bosnia y Herzegovina, a principios de los noventa. Curiosamente, el actor serbio no fue el único que hizo doblete, y esta coincidencia nos debería hacer reflexionar sobre el criterio utilizado para la selección de los títulos. Criterio que por esos azares del destino incluyó  dos bobos cortometrajes, Un cuento chino (2003) y Le crayon (2002), mero descarte del más que discutible largo Después de la evasión (2002) , en la sección Diez años muy cortos, firmados por Antonio Llorens, casualmente programador del Panorama Mediterraneo. Así, junto a Manojlovic & Llorens, pudimos, entre otros, ver dos veces al magnífico actor italiano Toni Servillo, otras dos a François Cluzet, precisamente en otras dos cintas dirigidas por Canet, y a su compatriota Gilles Lelouche, eso sí mucho más discretito que sus compañeros, triunfando sobre todos con tres producciones distintas. Así que en cierta forma la Mostra nos brinda la magnífica oportunidad de completar la filmografía de un puñado de artistas. ¡Bravo!

Nadie entendió demasiado bien qué diablos pintaba en la selección de Acción y aventura (a concurso), Bas fonds (Isild Le Besco, 2010), durísima obra sobre tres chicas marginadas, rodada en un estilo austero y crudo, pero fue uno de los trabajos más arriesgados. Una durísima bofetada  al aletargado espectador del festival, que incluye unos veinte minutos finales de una sobriedad expositiva en verdad escalofriante. De todas formas, ninguna de las restantes cintas proyectadas, ya estuvieran o no en la pugna por la más bien fea Palmera de oro, destacó especialmente. Duncan Jones, por ejemplo, con Código fuente, a pesar de llenar la sala, está con su segundo trabajo muy lejos de las excelencias de su opera prima. Los convencionalismos de todo el metraje y sobre todo una media hora final espantosa, incluido giro heroico e improcedente historia de amor sacada de la manga, acaban costando caro a este fallido híbrido entre La jetée (Chris Marker, 1962) y Atrapado en el tiempo (Groundhog  day, Harold Ramis, 1993), a pesar de la corrección de la puesta en escena. Por su parte, Olivier Assayas presentó la monumental Carlos (2010), versión condensada para cine de su miniserie televisiva, y con toda seguridad su mejor trabajo en años. A pesar de una última parte farragosa y llena de baches, tiene un núcleo muy poderoso y contiene una interpretación abrumadora de Edgar Ramírez.

Pueden destacarse también La mezquita (A jamaâ, Daoud Aoulad-Syad, 2010), El amor de Tony (Ángele et Tony, Alix Delaporte, 2010) y Gorbaciof (Stefano Incerti, 2010). La primera es una pequeña película sin pretensiones, que parte de una premisa genial (después del rodaje de una película, sobre las tierras de un humilde campesino queda el decorado de una mezquita que el pueblo convierte en su nuevo lugar de oración), pero que no consigue a pesar de su capacidad de observación estar a la altura; tal vez porque la anécdota no da para más que un mediometraje. La realizadora francesa Alix Delaporte con su opera prima firma un filme igualmente sencillo pero muy honesto, y bien llevado, sobre la historia de amor que surge entre una chica marginada (estupenda Clotilde Hesme)  y un rudo pescador. Por último un enorme Toni Servillo, encarnando a un macarra de tercera que trabaja en la prisión y que se enamora de una joven china, rol totalmente opuesto al del comisario envejecido  que interpreta en La ragazza del lago (Andrea Molaioli, 2007), se convierte en el corazón de la correcta Gorbaciof. Y a pesar de sus irregularidades, e incluso insensateces, la película india Dabangg (Abhinav Kashyap, 2010), con su delirante protagonista, Chulbul Pandey, por momentos un trasunto ciclado de nuestro José Luis Torrente, llena de acción chusca, personajes y situaciones imposibles y los inconfundibles bailes y cancioncillas típicas de Bollywood, fue una de las más desprejuiciadas y divertidas de todo la exhibición. Mención aparte merece la producción independiente valenciana El artificio (José Enrique March, 2010), puesta en marcha por su propio realizador y el actor protagonista, Enrique Belloch. Simpática propuesta sobre cine dentro del cine, muy perjudicada por una narrativa y un montaje propios de la televisión, y un protagonista que no consigue llegar al grado de emotividad que su personaje (un viejo director de cine que confunde realidad y ficción) precisa.

Para olvidar de inmediato fueron las planas Tracker (Ian Sharp, 2010), que nos confirma a uno de sus protagonistas, Temuera Morrison, visto en la nueva trilogía de Star Wars, como uno de los peores actores del mundo, y The Bang Bang Club (Steven Silver, 2010), historia real de un grupo de fotógrafos durante el Apartheid, perjudicada encima por un grupo de guaperas al frente del reparto, que restan todo credibilidad a sus personajes. Sin ser del todo desdeñables, L´homme qui voulait vivre sa vie (Eric Lartigau, 2010) apenas funciona con sus numerosos baches y para colmo un Romain Duris todo muecas que es incapaz de transmitir la complejidad de su personaje, y A bout portant (Fred Cavayé, 2010), con Elena Anaya como sufrida esposa embarazada del valeroso auxiliar de enfermería protagonista, no es más que el equivalente francés de la típica película de acción estadounidense con personajes planos y situaciones trilladas.

En conclusión, la  Mostra de Valencia, más de tres décadas después de su primera edición, da la sensación de estar mucho más perdida y desorientada que entonces. Nuevos rumores sobre un más que probable cambio de fechas el próximo año y un saldo más bien negativo, sobre todo a la hora de conseguir espectadores y una programa coherente y homogéneo, nos hacen pensar, una vez más, que este festival será incapaz de resurgir de sus cenizas. ¿No hay un refrán que dice que mala hierba nunca muere?