Midnight in Paris

La edad de oro (El fabuloso destino de Gil Pender)

Para los idealistas, los románticos o los artistas, la inmortal capital francesa será siempre el único rincón del mundo en que los sueños pueden llegar a hacerse realidad. Los escritores de la Generación perdida la convirtieron en su refugio, mientras Cole Porter arrancaba las más deliciosas notas al piano, y los cineastas de Hollywood década tras década encontraban en sus calles idílicos escenarios de maravillosos cuentos de amor. Woody Allen, irredento romántico, educado con las almibaradas cintas de la Metro, en su nueva película no pretende apartarse de una mirada idealizada, turística o incluso superficial. Al igual que su  protagonista parece haber viajado en el tiempo para reencontrar la inspiración perdida desde hace años. Para su nueva propuesta, el cineasta recupera la magia y la fantasía en su filmografía, dejando atrás el tono escéptico y negro que la había presidido en los últimos trabajos. Sin embargo, lejos de perjudicarle, el conjunto de Midnight in Paris (2011) desprende una luminosidad en verdad arrebatadora, hasta el punto de que el realizador firma la más notable de sus propuestas en mucho tiempo. Obviamente, no podemos comparar un título tan acomodaticio e incluso banal como éste con producciones mucho más elaboradas y arriesgadas como Match point (2005) y El sueño de Cassandra (Cassandra´s dream, 2007),  a las que a estas alturas ya deberíamos considerar, sin ánimo de error, como sus dos últimas obras maestras. Aún así, no debemos olvidar que estos dos títulos del ciclo londinense, por desgracia desvirtuado con la mediocre Conocerás al hombre de tus sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010), continúan imponiéndose en su trayectoria como extrañas e inesperadas piezas cargadas de madurez que revelan un talento dramático insólito en un autor al que se tenía perfectamente situado; es decir, hacía muchos años que Allen utilizando el esquema clásico de sus películas más reconocibles no firmaba un filme verdaderamente conseguido, tal vez desde los ya lejanos tiempos de la maravillosa Balas sobre Broadway (Bullets over Broadway, 1994).

Allen recupera de previas realizaciones como  La rosa púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985) la magia que quiebra la realidad. Como en aquella  película, el día a día de Gil Pender es tan hostil y gris como para la inolvidable Cecilia. Los personajes que le rodean en el mundo real son fríos, distantes y por supuesto no le comprenden. Por tanto al igual que le sucedía a la pobre empleada, el guionista, que trata de convertirse en escritor, sólo se siente feliz cuando deja volar su imaginación. Precisamente, como un enamorado de las viejas películas de Hollywood en que cualquier fantasía podía llegar a cumplirse, Allen en París concede a su protagonista el deseo de escapar y viajar hasta los amados años veinte y encontrarse con Gertrude Stein, el matrimonio Fitzgerald, Hemingway, un alelado Luis Buñuel o un alucinado Salvador Dalí (bordado por un hilarante Adrien Brody), y vivir una historia de amor con la amante de Picasso, la deliciosa Adrianne, a quien interpreta Marion Cotillard, sin duda una de las actrices contemporáneas más bellas y delicadas. Tal y como sucedía en Alice (1990) o la divertidísima Edipo reprimido (Oedipus Wrecks, 1989), la fantasía hace su aparición en el relato con una sencillez arrebatadora, simplemente sucede. La magia se cuela entre los callejones de París y atrapa a Gil en su vagabundeo a medianoche. Y de alguna manera nos emociona y sobrecoge la facilidad del realizador para lograr que viajemos junto al protagonista ochenta años hacia atrás, evitando subrayados o elementos ajenos a su propuesta visual.

Sobre otros dos grandes pilares se sostiene esta película. Por una parte, la maravillosa luz que envuelve todas las imágenes, obra del iraní Darius Khondji, quien además de trabajar anteriormente con Allen en la discutible Todo lo demás (Anything Else, 2003), ha puesto su luz al servicio de autores tan diversos como Haneke, Polanski o David Fincher. Y por otra, la magnífica creación de Owen Wilson, quien interpretando, por supuesto, a un trasunto del propio cineasta, consigue que nos olvidemos por completo de éste, hasta el punto de alzarse, con pleno derecho, como el actor que mejor ha sabido dar vida a Woody Allen, con permiso, claro, de Diane Keaton, Mia Farrow y John Cusack.

¿Banal, turístico? Sin duda, pero también un artista en crisis desde hace mucho tiempo que demuestra que todavía es capaz de construir un honesto y emotivo filme alrededor de sus obsesiones y referentes de siempre. Tal vez sea poco, para quienes esperamos que Allen vuelva a realizar piezas tan rotundas como Manhattan (1979),  Zelig (1983) o Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989), pero Midnight in Paris con todas sus irregularidades es una de las fábulas más ingenuas y divertidas de los últimos años. Anunciado ya un nuevo trabajo, Bop Decameron, situado en Roma, y protagonizado por Jesse Eisemberg, Ellen Page, Roberto Benigni o Penélope Cruz, queda claro que Allen continúa incansable con su inagotable ritmo de trabajo. Lejos de sus años dorados, sin duda, el cineasta no deja indiferente a ningún espectador.