Atada y amordazada
La repercusión de producciones televisivas como Perdidos y franquicias cinematográficas como El Señor de los Anillos, Crepúsculo, Piratas del Caribe y Harry Potter —muestras indisimuladas de películas por episodios que han sublimado las ansiedades de una época caracterizada por lo azaroso, lo discontinuo, lo fragmentario— hace urgente una revisión crítica de los seriales que hicieron fortuna en Hollywood entre 1912 y 1956, cuyas fórmulas revitalizaron para nuestros tiempos George Lucas y Steven Spielberg a través de las sagas pioneras Indiana Jones y Star Wars.
A Woman in Grey, producida entre 1919 y 1920 (en España se exhibió durante el otoño de 1923 con el título de La dama gris), es uno de los pocos seriales mudos que han llegado íntegros hasta hoy: doscientos treinta y cinco minutos divididos en quince jornadas. Pero su importancia trasciende el hecho de que haya sobrevivido al tiempo, al hablarnos de los cambios acaecidos en el cine norteamericano del siglo XX entre la década de los diez y la de los veinte.
Se trata para empezar de una de las últimas películas por episodios concebidas para un espectador sofisticado; el éxito de El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation. David W. Griffith, 1914) fue imponiendo entre el público de cierta cultura el gusto por los dramas de largo metraje —en 1920 fueron producidos 796— y los seriales se centraron en la ciencia ficción, la aventura, el western, el thriller y lo bélico. La dama gris es, asimismo, una de las últimas realizaciones de su tipo con una heroína al frente del reparto, tendencia nacida con la Primera Guerra Mundial que daría paso en la década siguiente —curiosamente, 1920 veía aprobar el voto femenino para todo Estados Unidos— a una abrumadora predominancia masculina. También es destacable que La dama gris fuese una producción independiente, casi amateur, y Arline Pretty, su protagonista, una actriz freelance, cuando había empezado a regir en Hollywood la facturación plenamente industrializada y las prácticas monopolistas de distribución y exhibición.
Los fotogramas de La dama gris dan cuenta de la coyuntura fronteriza en que se gestó. Filmada en insólitas localizaciones de Pennsylvania por James Vincent, director de dilatada experiencia teatral, la película prima abundantes exteriores sobre interiores reiterativos e incluye briosas escenas de acción y suspense; lo que permite transigir con un periclitado argumento sobre fortunas escondidas en caserones malditos reminiscente, sobre todo en los episodios The House of Mistery y Circumstancial Evidence, del victoriano Wilkie Collins.
Lo melodramático y lo sensacionalista, lo teatral y lo cinematográfico, van de la mano durante los quince episodios de La dama gris; dejándonos para el recuerdo imágenes iconográficas (véase la Arline morbosamente atada y amordaza de la novena jornada, Burning Strands) que redundan en una turbadora sensación de candor escénico y descaro fotográfico ajena, como postulaba por entonces André Breton, a «todo control ejercido por la razón, a cualquier preocupación ética o estética». En enero de 1922, Will H. Hays era nombrado presidente de la MPPDA y comenzaba la vigilancia moral del cine popular…