Verbo

La hora de Alicia

Señala el popular autor de novelas de misterio y ensayista cinematográfico Stuart Kaminsky que “las películas de terror están abrumadoramente relacionadas con el miedo a la muerte y la pérdida de la identidad en la sociedad moderna”, mientras que “las películas de ciencia-ficción se ocupan del miedo a la vida y el futuro, no a la muerte”. En una sociedad dominada durante tantos siglos por el sentido trágico de la vida y con una cultura consagrada por obligación a la mortuoria imaginería católica, no debe extrañar que en España la producción de ciencia-ficción haya resultado cuantitativamente menor que la de terror. La endémica falta de una infraestructura cinematográfica capaz de soportar y exportar propuestas de este calado también ha jugado tradicionalmente en contra del género.

Y en estas llega Verbo, una reflexión en clave sci-fi sobre el miedo adolescente a no encajar en ningún sitio, el sentimiento de fracaso por no estar a la altura de las expectativas, la sensación de aislamiento potenciada por la mediocre arquitectura de las ciudades más grises. Una propuesta sensible y, si se quiere, abrumadoramente naif, que relee al Cervantes de molinos y gigantes y toma préstamos de las adolescentes heroínas soñadoras e inconformistas imaginadas por Miyazaki y Lewis Carroll. Como ellas, la protagonista de la ópera prima de Chapero-Jackson emprende un viaje metafórico y poético en el que la lucha contra los demonios internos conduce a la aceptación del Yo y a una reformulación de su lugar en el mundo. Esta irrupción de lo imaginario en lo real, que en la ciencia-ficción canónica sirve para reconciliarnos con lo desconocido, aquí conduce a la afirmación de la propia personalidad. De otra manera, Verbo pasa a limpio y redefine las ideas que el director madrileño ya esbozara en su popular trilogía de cortos (recopilados en A contraluz): ni más ni menos que la capacidad de adaptación/reinvención del ser humano en las condiciones más adversas.

Imagino que hasta los más enfurecidos detractores de la cinta, y los hay a decenas a raíz de su pase en los festivales de San Sebastián y Sitges, no se sienten demasiado escocidos por intenciones autorales y referentes. Lo que ha provocado más arqueos de ceja ha sido el envoltorio formal, pero también la osadía de firmar una cinta de tinte social que se escapa de ese binomio “compañeros + pajarillos” (en acertadas palabras de Jess Franco) que triunfa cada año en los Goya, al tiempo que aleja a los espectadores de las salas de cine.

Seguramente Verbo hubiera recibido menos palos si su Alicia de extrarradio (más que convincente Alba García) recreara de forma mecánica ajada jerga adolescente perpetrada por guionistas paniaguados, en lugar de rimar en verso sus frustraciones. Quizá debiera alimentar a sus cinco hermanos menores mientras su padre se alcoholiza y su madre se prostituye, en lugar de angustiarse por un problema tan real y tan adolescente como la imposibilidad de comunicarse con los demás. Seguramente, en definitiva, alguno hubiera preferido el enésimo barrido panorámico de deprimidas barriadas al son de un piano lastimero. En su lugar, Chapero-Jackson esculpe, a base de lirismo grafittero, frenéticas secuencias animadas y un abigarramiento formal a camino entre los mutantes de la Marvel, la estética steam-punk y el imaginario hip-hop, una bonita fábula impregnada de realismo mágico con final feliz, que fluye limpiamente a golpe de ingenio visual y abre las ventanas de un cine adolescente anegado hasta la fecha de adoctrinamientos rancios, pero también de hormonas en erupción. Verbo es rabiosamente fresca, a ratos contradictoria en sus planteamientos y ocasionalmente atolondrada, pero abre una tercera vía para abordar la temática adolescente que no se puede sino reivindicar, mal que le pese a los doctos y a los talibanes del fantástico.