Llegar a las treinta ediciones en casi cuarenta años es un tremendo logro para un evento pequeño y humilde como lo es Terrormolins, más teniendo en cuenta la cercanía en el calendario con festivales de género consolidados como Sitges o la Semana de Donosti (en contextos folclorico-fiesteros quizás más atrayentes). No en vano, el asunto estuvo a punto de irse al garete durante los noventa, años de travesía en el desierto. Coincidiendo con el hito, Terrormolins se hace definitivamente mayor e introduce en su programación una sección competitiva de largometrajes, al tiempo que mantiene su identidad con el concurso de cortos y las legendarias 12 horas de terror. Este año se abrió la maratón con Insidious (James Wan, 2010), probablemente la mejor cinta de terror estrenada en salas durante el año.
Como en la última década del pasado siglo Terrormolins rozó la desaparición, sus responsables han decidido resarcirse programando una breve retrospectiva que incluía Braindead (Peter Jackson, 1992), El ejército de las tinieblas (Army Of Darkness, Sam Raimi, 1992), El dentista (The Dentist, Brian Yuzna, 1996) y El proyecto de la Bruja de Blair (The Blair Witch Project, Daniel Myrick y Eduardo Sanchez, 1999). Suculenta en lo reflexivo: en la actualidad vemos como Jackson y Raimi han vendido su alma al Capital y Yuzna ha intentado hacerlo sin demasiado éxito por todos los rincones del planeta, mientras Mirick y Sanchez han caído en el semi-olvido cuando su obra maestra es la clara pauta de una de las más recientes y exitosas tendencias en terror.
En cuanto a la sección oficial de largos, el slasher gana por goleada… en lo cuantitativo. Se hace evidente la necesidad, dentro del subgénero, de autores con la intención de trascender el simple cliché o de abordarlo como algo más que una carta de presentación para empresas más dignas. La sueca Blood Runs Cold (Sonny Laguna, 2011) desaprovecha el sugerente escenario nevado y unos más que eficientes efectos gore en una historia hipotensa y plagada de momentos irrisorios. Algo similar sucede con Madison County (Eric England, 2011), con una plasmación de la violencia también muy efectiva pero inoperante en sus intentos (y ya es algo) de dotar de cierta frescura al asunto. Sin moverse de los lugares comunes, The Orphan Killer (Matt Farnsworth, 2011) tiene al menos la consciencia de ser un mero pastiche. Desafortunadamente, comete el crimen de pasar de los 100 minutos y abusar del disimulo presupuestario (sí, Matt, nos ha quedado claro que tienes un colega con helicóptero). Vile (Taylor Sheridan, 2011), por su parte, explota el torture-porn con el ojo claramente puesto en la saga Saw. Absurda y llena de carencias, con risibles pretensiones filosóficas, es, con diferencia, la peor película del certamen.
Con este panorama, choca encontrarse una propuesta tan distanciada como la germana The Last Employee (Alexander Adolph, 2010). Oportuna en su crónica del descenso a los infiernos del mercado laboral, se beneficia de la impasibilidad facial del sempiterno nazi-para-todo Christian Berkel. Sutil como los neones del Top Model’s Club, acaba por apretar demasiado las tuercas en su juego de confusión entre realidad y pesadilla, sin dejar de funcionar por ello y evidenciando que la suegra o el escritorio de la oficina pueden ser más terroríficos que cualquier aparición sobrenatural.
Inusual también (y exótica a su manera) es la suiza Sennentuntschi (Michael Steiner, 2010), en la que Roxane Mesquida pone su bello e inquietante rostro a la recurrente fantasía masculina de la mujer salvaje, en su versión alpina. Obstaculizada por su opción de montaje en paralelo, algo confuso pero finalmente previsible, la trama funciona a base de pulsión sexual y la onírica atmósfera de su agreste escenario.
Finalmente, el film más satisfactorio de la sección oficial: Territories (Olivier Abbou, 2010), o cómo los québécois pueden hacer el mismo cine radical que se factura en su antigua metrópoli. Por lo menos en su primera mitad, cuando se nos cuenta la odisea de cinco jóvenes atrapados en la frontera USA-canadiense por unos veteranos del golfo y ex-empleados de Guantánamo algo molestos con los tiempos que corren. Con unos 10-15 minutos iniciales realmente tensos y una continuación sangrante en su parábola sobre la política de seguridad nacional yanqui, la historia sorprende con un giro hacia la investigación detectivesca con una suerte de Martin Balsam (por Psicosis) heroinómano y redentor. Una marcianada.