Restless

Bigger than life

Qué esperar de un adolescente con aspecto de  colgado, que se salta las clases, viste raro y tiene por amigo el fantasma de un kamikaze? ¿Qué esperar de una película con tal protagonista  y que exhibe un extremo romanticismo? Sin duda, cabría esperar lo peor del director de El indomable Will Hunting (Good Will Hunting, 1997) o Descubriendo a Forrester (Finding Forrester, 2001). Afortunadamente no es una cinta de este director sino (siendo un autor de trayectoria un tanto esquizoide en cuanto a estilo se refiere) del otro Van  Sant, el de la trilogía de la muerte y la desesperacion (Gerry, 2002; Elephant, 2003; Last Days, 2005). En cualquier caso, Restless es una pelicula de un director caro a los problemas de los jóvenes y a sus preocupaciones, tanto en sus mejores como en sus peores obras. Gus Van Sant se ha preocupado desde sus oigenes por la fragilidad de la juventud, al mismo modo que hiciera en diversas obras Nicholas Ray, de Llamad a cualquier puerta (Knock on any Door, 1949) a Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, 1955) por citar las obras que se centraban más en este aspecto. Y  no creo que sea una conexion inocente, habida cuenta que Enoch, el protagonista de esta Restless esté interpretado ni mas ni menos, nada casualmente, por Henry Hopper, quien luce la mirada dolida de su padre, (Dennis Hopper, 1936-2010) y la de quien fuera su amigo, en la pantalla y la realidad, el rey del dolor adolescente, James Dean.

Gus Van Sant se enfrenta de nuevo al riesgo de elaborar una obra sobre la fragilidad, sobre dos seres rotos, dos adolescentes envejecidos preamturamente, y debe hacerlo  con extrema delicadeza pero evitando la cursilería o el tópico. Son malos tiempos para la lírica pero tambien para el lirismo y por ello Van Sant debe bordearlo sin caer en el sindrome de Love Story (Id. A. Hiller, 1970), una de las mas lacrimógenas cintas de la historia. Para ello recurre a diversas bazas.  Por una parte, utiliza un guión (de Jason Lew, autor de la pieza teatral) que dosifica sabiamente la informacion para darnos tiempo a conocer a los personajes sin padecer un exceso de datos que constriña la emoción. Por otra parte, la fotografía, aun próxima al color tenue de muchas cintas de los setenta no tiene como finalidad retrotraernos a aquella época sino que busca, permite al espectador, aproximarse a la fragilidad que destila toda la historia. Por su parte, las escenas de fondo muscial, una suerte de interludio semejante al que aparecía en  aquellas películas, permiten un montaje que revela la evolucion de la relacion de ambos protagonistas y en especial la del propio Enoch que va sustituyendo los amigos imaginarios por amistades reales.

 Y es por este planteamiento que la película nos gana la partida, echando prejuicios y desconfianzas por el suelo. Porque Van Sant construye una suerte de partida entre dos perdedores cuyas diferencias son tantas como sus semejanzas. Uno de ellos (evitemos los spoiler) repleto de vida pero abocado a la muerte. El otro devuelto a una vida que rechaza, que no entiende, que no acepta. Dos almas en peligro, pues, frente  a una vida que les viene grande, una vida que les resulta bigger than life, con demasiados sobresaltos, incoherencias y decepciones. Gus Van Sant desarrolla una estrategia excelente pues, sin obviar la trama romántica, enfoca la película como un proceso de redención mutua, como un entrenamiento al que los personajes se someten,  frente a la vida y la muerte. Nos muestra como el amor les ayuda a crecer, cómo les capacita para enfrentarse a sus temores. Esta evolución, esplendidamente mostrada por el director, e interpretada por unos actores en estado de gracia, constituye el eje de Restless.

Van Sant demuestra una vez más su sensibilidad para tratar los conflictos de la juventud, aunque el tono empleado en esta ocasión no sea el que nos tenía acostumbrados. Sigue la relación de Anabel y Enoch para hacernos ver cómo aprender a vivir, más concretamente, cómo aprenden a estar vivos. La fuerza (tal vez poco real) de Anabel permite a Enoch superar sus frustraciones y encarar un incierto futuro. La ternura que ambos exhiben es mostrada con generosidad y sin recato por un Van Sant que puede emocionar sin ser empalagoso. El plano final, la sonrisa de Enoch, se revela finalmente coherente y da a entender que la amistad ha dado sentido a sus vidas. Un final emotivo, tierno, lógico, sensible, inteligente. Un final que habría gustado a Nick Ray.