Cuenta atrás

Sin aliento

Corren días extraños para la distribución cinematográfica. Tan sorprendente es que se acabe estrenando la película que nos ocupa como injusto hubiera sido que no tuviera las oportunidades (aunque realmente no serán mismas) que pueda tener, por ejemplo, El invitado (Safe House, Daniel Espinosa, 2012), propuesta con la que guarda más de un punto en común para acabar resultando infinitamente más satisfactoria.

No sé si Fred Cavayé acabará siguiendo el camino del sueco Espinosa y tantos otros. Hasta donde podemos ver, maldita la falta que le hace. Los cantos de sirena ahí están, en forma de remake— al servicio de Russell Crowe— de su primer largometraje. El segundo es también carne de refrito, pese a que de original tiene poco. Con Cruzando el límite (Pour elle, 2008) y Cuenta atrás, su autor reivindica la posibilidad de un cine europeo de puro entretenimiento que no tiene nada que envidiar en su empaque a cualquier producto facturado en Hollywood. Ni el realizador galo ha hecho nada nuevo ni yo acabo de descubrirlo, pero no puede dejar uno de incidir en el asunto con la coincidencia que se ha dado en la cartelera.

Cuenta atrás comparte con la opera prima de su firmante dos invalorables virtudes: un ritmo frenético y una brutal capacidad de concisión. Su trama es sencilla y directa, despojada de los vanos intentos de complejidad que tanto lastran algunas películas que parecen olvidar su genuino objetivo: entretener. Lo demás, si funciona, es valor añadido.

En eso, o en su ajustada hora y cuarto escasa de duración, la película enlaza con toda una tradición que se remonta al thriller de gente como Rudolph Maté, Phil Karlson o Paul Wendkos y que ha llegado hasta nuestros días, con el consiguiente añadido de los artificios de rigor, mediante films como El fugitivo (The Fugitive, Andrew Davis, 1993), A la hora señalada (Nick Of Time, John Badham, 1995) o Medidas desesperadas (Desperate Measures, Barbet Schroeder, 1998). Con todos esos antecedentes Cuenta atrás comparte la consabida, pero bien llevada, trama del individuo corriente enfrentado por azar a fuerzas que le superan.

Aunque si hay una lumbre que calienta especialmente esta historia, y le da parte de su valor añadido, esa es sin duda la prendida por un tipo como Olivier Marchal. Sin participar directamente (que yo sepa) en la producción, el autor de MR 73 (2008) parece el mentor espiritual del asunto. No en vano, Cavayé trabajó con él en Cruzando el límite. Los ambientes policiales y criminales de la película parecen emanar directamente de la imaginación de Marchal. La fotografía de Alain Duplantier es un calco de la de Denis Rouden para las obras del director de Asuntos pendientes (36 Quai des Orfevres, 2004). Acaba de rematar el vínculo, la aparición de rostros marchalianos como el inmenso Gerard Lanvin— aunque éste trabajaría con Marchal a posteriori— o Moussa Maaskri. Su presencia, sumada al notable trabajo de Gilles Lelouche y de un Roschdy Zem que ha nacido para estos papeles de cabrón con carisma, hace lamentar con más fuerza que en otros lugares no parezca posible prescindir de caretos bonitos de moda en TV.