«Me follaría a Elvis»
Esta es la confesión con que Clarence Worley (Christian Slater) da inicio a Amor a quemarropa (True Romance, Tony Scott, 1993). Por lo visto, Nicolas Cage compartía inquietudes con Clarence y decidió resolverlas de la manera menos homosexual posible: casándose con la hija de El Rey. Así es Nic, un tipo cuyas ocurrencias pudieron hacer que Oliver Stone le diera un papel acorde a estas en World Trade Center (2006). Un tipo que siempre ha rozado el delirio interpretativo, incluso en sus momentos más serios. Un tipo que ha logrado que servidor vea todo lo que hace, independientemente de sus atractivos cinematográficos, solo por ver qué nuevas locuras se le han pasado por la cabeza, dando pie a un juego de la especulación bastante divertido y que va más allá de su trabajo. Estoy seguro de que Cage no lleva mal lo de la alopecia y esa tendencia a calzarse roedores muertos en la cabeza responde a algún fanatismo por Davy Crockett. Porque así es Nic.
La primera entrega cinematográfica de Ghost Rider hacía patente lo anteriormente explicado. Cage lograba convertir en desvarío una millonaria superproducción basada en un personaje de la Marvel Comics. Por desgracia, el realizador Mark Steven Johnson era incapaz de dotar al film de ningún plus adicional. Además, el film era imperdonablemente aburrido. Quizá el resto de participantes no se lo tomaron como el protagonista del asunto. Ahora se ha pensado en el tándem Neveldine/Taylor —intuyo que por el final de su Crank. Alto voltaje— para intentar dar más combustible adulterado a la carrera de Nic hacia la locura. El invento no ha acabado de funcionar.
El mayor problema de Ghost Rider. Espíritu de venganza es el mismo que tenían recientes propuestas con similares intenciones: Sed de venganza (Faster, George Tillman Jr., 2010), Machete (Robert Rodriguez, 2010), Furia ciega (Drive Angry, Patrick Lussier, 2011) o Hobo With A Shotgun (Jason Eisener, 2011). El desmadre no es efectivo si el ritmo no es el adecuado y eso vale tanto para la comedia como para la acción. La película que nos ocupa evidencia esa arritmia, especialmente en la parte central del relato y no llega a despegar definitivamente. Y es una lástima porque, pese a su lamentable guión, los responsables del invento habían encontrado el tono preciso para la historia: una trama sencilla de venganza y enfrentamiento directo con las fuerzas satánicas. No nos engañemos, el personaje nunca ha dado para mucho más.
Nos queda como bagaje positivo el saco de chuminadas del amigo Cage, un clímax donde se consigue visualizar por fin a un Motorista Fantasma realmente impactante e iconográfico (le sienta bien la luz del sol) y Violante Placido como evidencia de que Michele es un buen actor, un notable cineasta y un excelente fabricante de bámbolas. Si el ritmo es fallido lo mismo podemos decir de los supuestos alicientes frikis. Del mismo modo que sorprende que Neveldine y Taylor no hayan sabido o querido insuflar el frenetismo de dibujo animado que tenía su saga Crank, extraño es también lo caprichoso que parece incluir a un actor de pseudo-culto como es Christopher Lambert para no hacer nada interesante con él. Por lo menos, la intervención de David Carradine en Crank. Alto voltaje era bastante cachonda y acabó siendo trágica y grotescamente premonitoria.
Vamos, que yo me eché algunas risas con la película, pero para nada pasé el rato de diversión a tutiplén que todo parecía anunciar.
Nicolas Cage y los peluquines: esa relación simbiótica. Semejante temazo pide una tesis ya: ¿alguien se atreve?