En 1963, Marvel ya había presentado en sociedad a la mayoría de sus superhéroes más emblemáticos. Para rematar la jugada, tan sólo faltaba poner en el mercado títulos protagonizados por supergrupos, con el objetivo de explorar hasta el fondo las nuevas dinámicas de narración y caracterización de los personajes con las que la compañía estaba revolucionando el mercado. En septiembre de aquel año se publicó el primer número de la escuela de jóvenes mutantes dirigida por Charles Xavier. Los X-Men se convirtieron pronto en una metáfora nada disimulada de las minorías raciales y sociales, que introdujeron en la lectura de cómics a nuevos segmentos de la población. Faltaba encontrar un blockbuster para todos los públicos, un grupo en el que militasen algunos de los héroes más poderosos de la editorial, como ya hacía la editorial rival, DC, con la Liga de la Justicia.
¡Vengadores, reuníos!
El mágico tandem Jack Kirby/Stan Lee tiró en esta ocasión de inventario existente para confeccionar la agrupación. La primera formación original de Los Vengadores incluía a el Hombre Hormiga, su encantadora novia Janet Van Dyne (la Avispa), Thor, Iron Man y Hulk. Tan sólo faltaba una excusa para unirles en combate: las argucias de Loki, hermanastro del dios del trueno. Los Vengadores, a diferencia de otras formaciones de Marvel como Los Cuatro Fantásticos, no están unidos por lazos de consanguinidad. Únicamente les une el deseo común de servir y proteger al mundo. Como señala Robin S. Rosenberg (The Psychology of Superheroes: an Unauthorized Exploration. Benbella Books, 2008. p. 8.), hablamos de una colección coyuntural de individualidades, lo que explica que los cambios en la alineación se sucedan con frecuencia. Ya en el nº 2 del primer volumen de la colección, Hulk abandona el grupo, al verse incapaz de trabajar en equipo. Sólo dos números después, el resto de miembros encuentra congelado en un bloque de hielo y flotando a la deriva el cuerpo de Capitán América, la leyenda viva de la II Guerra Mundial, que no tardará en unirse a filas. Para el nº 16, los miembros fundadores deciden tomarse un descanso y aprobar la entrada de nuevos vengadores: Ojo de Halcón y los hermanos Wanda y Pietro Maximoff (con los alias de la Bruja Escarlata y Mercurio). Todos ellos al otro lado de la ley, por razones equivocadas, y a la espera de redención. Con el tiempo irían incorporándose otros personajes como la Visión, Pantera Negra, Hércules, etc.
Sería una tarea titánica citar la cantidad de superhéroes que han pasado por las filas de Los Vengadores en sus casi cincuenta años de existencia. Casi tanto como resumir sus aventuras cronológicamente o dar cuenta de los grupos paralelos en los que se ha escindido la formación con los años. Sí que nos detendremos en algunas constantes, forjadas a base de tiempo y la imaginación de decenas de guionistas, dibujantes y rotuladores. En cualquiera de sus encarnaciones, Los Vengadores se dedican a combatir el tipo de amenazas que ningún héroe podría afrontar en solitario: guerras intergalácticas, robots homicidas, mad doctors megalómanos con ansias de conquista universal o agrupaciones de varios villanos, como los Amos del Mal. No es lo habitual verles patrullando por las calles para impedir delitos menores, ni siquiera enfrentándose a capos de la Mafia, como sí hacen Spiderman o Daredevil.
Las relaciones entre sus miembros nacen más del respeto que del cariño, aunque el tiempo haya forjado amistades inquebrantables como la del Capitán América y Ojo de Halcón. Lo habitual es que surjan roces en el seno del grupo. A veces, por la imposibilidad de conciliar magia y creencia. Otras, por crisis de liderazgo. En ocasiones, en fin, por una disparidad de caracteres que acaba resolviéndose con un acto de nobleza en el campo de batalla. Quienes crecimos leyendo cómics de Los Vengadores y hoy ya nos peinamos con canas, recordamos encontronazos míticos, como los del segundo Hombre Hormiga con Sota de Corazones o la rivalidad entre Wonder Man y la Visión. A los Vengadores también les gusta prodigarse en otro tipo de roces. Aquí también se lleva la palma el infatigable Ojo de Halcón, cuyo incurable donjuanismo le ha llevado a seducir, o al menos intentarlo, a casi todo el elenco femenino de la formación.
Los Vengadores gozan de una serie de privilegios. Entre ellos, la posibilidad de utilizar las dependencias de la mansión de Manhattan que les sirve de base (tras la penúltima destrucción, trasladaron sus bártulos ¿definitivamente? a la Torre Stark), reconstruida y remodelada en incontables ocasiones, gracias a la fortuna inagotable del millonario Tony Stark, la personalidad civil de Iron Man. También se les ha ofrecido un salario fijo si las necesidades aprietan, y los atentos servicios de Jarvis, el fiel mayordomo de la mansión. A cambio, han de someterse a una disciplina estricta: todas las decisiones se adoptan de forma democrática, las jefaturas rotan cada cierto tiempo y las nuevas formaciones se han de presentar a los medios en tumultuosas ruedas de prensa. Se lleva muy mal que las circunstancias personales de sus miembros acaben afectando al grupo. Cuando así sucede, no se duda en expulsar al interfecto por un tiempo, aunque siempre se dejen las puertas abiertas. Como dice uno de sus lemas más conocidos: “Vengador una vez, vengador para siempre”.
Los Vengadores se emplean a fondo en combate. Pueden romper huesos y mandíbulas, pero nunca matan. Al menos lo evitan siempre que pueden, e incluso cuando han provocado una muerte accidental han de enfrentarse al juicio sumarísimo de sus compañeros. Esta fue durante muchos años unas de las reglas de oro no escritas del grupo, al menos hasta los años 90. En las viñetas finales de Operación: Tormenta Galáctica acaban con la vida de Inteligencia Suprema, una forma de vida tecno-orgánica que ha provocado un devastador genocidio entre su propia raza, los Kree. La decisión provoca la deserción del Capitán América, incapaz de aprobar un asesinato en cualquiera de sus formas.
Escenas de un matrimonio
El carácter y circunstancias de cualquier de los miembros fundadores de Los Vengadores ha oscilado en función de los guionistas a cargo de la colección, aunque siempre manteniendo las constantes fijadas por Lee y Kirby. La evolución más lograda, también la más polémica, es la sufrida por Henry Pym. En los primeros números se nos muestra como un eminente científico entregado a su trabajo, que lleva bastante mal los constantes escarceos de su pareja con el resto de Vengadores. Y es que a Lee siempre se le dieron mejor los retratos masculinos, la verdad. Con el tiempo, Pym ha ido desarrollando una inseguridad creciente por no sentirse a la altura de sus compañeros, que ha tratado de paliar recurriendo a diferentes trajes y alias: el Hombre Hormiga, el Hombre Gigante, Goliath, Chaqueta Amarilla… Su inestabilidad psicológica le ha llevado a sufrir unas cuantas crisis de desdoblamiento de personalidad, cuando no una esquizofrenia galopante. Esta insatisfacción permanente le llevó incluso a golpear a su mujer en un momento de ira —sucedió en Consejo de guerra (Los Vengadores Vol I, nº 213)—, convirtiéndole al instante en uno de los personajes más odiados de los fans de Marvel. La expulsión temporal del grupo y su caída en desgracia vendrían poco después. Desde entonces, la pareja se ha odiado y reconciliado de manera intermitente. De paso, han protagonizado uno de los momentos más comentados de la historia de Los Vengadores (Vol. 3, nº 71), al aprovechar sus poderes para cambiar de tamaño en una explícita noche de pasión en Las Vegas. La obsesión de Pym por su ex esposa no sólo no se ha calmado, sino que se ha disparado hasta lo patológico tras la muerte de ella.
Pym es también responsable de la creación del temible robot Ultrón (Vol. I, nº 54), quizá el archienemigo por excelencia de Los Vengadores, si nos olvidamos de Kang el conquistador. Sucedió cuando se afanaba por diseñar una forma de vida artificial, que se acabó rebelando contra su creador. Desde entonces, el retoño robótico de Pym aquejado de complejo de Edipo ha vuelto en varias ocasiones, para hacerle pagar por sus excesos de demiurgo. Por si no estaba claro el homenaje al mito de la criatura de Frankenstein en versión de la Universal, Ultron, acabaría por construir una compañera robótica, Jocasta, con el tiempo también futura vengadora.
SOBRE LA CRÍTICA A «LA MAQUINA DEL TIEMPO» DEL 2002: FELICITACIONES DE VERDAD, LEÍ SU OPINIÓN SOBRE LA BASURA ABOMINABLE QUE RESULTÓ ESA película, FUE TAN MALA QUE YO NO SABÍA DE ELLA HASTA HACE UNOS MINUTOS QUE LA TRANSMITIERON EN TV POR CABLE. EN ADELANTE LEERÉ MÁS DE SUS ARTÍCULOS.