Variaciones Smith
Ha pasado la friolera de quince años desde el estreno del primer Hombres de negro (Men in Black. Barry Sonnenfeld), y resulta evidente que no ha sido en balde. Ni para nosotros, que somos más raspas, ni para el cine comercial facturado en Hollywood, que si tuvo algo parecido a la inocencia, a estas alturas ya ni los rescoldos. Así las cosas, no está de más recordar que el escaso interés que allá por 1997 presentara Hombres de negro se asentaba en su entrañable falta de pretensiones, el desparpajo con el que se mezclaban los más diversos referentes genéricos y, sobre todo, la calidad de unos efectos visuales que, por aquel entonces, aún eran capaces de atraer por si mismos al gran público a las salas de cine. Pese a la coartada de adaptar para la gran pantalla una ignota novela gráfica, las populares correrías de los añorados Mulder y Scully —Expediente X (The X-Files. Chris Carter para Fox, 1993-2002)— constituían el caldo de cultivo propicio para un acercamiento paródico, cartoonesco, a la teoría de la conspiración tan en boga a mediados de los noventa. El buen hacer de un inspirado Tommy Lee Jones, contrapunto estólido del rutilante action hero en que empezaba a convertirse Will Smith, terminó por redondear un entretenimiento amable, bendecido además en taquilla.
Y es que los casi 600 millones de dólares recaudados —recordemos, 1997— son la razón última de que, transcurridos quince años y un sin fin de problemas de producción, nos llegue la secuela. Y sí, no me he olvidado de ese desatino estrenado en 2002, denominado Hombres de negro 2 (Men in Black II. Barry Sonnenfeld) que cuadró el balance de resultados pese a que todos los Razzies del mundo no le hacen justicia; el propio director, haciendo gala de una honestidad que le honra, confiesa a Gabriel Lerman en la entrevista publicada en el número de Mayo de la revista Imágenes de actualidad “[…] creo que la segunda fue una aberración pero, gracias a Dios, aprendimos de ella y pudimos recuperarnos.” ¿Lo suficiente? Sólo a medias; siendo constructivos, Hombres de negro 3 (Men in Black III. Barry Sonnenfeld, 2012) se sigue sin pensar en exceso en la lista de la compra, y tiene algún que otro apunte de interés. Pero no puede evitar estrellarse en el mismo punto en que lo hiciera su inane predecesora: servir de vehículo de lucimiento absoluto para la versión más cargante de Will Smith, ese tipo tan simpático fuera del set de rodaje que, cuando se gusta a sí mismo, deviene habitualmente en parlanchín insoportable.
Traspasando sin rubor la delgada línea que separa el ser divertido del hacérselo, para entendernos, y que a un servidor no le parece una cuestión menor. De hecho, en el primer Hombres de negro las humoradas de Mr. Smith/agente J se insertaban en un contexto de descubrimiento, equilibradas por la matizada vis cómica de Mr. Jones/ agente K y la catarata de situaciones surrealistas y alienígenas psicodélicos. Lo que entonces era un elemento más del conjunto ha terminado por aflorar sobre los restantes, asimilado el universo ficcional y progresivamente ninguneado su trajeado compañero de armas, descompensando con resultados catastróficos —Hombres de negro 2— el producto resultante. En la película que nos ocupa al bueno de Tommy Lee Jones se le ve menos de lo que sería deseable, pero al menos los responsables del asunto han tenido la feliz idea de trasladar gran parte de la acción a la década de los 60, jugando a placer con los estereotipos visuales y sonoros de la época, lo que no puede resultar más congruente con el devenir de una serie que ha cimentado gran parte de su éxito en el guiño pop, ya sea a costa de Elvis Presley, Michael Jackson o Lady Gaga.
El gran problema a este respecto, endémico en la saga, es que a duras penas se trasciende la cita autocomplaciente. Valga como ejemplo la secuencia que tiene lugar en la Factory de Andy Warhol, mucho más hilarante sobre el papel de lo que finalmente resulta, incomprensiblemente desaprovechadas sus posibilidades cómicas. Y es que pese a tratarse de un cineasta que ha consagrado el grueso de su filmografía al humor, Barry Sonnenfeld no termina de encontrarle el punto hilarante a la mayoría de las situaciones —con la notable excepción de las puramente visuales, de sanísima filiación slaptick: la resolución de la pelea en el restaurante chino—, se diría que constreñido por unos condicionantes de producción que a todas luces le vienen grandes, y la necesidad de dejar el debido espacio para el lucimiento de la estrella. En riguroso segundo plano, la participación del siempre solvente Josh Brolin encarnando a una versión juvenil del agente K se revela de lo más acertada, reviviendo en los mejores momentos de la función el divertido choque de caracteres que tan bien funcionara en la primera parte, sin caer en el mero ejercicio mimético; también se agradece que el consabido villano extraterrestre destructor de mundos esté mejor perfilado de lo acostumbrado, así como el esfuerzo por conferir a la ambigua relación existente entre nuestros dos hombretones un leve espesor dramático, que ante el atropellamiento narrativo marca de la casa se queda en epidérmica declaración de intenciones. Lo cierto es que esta irregular, derivativa y más bien justita en carcajadas Hombres de negro 3 no es, a fin de cuentas, sino la tercera parte de algo que no debería haber tenido segunda, y eso no lo remedia ni el mejor equipo de producción made in Hollywood; cosa distinta es hacer nuestra la lógica ilógica del mercadeo cinematográfico, y seguir riéndole las gracias al bueno de Will Smith por unas cuantas secuelas innecesarias más.