Infiltrados en clase

God, I love high school

Siempre quise que en mi instituto pasaran cosas así. Me refiero a tramas de narcotráfico o, puestos a pedir, asesinatos que nos hicieran adultos antes de tiempo. O el insólito descubrimiento de que varios profesores del centro son miembros de un culto religioso que celebra extraños rituales los fines de semana en el gimnasio. Convenientemente decorado. Sin embargo, aún no ha llegado la película que mixture adolescentes e investigación y me convenza del todo. No lo hizo Brick (Rian Johnson, 2005), que era un poco demasiado correcta y un poco demasiado indie, agradable pero sosa, ni Simon Werner a disparu (Fabrice Gobert, 2010), de la que no recuerdo mucho. Society (1989) de Yuzna me resulta bastante más simpática, y la deliciosa cinta de animación Monster House (Gil Kenan, 2006) conectó, en mi caso, de una forma mucho más satisfactoria que Super 8 (Abrams, 2011) con aquél particular ímpetu curioso de la infancia, el querer abrir todas las puertas y revelar todos los secretos. A mí me habría gustado ser algo así como Veronica Mars pero en chico o en lesbiana.

Me diréis, de todas formas, que Infiltrados en clase no va para nada de eso, y es verdad. La película de Phil Lord y Chris Miller es una revisión de Jóvenes policías (21 Jump Street, Stephen J. Cannell & Patrick Hasburgh (1987-1990), una serie protagonizada por Johnny Depp, cuyo cameo es uno de los momentos épicos de la función. Pero los directores de Lluvia de albóndigas (Cloudy With a Chance of Meatballs, 2009) se sirven del material original no para reverenciar una vez más la década de los 80 ni para despertar la nostalgia de los fans de la serie original, que no sé si los hay, sino para perpetrar una comedia absurda con todas las de la ley. Jonah Hill lleva estrenadas ya tres películas en España este año (tras Moneyball y, hace nada, El canguro) y me atrevería a decir que esta que nos ocupa es, con diferencia, la mejor de todas, a la espera de que nos llegue The Watch, una prometedora comedia de ciencia ficción coprotagonizada por Ben Stiller.

Pero ocurre que, no sé si por agotamiento comédico o por que a la Nueva Comedia Americana le hacen falta nuevos profetas, no tengo mucho que decir sobre Infiltrados en clase. Es una película, a ratos, muy divertida. Que sea muy divertida a ratos no implica que a veces deje de serlo, sino que lo es un poco menos. Pero a un filme que comete la excelencia de contar con Ellie Kemper (Erin en The Office USA), ni que sea en un pequeño papel, se le perdona todo. El gran acierto de Lord y Miller es no tomarse nunca demasiado en serio lo que nos cuentan: la película puede funcionar a ciertos niveles como un ajuste de cuentas con el instituto como concepto, pero, ante todo, vive por y para el gag, y quizá ello se deba en parte a que los directores provengan del cine de animación y sepan que el ritmo, en una comedia, es esencial. Parte del mérito es también de Michael Bacall, que antes de escribir esta película firmó el guión de aquella joya de orfebrería videojueguil que era Scott Pilgrim vs. The World (Edgar Wright, 2010). Su libreto no para de hacer apuntes jocosos y metareferenciales sobre el mismo filme y sobre las palabras que salen de la boca de sus personajes. Por alguna razón, además, al tal Bacall le da por meter, cada dos por tres, algún chiste relacionado con los estereotipos. La verdad es que tiene que ser jodido pegarle a un negro gay pero descubrir su condición sexual después de haberle golpeado y que empiecen a acusarte de homofobia…

Podría haber sido una de las comedias del verano si hubiera llegado en verano, pero ya casi la han retirado de los cines y creo que se quedará, simplemente, en la comedia de los últimos dos meses. Hay una buena noticia y es que han renovado Community (Dan Harmon, 2009-) por una temporada más. No sé si es del todo buena para los espectadores de comedia, porque luego pasa como me pasa a mí a veces, que me veo cada semana una pequeña maravilla de veinte minutos y luego ya nada me sorprende en exceso. Aunque Infiltrados en clase crece en mi cabeza, incluso contra mi voluntad, quizá se trate de algún tipo de droga que hace que cuanto más trato de minimizar el recuerdo de la película más convencido estoy de que MOLA, en mayúsculas.