George y Linda van en coche (y se estrellan)
Es difícil que a nadie que haya seguido con interés la trayectoria de David Wain le disguste su última película. Yo ni siquiera llegué a plantearme dicha posibilidad. Básicamente porque, en mayor medida, es, como sus tres largos anteriores, cine hecho por y para amigos. Los que ya tenía y los que ha hecho por el camino. Aunque produzca Judd Apatow, ahí están algunos de los de siempre: Ken Marino, Paul Rudd, Joe Lo Truglio, Kerri Kenney o Zandy Hartig, su divina esposa. Otra cosa es que cada vez que Wain estrene algo nos veamos obligados a evaluarla en base a si está al nivel de Wet Hot American Summer (2001), su debut y, hasta la fecha, su mejor filme. También podemos preguntarnos hasta qué punto fantasea Wain con la película perfecta, aquella que hará que su nombre sea inscrito con letras plateadas en el firmamento de la comedia americana. O en cualquier firmamento que pueda verse desde aquí. Fuera los agravios comparativos: Sácame del paraíso mola, y punto. Salen penes. Hay alguna teta, aunque las de Jennifer Aniston nos las sirvan borrosas. No falta el momento musical marca de la casa. Ni las drogas. Y el bueno de Paul Rudd supera con creces la barrera de lo desternillante cuando se pone a decir cosas soeces frente al espejo, tratando de infundirse valor para cometer un poco de adulterio.
Si hay algo que siempre me ha incomodado de la gente metida en eso que llaman estilos de vida alternativos es su poca propensión al humor para con ellos mismos. Hay muchos chistes sobre vegetarianos o sobre el 15-M pero rara vez provendrán de dentro del movimiento. A mí esto me parece raro, claro, porque la mayoría de los chistes que hago provienen de mi misma persona. El caso es que a veces tengo la sensación de que esta gente se lo toma muy en serio, demasiado en serio, como si temieran que un chiste ligeramente malintencionado pudiera agrietar el suelo bajo sus pies e instalar toda clase de dudas en sus cerebros. Pues bien, la película de David Wain nos presenta a George y a Linda, un matrimonio middle-class (Rudd y Aniston) que, por una serie de azares del destino, decide experimentar la vida en Elysium, una comuna en la que conviven una serie de personajes que no necesariamente llevan ropa y, si la llevan, es harto colorida. Sin embargo, aunque a priori pueda parecerlo, el filme no lanza sus dardos exclusivamente sobre los hippies. El guión de Wain y Ken Marino apunta que puede y debe haber formas de vivir la vida distintas a las que conocemos pero igualmente válidas. Su mirada sobre los habitantes de la comuna es divertida antes que cínica, quizá escéptica pero siempre curiosa e incluso tierna, y es precisamente la pareja protagonista la que, conforme avanza el filme, va quedando en evidencia, siendo víctima de sus propias contradicciones burguesas. Al fin y al cabo, los habitantes de Elysium podrán tener costumbres peculiares, pero la mayoría de las veces parecen encantados de la vida con ellas… aunque al personaje de Alan Alda, uno de los honorables fundadores de la comuna, le apetezca un buen trozo de carne de vez en cuando.
David Wain me contaba, en una entrevista que le hice años atrás y que reciclé para un artículo en el especial de Miradas sobre la Nueva Comedia Americana, que Los diez locos mandamientos (The Ten, 2007), su segundo filme, no trataba sobre religión sino que partía de la premisa religiosa para contar algunos buenos chistes. Podría decirse algo similar de Sácame del paraíso en relación con el ecosistema de la comuna, sobre todo a aquellos que se quejan de la falta de profundidad de la película, como si el cineasta de Ohio pretendiera hacer un documental sobre el movimiento hippie o cargar de matices a unos personajes que, en realidad, son ante todo elementos para armar sketches de humor absurdo. Y hay unos cuantos muy buenos. La mano conciliadora y terapéutica de Judd Apatow —ese señor que, ante la disfuncionalidad, ha bajado del cielo para decirnos que no pasa nada, que ya maduraremos; quizá tiene razón, pero a mí aún no me apetece hacerlo— se percibe en el algo impostado desenlace de la película, donde todo el mundo parece encontrar su lugar, lejos del tono sarcástico y desmitificador con el que Wain resolvía las distintas tramas de Wet Hot American Summer. Pero, aún con Apatow a bordo, el conjunto puede tener una apariencia más convencional que otras películas de su director, pero sigue teniendo el encanto hilarante de todo lo que Wain ha rodado hasta la fecha. Por mi parte, tan sólo puedo desear que el codearse con actores de primera fila y productores prestigiosos no domestique demasiado el talento de este tipo con gafas al que conocí una madrugada de sábado en los primeros días del canal Cuatro. Seguiremos atentos al firmamento. Recuerden que un cómico fuera de toda duda como es Adam Sandler hizo unas cuantas películas antes de alcanzar cimas del calibre de Little Nicky (Steven Brill, 2000), Ocho noches locas (Eight Crazy Nights, Seth Kearsley, 2002) o 50 primeras citas (50 First Dates, Peter Segal, 2004).