Carmina o revienta

Sobreviviendo, que es gerundio

Pese a que esta maldita crisis que nos tiene acogotados a golpe de indicador macroeconómico es, dicen, de alcance global, se manifiesta en nuestro país con sus propios matices diferenciales. Uno duda ya a estas alturas hasta de su propia sombra, pero estaremos todos de acuerdo en que los códigos representacionales que subyacen a un título de las características de Carmina o revienta (Paco León, 2012) no son muy diferentes, pongamos por caso, a los presentes en obras como Plácido (Luís García Berlanga, 1961) o El pico (Eloy de la Iglesia, 1983). La realidad es la que es, y si dejamos de lado los convencionalismos ligados a una época concreta lo que queda es el retrato de unos tipos humanos muy reconocibles obligados a lidiar con situaciones límite de la única manera que conocen: tirando de esa mezcla de desparpajo y cara dura que denominamos picaresca.

El principal logro de este docudrama disfrazado de comedia es poner rostro a la crisis, o mejor dicho rostros: las conversaciones entre Carmina Barrios y María León, madre e hija en la realidad y en la ficción, son de una verosimilitud desarmante, en las antípodas del maniqueísmo panfletario que ha caracterizado a buena parte del cine concienciado. En sus tensas diatribas acerca de esto y aquello se cuelan con meridiana claridad las lagunas de un sistema educativo que condena a una parte importante de la sociedad española a la indigencia intelectual, la ausencia de motivaciones vitales que vayan más allá de hablar por el móvil a todas horas o fumar un cigarrito tras otro. Sin levantar en exceso la voz pero con una contundencia digna de mejor causa, la aparente intrascendencia del tratamiento esconde una carga de profundidad que seguramente a muchos les pasará inadvertida, entretenidos con la incontinencia verbal de Carmina y allegados: el retrato de un paisaje social terrible, no por conocido menos desalentador.

Eso al fondo, porque ocupando el primer plano el protagonismo absoluto, por momentos irritante, de un personaje-río que constituye por si misma la razón de ser de la propuesta; Carmina Barrios lo es todo en la película, y su hijo se pliega embelesado a su particular, idiosincrática forma de ser, subordinando la narración al seguimiento de unas peripecias vitales —en pos de la supervivencia de los suyos— que en sus mejores momentos retrotraen a la inmediatez underground del Almodóvar de la movida o el John Waters más escatológico. El problema es que tirando del manual del debutante, Paco León abusa del didactismo innerente al primer plano a cámara, encadenando una sucesión de monólogos que terminan por resultar cansinos, pese a las evidentes tablas de su señora madre. Cuando la acción se airea y hacen acto de presencia los restantes integrantes de esta tropa de desclasados, la apuesta por el realismo sucio de extrarradio adquiere mayor significación, aumentando considerablemente el interés de lo contado.

En Carmina o revienta resulta así mucho más estimulante lo que le sucede a esta sinpar working class hero que lo que nos confiesa desde su desangelada cocina, y el peculiar sentido del humor que preside estas situaciones surrealistas convierte en sumamente ameno el visionado de un filme atípico, tan criticable por sus evidentes defectos formales como defendible por la convicción, no exenta de cariño, con que retrata un microcosmos sevillano tan marginal como reconocible, sin mistificaciones de andar por casa. Tal vez el futuro del cine social, parece querer decirnos Paco León, pase por el háztelo tú mismo, Internet mediante. Sí esto es así, ¿Qué mejor manera que tirando de la familia?