Desnudos, manzanas, mentiras
El día 1 que es realmente el día 3 pero es que la gente de Miradas también se casa y tuvimos un enlace (no un link, freaks) y uno hizo de tripa Martin Millers y tuve que aterrizar en tren un par de días después de lo previsto. Así que no podré hablar de las del concurso oficial de Arbitrage (que se estrena pronto), Argo (de la que me han hablado bien), El muerto y ser feliz (que dicen que me va a gustar aunque no me gustó nada La mujer sin piano y bastante Lo que sé de Lola) y Dans la maison que ha dejado a todo el mundo encantado. Y lo siento porque tengo mono y me gustaría haberlas visto todas.
Pero la vida es así, amiguitos, larga, recta y sin vuelta atrás. Como una autopista en Albacete, Como darte de alta en Telefónica. Como la nueva película de Fernando Trueba y eso que no dura más de hora y tres cuartos. El artista y la modelo es un ejercicio artificioso más que artificial, voluntarioso y cuidado pero con demasiada piedra sin tallar. Ensimismado, trasnochadamente cinéfilo e intelectual de tertulia con bigotes, Trueba se desnuda ante si mismo en un drama donde el conflicto se solapa con las diferentes batallas que lo personajes libran con sus propias sombras: la piedra de Rochefort contra la carne de Folch, el pincel versus la mirada, la juventud que se escapa de las manos de quien la recrea enfrentada al orgullo del uniforme cotidano de quien se desviste. Trueba intenta hacer una pequeña pieza de mucho arte y poco ensayo que acaba siendo victima de sus convicciones y de sus convenciones, de su literatura y de su concepción del arte como compendio y mejora de todas las artes. Y al mismo tiempo, y sin querer sonar contradictorio, se erige en una propuesta agradable y capaz de soslayar con naturalidad todos sus defectos de fondo y alcanzar momentos estimables como la escena del crítico de arte nazi.
Pablo Berger sí que vuelve a acertar de pleno con sus segunda película. Blancanieves es un master de recursos y de registros, una exhibición de lenguaje(s), que desde el primer momento consigue un equilibrio perfecto entre las diferentes capas que conforman su complejo entramado de referencias, sugerencias y certezas que basculan entre el melodrama mudo y el musical silente. Entre lo morfológico y lo sintáctico. Entre el plano y el montaje. Como si de un The Crowd cañí se tratase, como si Benito Perojo hubiera tenido a su cargo a Emil Jennigs, como si Lonesome (1935) de Paul Fejós se hubiera rodado en Las Hurdes, como si Florián Rey hubiera podido vivir 118 años y/o Tod Browning haber nacido en Utrera, Blancanieves desafía el conformismo y el sagrado binomio que intenta separar sin demasiada fortuna lo antiguo de lo moderno, para mediante un clinic de estilo y conocimiento marcar un nuevo camino donde la historia del arte o del cine tiene menos que decir que el propio arte del cine en sí. Berger, que tiene la capacidad de un maestro y la humildad de un alumno, embauca, domeña, somete, inocula al público (boquiabierto, sorprendido) toda la fuerza de una narrativa basada en una puesta en escena que no deja títere con cabeza ni maestros sin homenaje. De Von Stronheim a Keaton, de Mautitz Stiller a Murnau.
Otras referencias más modernas maneja Bart Layton a la hora de elaborar The Imposter, su eficiente y original documental donde lo falso y lo verdadero se llega a escapar hasta de su presuntamente honesta mirada. La historia de un chico francés y moreno de 23 años que se hizo pasar por un norteamericano rubio de 16 años que llevaba 3 desaparecidos y la aceptación de la familia de éste de la mentira y del nuevo familiar, le sirve a Layton para cuestionar todo lo que se encuentra a su paso: los propios conceptos de verdad y mentira, la institución familiar como núcleo de amor y convivencia, los detectives privados, los vecinos que salen en la noticias diciendo que Mengano siempre saludaba, la propia estructura del thriller y sus giros argumentales, la lógica absurda del cine genérico, los descubrimientos en el último minuto, los documentales que solucionan enigmas. Eso lo emparenta con ejercicios de estilo como Lake Mungo (Joel Anderson, 2008) o Intimidades de Shakespeare y Victor Hugo (Yulene Olaizola, 2008) o con thriller metalingüisticos como Sospechosos habituales (Bryan Singer, 1995) o Memento (Christopher Nolan, 2000). Recomendable y sugerente The Imposter sorprende porque parece la obra de un director que no paró de ser sorprendido durante todo el rodaje.
Magnífico, Lolo, como siempre