La casa-árbol del terror VII

Este episodio comienza con una de las típicas torpezas de Homer, quien al intentar encender una candela en el interior de una calabaza se acaba prendiendo fuego a sí mismo. Después veremos la típica escena en el que la familia se dirige corriendo al sofá para ver la televisión, pero la muerte se les ha adelantado y, para no ser molestada, todos ellos caen fulminados al acercársele.

En el primer episodio, The Thing and I —cuyo título podría derivar de la obra musical de Oscar Hammerstein II y Richard Rodgers El rey y yo (The King and I, 1951), llevada al la gran pantalla en varias ocasiones—, Bart descubre que sus padres esconden en el desván a Hugo, su hermano siamés, un niño deforme que fue separado de su familia al ser tomado como el gemelo malo, asistiendo a algo que todos podemos sospechar: toda familia americana que se precie tiene en su ático escondido un pasado oscuro que no quiere que nadie más lo vea. Pero al final descubren que el malo era Bart —¿De qué os sorprendéis?, dice él con sorna—, cambiándose los papeles de ambos gemelos para compensar años de descuido hacia Hugo.

El siguiente segmento, The Genesis Tub, está sacado de una de las series de TV más parodiadas por Los Simpson, como es Dimensión desconocida (The Twilight Zone, Rod Serling, 1959-1964). En concreto, en este caso se basaron en el episodio de la cuarta temporada titulado The Little People —sacado a su vez del relato escrito por Theodore Sturgeon Microcosmic God (1941)—, pues Lisa logra crear una civilización en uno de sus dientes de leche a partir de añadir refresco de cola y electricidad estática. Cuando éstos alcanzan el culmen del desarrollo tecnológico reducirán a Lisa hasta su tamaño —después de atacar al malvado Bart en una secuencia que simula el abordaje de la primera Estrella de la Muerte en La guerra de las galaxias (Star Wars, George Lucas, 1977)— y la convertirán en su dios, pero ella quedará atrapada allí para siempre.

Por último, aquel episodio de todos los especiales que más gusta a su creador, Matt Groening, pues Citizen Kang resulta una de las parodias más mordaces que sobre el sistema electoral americano se hayan podido realizar —siguiendo la estela de otra de las mayores críticas que se hicieron sobre la política estadounidense y de la que este relato toma su título: Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1941)—. Homer es secuestrado por los aliens Kang y Kodos —¡e incluso descubrimos que este último es en realidad hermana del primero!—, quienes reclaman hablar con su líder. Ante la inminencia de las elecciones, secuestran a Bill Clinton y Bob Dole, asumiendo sus presencias humanas, provocando equívocos y situaciones verdaderamente delirantes —aunque no dejan de estar más cerca de la realidad de lo que a algunos les gustaría—: Dole llega a decir Da igual a quien de los dos voten. El planeta está condenado, y Homer, pensando en que ambos son unos farsantes, llega a afirmar: Con estos candidatos dan ganas de echar la pota. Incluso uno de los responsables de campaña de Clinton advierte a su líder: Señor presidente, sus votantes están confusos debido a que pasea constantemente con su oponente cogidos de la mano. Pero el momento más desternillante y sarcástico al que asistimos será aquel en el que, al tratar de desenmascararlos, Homer se defiende con una bandera de los Estados Unidos, pero al ser echado por los guardaespaldas, uno de ellos le dice: Márchese con su apestosa bandera, todo un prodigio de iconoclastia y mala leche —aunque no era ni la primera ni sería la última vez que iconos de la cultura norteamericana, como la Declaración de Independencia o la propia Constitución americana, eran sometidos a escarnio, humillación o directamente pisoteadas por las fuerzas reaccionarias de esta sociedad—. Al final, mediante elecciones, Kang logra dominar a la especie humana, imponiendo un nuevo modelo de terror… aunque no muy diferente al que años después sometería George W. Bush a sus conciudadanos.