La casa-árbol del terror XII

En una antigua mansión —que parece la de la hitchcockiana Psicosis (Psycho, 1960)— el señor Burns está obligando a Smithers a que cuelgue de lo más alto de la veleta una serie de adornos de Halloween. Un rayo hace tener un accidente al ayudante, que caerá sobre una caja de alta tensión —donde, a modo de broma, los creadores de la serie han sustituido la calavera que indica el peligro de muerte por la misma efigie de Burns—. Una de las torres cae sobre el panteón familiar, con lo que algunos ataúdes salen despedidos, mostrando a sus siniestros moradores en el porche de la casona, incendiándose con las chispas. Los Simpson van allí a coger caramelos, pero ante el siniestro espectáculo salen huyendo, siendo salvajemente loncheados al atravesar las verjas —un recurso típico de dibujos animados que, como Pica y Rasca, Bart y Lisa no dejan de consumir y de los que ahora sufren las mismas consecuencias que sus protagonistas—.

En su primera historia, Hex and the City, una gitana echadora de cartas maldice a Homer por llamarla farsante, pero las funestas consecuencias las pagará su familia: Marge se convierte en una mujer barbuda, Lisa es un centauro, Bart tiene el cuello de goma y Maggie es un bebé-insecto —mariquita… para más señas—. Homer deberá atrapar un gnomo para librarse de la maldición, quien se acabará casando con la bruja. La ceremonia estará repleta de seres deformes y feos, pues entre los invitados se encontrarán duendes y enanos, o Kang y Kodos, y el oficiante será… ¡Yoda! Un auténtico despliegue de monstruos de feria que nos lleva a pensar en La parada de los monstruos (Freaks, Tod Browning, 1932), donde se exponía que nadie tiene el derecho de juzgar a los demás por el aspecto exterior. Todo un ejercicio de mala leche, si tenemos en cuenta que el título de este episodio remite directamente al de la bochornosa serie televisiva Sexo en Nueva York (Sex and the City, 1998-2004) y su frívola visión de la sociedad urbanita.

House of Whacks —cuyo título viene del clásico de terror Los crímenes del museo de cera (House of Wax, André De Toth, 1953), aunque su argumento parodia la cinta de ciencia-ficción Engendro mecánico (Demon Seed, Donald Cammell, 1977)— resulta ser una historia que advierte sobre los peligros de la hipertecnificación actual, donde se delegan parcelas de la vida a las máquinas para hacernos la existencia más confortable, pero consiguiendo una paulatina deshumanización —como ocurría en la película Mi tío (Mon oncle, Jacques Tati, 1958)—. En este episodio, y gracias al «Ultrahogar 3.000», la casa de la familia cambia radicalmente, haciéndose hipermoderna. Al ordenador —un remedo del «Hal 9000» de 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968)— le ponen la voz de Pierce Brosnan, quien resulta ser un psicópata sexual que acabará acosando a Marge. Para conseguir sus objetivos, la computadora tratará de asesinar a Homer, pero el padre de familia contraatacará y, como en la citada obra maestra kubrickiana, le retirará microprocesadores hasta convertirlo en un paleto. Al final, la máquina acabará sus días en casa de Patty y Selma, padeciendo su propio tormento al tener que padecer las canciones de Enrique Iglesias, sufrimiento del que querrá escapar pulsando su botón de autodestrucción. El final es uno de los momentos más memorables de la serie: una de las hermanas se meterá el dispositivo entre sus pechos mientras la computadora retira su mano con asco mientras dice: “¡No, ahí no!”.

Por último, en Wiz Kids la escuela primaria de Springfield se convierte en un remedo de la de Hogwarts, la academia de magos a la que asiste Harry Potter —quien de hecho está sentado aquí también en uno de los pupitres—. Debido a los grandes poderes de Lisa, el gran mago Burns —llamado aquí Lord Boltimore, con Smithers como una enorme serpiente que realiza sus voluntades—, desde su «torre» de la central nuclear, querrá robar la esencia mágica de la niña a través de su celoso hermano Bart, quien no dudará en traicionarla en un primer momento para, en el punto más crítico de peligro para la integridad de Lisa, revelarse contra el gran mago negro y salvar así in extremis a su hermana. Al «reptil» Smithers no le quedará más remedio que, en un último gesto de amor, comerse a su amado líder.