Looper

Equilibrium

Dos hombres se sientan en una cafetería, sus miradas se cruzan, saben que tarde o temprano se tendrán que eliminar el uno al otro. Aparentemente son la misma persona pero no podrían ser más diferentes…

Young Joe

Joe (Joseph Gordon Levitt) tiene la vitalidad y la insensatez de la juventud. Trabaja como Looper, un asesino que se dedica a despachar los cadáveres del futuro, hombres sin rostro ni identidad que para él no son más que un trueque para un billete hacia un nuevo futuro, París, utilizado aquí como metáfora de la utopía del sueño y de la inocencia adolescente. Las ganas de Joe de trascender y de sentirse especial dentro de un mundo que no lo es tanto son recíprocas a los deseos de Looper (Rian Johnson, 2012) por erigirse como una propuesta fresca y novedosa dentro de la crisis de creatividad que asola a cierta clase media y alta de cine americano. Trayectorias paralelas las que corren personaje y película en su búsqueda por transcender de su propio género, por creer inocentemente que siendo más listo que el vecino se va a poder resistir. Cada gesto emitido es medido buscando la complicidad y reacción del interlocutor porque ambos lo conocen y esperan esa reacción. Joe es capaz de mentir cara a cara de su jefe mafioso porque sabe que es demasiado valioso y no podrían prescindir de él. Que finalmente tenga que acabar transigiendo a sus exigencias y vendiendo a su amigo no es más que otra muesca en su revolver. Rian Johnson también conoce a su público, sabe que el manejo de unos códigos reconocibles del género no dejan de ser guiños a una audiencia que está ya rendida de antemano a una personalidad arrolladora, diferente y cautivadora. La ventaja del que se cree especial en un panorama de grises apagados.

Old Joe

El mundo de Looper está poblado de personajes cansados, de gente con una mochila demasiado pesada que regresa de viajes a ninguna parte, fatiga en los huesos y en el alma. Sara (Emily Blunt) simula fumar un cigarrillo con sus dedos, mientras endurece sus manos a base de callos talando un tronco tan imposible y roído como ella. Más adelante, descubrimos que fue otra de esas jóvenes a las que acabó engullendo la ciudad y que se resigna a pasar el resto de la vida criando a un hijo que parece no amarla en una granja decrépita pero autosuficiente. Es una vida pobre y resignada, pero le sobra. Algo parecido le ocurre a Abe (Jeff Daniels), veterano del sindicato del crimen que se ve obligado a exiliarse en un pasado donde su experiencia le permite convertirse en rey de lo mediocre. Su melancólica relación con Joe o Kid Blue es un reflejo en ese lago turbio en el que de vez en cuando uno se ve abocado a asomarse. No existe el cariño, sino la comprensión hacia el semejante que acabará caminando los mismos pasos que dio. Sin embargo, es Old Joe (Bruce Willis), la versión paralela del protagonista, el personaje que mejor captura ese aire de desesperación que ahoga la película. Lenta agonía de alguien que lo ha vivido todo y ha acabado perdiendo lo poco que tenía, es entonces cuando el deseo de agarrarse a lo único que se ha querido y se ha tenido se acentúa aunque ello provoque meterse de lleno en una espiral de deshumanización que nos aleje aún más del recuerdo de lo amado.

No debería resultar extraño trazar una línea paralela imaginaria con la carrera de Rian Johnson, otrora enésimo nuevo prodigio del cine americano con su primera película Brick (íd. Rian Johnson, 2005) que vio sus sueños truncados con el fracaso de su siguiente largometraje, The Brothers Bloom (Rian Johnson, 2008) y que se ha visto obligado a dejar atrás su idealismo cinematográfico en pos de una reconversión en la industria como único y posible método de supervivencia. Durante la mencionada charla que ambas posibilidades de un mismo Joe mantienen en la cafetería, Old Joe niega a su Némesis la posibilidad de cualquier explicación plausible o esquemática sobre los viajes del tiempo, una preciosa manera de demostrar que no son tiempos para enseñanzas cinematográficas y que el idealismo del director por percutir sobre el género ha muerto, la ciencia ficción actualmente tan sólo es un vehículo narrativo para trazar discursos mediante pequeñas abolladuras personales.

The Rainmaker

La fatalidad e imposibilidad de convivencia de ambas entidades se verá agudizada cuando ambos tengan que hacer enfrente a The Rainmaker,El Fundador, en la versión doblada al castellano — jefe del sindicato del crimen de un posible futuro que ha acabado arrebatando el presente de Old Joe. The Rainmaker representa para los protagonistas la salvación de sus almas, una posibilidad de creación o destrucción que acabará siendo el legado que dejen para el mundo. La eterna lucha del creador contra su obra que no deja de ser la eterna batalla a la que se enfrenta el nuevo realizador americano a la hora de plantearse su siguiente película. Si tenemos a bien considerar la progresiva desaparición de un cine mal llamado de clase media, ¿En qué lugar de la industria e independencia creativa se encuentran tanto Looper como su realizador Rian Johnson? La película no deja de ser una constante dialéctica entre la necesidad de una integración dentro de unos parámetros conocidos para el gran público —de ahí que por ejemplo gran parte del metraje tenga unos códigos más propios del actioner que del noir o la sci-fi que a la postre son verdaderamente el corazón y armazón de la estructura — o la necesidad por dotar de valores humanos al género emparejándose así con Código fuente (Source Code, Duncan Jones, 2010) o Destino Oculto (The Adjustment Bureau, George Nolfi, 2011), ejemplos recientes de la cinematografía americana que han necesitado superar una barrera cultural o genérica a través de componentes empáticos con el espectador.

La necesidad de perpetuar un legado, una creación o establecernos dentro del status quo imperante nos hace sacrificar parte de nuestra inocencia o idealismo juvenil. Looper no deja de ser la constatación de una realidad palpable, para seguir sobreviviendo hemos de sacrificar a una parte importante de nosotros mismos.