Nuestros fans son difíciles de impresionar, reza el lema de este año del festival. Ciertamente. Pedimos más y mejor. Y, para muchos, cantidad y cantidad pasan por más sangre, más crudeza. Tal vez sea por ello que las comedias no son en Sitges tan bien acogidas como las cintas de otros estilos. No serían tanto menospreciadas como ignoradas o medidas con un rasero harto más exigente que a las cintas de terror. Es tal vez por ello que no se ha hablado tanto de películas tan interesantes como Robot & Frank (J. Schreier, 2011), ganadora del premio del público, o Wrong (Quentin Dupieux, 2012) nueva incursión en el absurdo del autor de Rubber (íd., Quentin Dupieux, 2010), obras que sin ser excelentes merecían más atención. Es por ello que se ha dejado de lado también las cintas que comentamos a continuación.
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A Fantastic Fear of Everything (Crispian Mills y Chris Hopewell, 2012) es una cinta hecha con cariño según declaró su director en la presentación. Y con pasión, a juzgar por los resultados. Esta serie de gags hilvanados en una tenue historia han sido acusados precisamente de falta de consistencia. Hay no obstante una gran elaboración en cada secuencia, tanto por la cuidada puesta en escena como por la excelente interpretación de Simon Pegg, actor, productor y alma del proyecto. La historia se desarrolla en tres bloques en los que un escritor sufre de un incontenible pánico ante la remota sospecha de un ataque por parte de algún asesino, temor que crece al enfrentarse con recuerdos de la infancia (en una lavandería pública) y culmina en un enfrentamiento real con un peculiar psychokiller. Pegg, adecuadamente desmadrado, utiliza todos sus recursos verbales y físicos para escapar o huir de todas las sombras que le acechan en su domicilio, consiguiendo destrozar su baño o quemar su ropa al secarla en el horno, a la vez que chamusca la mitad de su rostro. El enfrentamiento con la lavadora (a la que no administra jabón) y las otras usuarias, a las que aterroriza con el cuchillo que ha quedado pegado a su mano, eleva las cotas de humor. Hay, por supuesto, la sensación de encontrarse con un colega de Rowan Atkinson sufriendo percances pero esta película deja claro que los largometrajes interpretados por Mr. Bean y sus alias podían ser mucho mejores de disponer de un director y actor adecuados al proyecto como es este caso.
Tampoco se puede reivindicar Robo–G (Shinobu Yaguchi, 2012) como una gran obra cinematográfica. Sólo una acertada secuencia inicial destaca como puesta en escena, combinando un travelling y un plano secuencia harto descriptivos de la incapacidad de los tres protagonistas que, incapaces de reaccionar, contemplan atónitos como el robot que construyen se precipita por la ventana. Sin embargo, a partir de allí la cinta se desliza en una cómoda construcción ayudada por un montaje de acertado ritmo, buenas interpretaciones y un guion excelente. La historia del trío que, empujados por la amenaza de despido, contratan un anciano jubilado para que se enfunde el armazón del robot y simule que este funciona no resulta sólo muy divertida sino que elabora de forma ingeniosa la personalidad del anciano. Será él quien, aburrido de su situación, lleva al grupo de técnicos a las situaciones más comprometidas puesto que, sin reparar en las posibilidades reales del supuesto robot, le presenta como una máquina capaz de identificar el peligro y salvar a los humanos, bailar o hacer cálculos avanzados. Robo-G evita el peligro de buscar un personaje entrañable sin dejar de humanizar sus personajes y sin dejar de provocar la risa en el público. Ya es mucho.
Y la misma complicidad busca una, esta sí, discreta Safety not guaranteed (Colin Trevorrow, 2012), una comedia romántica que toma como pretexto los viajes en el tiempo. A raíz de la publicación de un anuncio en el que se busca compañero para un viaje temporal, a la manera que hiciera Shackleton antes de su aventura polar, un cínico periodista y sus dos retraídos becarios se desplazan a un pequeño pueblo rural dónde espían y contactan con el responsable de la nota. La opción de Trevorrow, de modo parecido a lo que se hiciera en Monsters (G. Edwards, 2010), es tomar la ciencia ficción como excusa para desarrollar la relación entre dos personajes heridos. Es aquí dónde radica el mérito de la propuesta, en mostrar sin subrayados cómo el lazo entre ambos se va haciendo progresivamente intenso pese a algunos giros de guion innecesarios. Los toques sutiles de comedia se enfrentan a una burda presentación de los otros personajes pero el conjunto se crece con la confirmación que el viaje puede ser real.