Venganza: Conexión Estambul

Wild Turkey (on the rocks)

Uno de los comentarios que más había escuchado durante estos días al respecto de Venganza: Conexión Estambul era que ésta resultaba decepcionante al haberse perdido el factor sorpresa de la primera entrega, Venganza (Taken, Pierre Morel, 2008). Sin saber todavía qué esperaba alguna gente de una película perpetrada por Luc Besson con un tipo de 1’93 como protagonista, mis perspectivas de cara a la secuela eran tan sencillas como que se mantuviera esa honestidad de intenciones, el mismo logro en sus resultados y similar voluntad de ir al grano y no perderse demasiado en los momentos de transición y construcción de personajes, los más flojos en ambos films. Misión cumplida.

Bryan Mills (Liam Neeson), un hombre de los que abrillantan con vigor su propio coche, jamás llega tarde a una cita y se encarga personalmente de enseñar a conducir a su hija porque sabe que no le va a bastar con traquetear hasta el centro comercial, vive un déjà vu cuando su ex-mujer es secuestrada en Estambul por la familia de los facinerosos albanos que antaño raptaron a su hija en París con punitivas y fatales consecuencias para sus organismos. Por fin el concepto «venganza» del título español cobra sentido aunque sea a la inversa. Se mantiene en todo caso la estructura, sencilla y efectiva, que ya se empleó en la primera parte: Neeson contra todos y repartiendo lácteos hasta el final.

Algo de la mala hostia intrínseca que tenía el episodio previo se ha perdido por el camino. No se trata de explorar la enfermiza relación posesiva que Mills tiene con su hija o ser más cruel en los posibles abusos que sufre el personaje de Famke Jansen a manos de sus captores pues estaríamos hablando de una película muy distinta, propia de un tipo de autor bien diferente al productor y coguionista de ésta. Pero sí es cierto que cuando fue al rescate de su niña, la voluntad de Mills de lograr su objetivo pesara a quien pesara le llevaba a unas cuotas de crueldad poco usuales en un héroe de cine comercial e introducía notas de cierta incorrección política que codujeron a algunos a calificar Venganza como un film racista y xenófobo. Quizá fueran por ahí las sensaciones de sorpresa que causó en muchos. Esta secuela, por ejemplo, no explota su localización en Estambul más allá del empleo de sus callejuelas y puentes sobre el Bósforo, especialmente con fines estéticos.

Besson acostumbra a entregar las riendas de sus productos de acción a contrastados profesionales en apartados técnicos o a mercenarios del perfil de Olivier Megaton porque sabe que, si logra que la paja del conjunto no pese más que la viga que lo sustenta, el trabajo de los coordinadores de acción y los cascadeurs será lo que conducirá la nave a buen puerto. Vuelve a contar para ello con el maestro Alain Figlarz, que hace un trabajo sublime y otorga además su inquietante físico al más peligroso rival de Mills. El coordinador de especialistas en films como Nido de avispas (Nid de guêpes, Florent-Emilio Siri), Asuntos pendientes (36 Quay des Orfèvres, Olivier Marchal, 2004) o Truands (Frédéric Schoendoerffer, 2007) vuelve a facturar peleas contundentes y llenas de detalles escabrosos para acabar enfrentándose al grandullón de Neeson en un duelo antológico. Más allá de eso, queda como otro momento destacable la brillantemente delirante secuencia de monitorización telefónica entre Mills y si hija.