César debe morir

Artificio en torno a Julio César

La anterior producción de los hermanos Taviani, El destino de Nunik (2007), denotaba la deriva en la que había entrado su cine, antaño forjado en férreos ideales políticos y arriesgadas puestas en escena. Aquellas producciones de los años setenta, en especial Allonsanfan (1973) y Padre Padrone (1977), habían situado a los hermanos en la punta de lanza del cine de autor a finales de esa década. Quizás desde la lejana Good Morning Babilonia (1987) los directores parecían ya irreversiblemente perdidos en un cine de tono televisivo hecho sin ninguna pretensión fílmica, por mucho que El destino de Nunik versase sobre un tema tan contundente como la tragedia armenia. La noticia del Oso de Oro en Berlín concedido a César debe morir, acompañada de un reguero de críticas generosas, avivó de nuevo el interés en torno a los veteranos cineastas italianos.

Quizás condicionado por este júbilo, lo cierto es que el visionado de César debe morir deja a medias y no cubre esas exultantes expectativas. Los Taviani han subido Julio César de Shakespeare a las tablas escénicas (aunque “subir a las tablas” o “filmar la representación” no sean las expresiones más acertadas en este caso) con un planteamiento sumamente interesante: los actores son presos de la cárcel romana de Rebibbia, los cuales trabajaron la obra dentro de un taller de teatro llevado a cabo en la prisión. La película se presenta de manera cíclica: la representación de la obra se muestra al inicio y al final, mientras que el cuerpo principal de la película (casting, la selección de los actores, los ensayos) se desarrolla entre los muros de la cárcel. La película quiere escapar de la convención del teatro filmado y priorizar el trabajo del texto por parte de los presos y sus posibles resonancias dentro de la cárcel. Así, los Taviani se adhieren a darle a la escritura del filme una infinita pluralidad de lecturas: la actualización del texto de Shakespeare a nuestros días, documentar el trabajo de la obra en la prisión, difuminar las barreras entre ficción y documental… La lástima es que, entre tantas posibilidades, el resultado se quede sólo en la epidermis al darle tanto relieve a la puesta en escena, efectista y un tanto superficial. Sólo se presienten leves intenciones de relacionar el canónico texto de Julio César (traiciones, conspiraciones y luchas de poder) con la vida a diario en la cárcel, pero éstas asociaciones quedan en una simple anécdota y en diálogos o encuentros forzados. Hay frases cogidas al vuelo, apuntes de algunos presos que parecen querer cincelar el contenido con eslóganes poderosos y que resultan a veces sacados de contexto. Aunque pueda parecer una suposición vaga y algo gratuita, queda la impresión de que si se hubiese filmado el trabajo actoral de manera más cruda y sin esa pátina ficcional se habría llegado más a las entrañas del proceso.

A favor de la película queda la filmación del casting, poderosa presentación de los presos, así como la escena final con el cadáver de Julio César en el patio de la cárcel y los presos desde las rejas vitoreando a un Brutus perdido. Un patio prefigurado como extraño ágora romano que parece eliminar las barreras de aquella época romana vetusta con la actual. Estos dos momentos salvan sin duda el conjunto de la película, a la que podríamos haberle pedido más profundidad en el trabajo con los presos y menos querencia por dibujar una puesta en escena tan sofisticada y lustrosa.