Summertime

Nada de armas de fuego

La primera vez que oí hablar de Summertime, cuando la película aún estaba por rodarse, tenía fresca en la memoria Celine y Julie van en barco (Céline et Julie vont en bateau – Phantom Ladies Over Paris, Jacques Rivette, 1974), que había visto hace poco, y por una asociación de ideas muy básica, al conocer el argumento de la película de Norberto Ramos del Val lo primero que pensé es que se parecía mucho al del extraordinario filme de Rivette. Entonces no tenía ni idea de que en Summertime hubiera también metacine. En realidad, mi acercamiento a ambas películas fue muy similar: sabía únicamente que trataban sobre dos chicas que están en una casa y tienen que resolver un misterio. Una de las ideas locas que me vinieron a la cabeza tras ver Celine y Julie van en barco fue que podría ser muy interesante un remake de la película trasladado a nuestro universo 2.0, a la era de las pantallas, introduciendo a Julie y a Celine en un juego de representaciones aún más peliagudo y ambicioso, mixturando lenguajes y formatos audiovisuales. Luego conocí a Sonia y a Vicky, las protagonistas de Summertime (Ana Rujas y Alba Messa, respectivamente), y me hizo gracia comprobar que mi intuición previa no iba del todo desencaminada, aunque ambos filmes tampoco se parecieran tanto, más allá de su premisa y su juego metanarrativo.

Pablo Vázquez y Ricardo López Toledo —guionistas de la película, terroristas multidisciplinares y, antes de todo eso, amigos— no habían visto la película de Rivette, pero ambos tenían muy claro, al igual que Norberto Ramos del Val, que, en el cine, hay pocas cosas más hipnóticas que las mujeres en peligro. Si son dos mujeres y además ambas van en biquini durante toda la película, el efecto puede ser doblemente embriagador. Uno de los muchos aciertos del guión de Summertime es su vocación de película de biquinis con conciencia de género (femenino), siempre desde el sano cachondeo, claro, pero presentándonos a dos chicas que se dan cuenta de que están haciendo cine de derribo y que van a tener suerte si en algún momento de la película el director no las hace desnudar. Creo que mi momento favorito del filme es aquél en el que Vicky y Sonia, todo candidez e inocencia, intentan ponerse en la tesitura de hacer un número lésbico. Alba Messa y Ana Rujas no sólo son los cuerpos de la película, también su corazón, y las principales responsables de que este delirio llegue a buen puerto, haciéndonos partícipes de su hilarante desconcierto ante el lío de planos narrativos en el que andan metidas.

Escrita en dos noches y rodada en cuatro días, tras una campaña relámpago de crowdfunding, Summertime es un divertimento mayúsculo repleto de referencias y guiños cómplices. También un artefacto explosivo que pretende colisionar contra el aquí y el ahora y comprobar hasta que punto estamos dispuestos a desdramatizar y bromear sobre el estado de las cosas. Ahora que, de golpe y porrazo, tras la mediación de algún que otro hype, parece que el cine español lo vamos a arreglar entre todos con Internet, cuatro perras que nos sobren del desayuno y la deconstrucción genérica como estandarte, la película de Ramos del Val se erige en locuaz y pizpireta oveja negra que invita a tomarnos el asunto con algo más de humor y perspectiva. El cine no es el único blanco de los chistes de Summertime, cuyo descacharrante y libérrimo guión es el vivo reflejo de la idea del humor que tienen sus responsables y que podría resumirse en que no hay tema, por incómodo que sea, sobre el que no se pueda bromear. Desde la astucia y con el sano propósito de obligar al espectador a tomar partido, a decidir si le hace gracia o no el chiste; incluso se atreven a desenterrar (y a desarticular) la controversia, con denuncia incluida, que generó el filme A Serbian Film (Srpski film, Srdjan Spasojevic, 2010) a su paso por el festival de Sitges. Concebida por sus autores como una respuesta incendiaria al cine low cost después de ver Los Muppets (The Muppets, James Bobin, 2011), o eso me dijeron, Summertime es una maravillosa reivindicación del onanismo como materia fílmica que, además, simplifica aquella fórmula de Godard según la cual para hacer cine sólo se necesita una chica y una pistola. Nada de armas de fuego. Con dos chicas en biquini y muchas ganas de tocar los cojones bastará.