El cuervo de las plumas blancas
Hace tres años, los franceses Hélène Cattete y Bruno Forzani levantaron odios y pasiones en el Festival de Sitges con su Amer (Id., 2009), hiperestilizado homenaje a los gialli de los 70 en clave voluntariamente arty, auténtica deconstrucción visual del lenguaje y de las constantes visuales de este subgénero que, para ello, renunciaba a apoyarse en las habituales historias policíacas que, sobre todo en su etapa más pura, menos adocenada, servían para guiar todo el esteticismo desaforado que pusieron de moda, primero, el maestro Mario Bava, y luego, su discípulo más aventajado, Dario Argento. Ante la imposibilidad económica de lograr, como Cattete y Forzani, una recuperación estética y atmosférica tan cuidada y tan pluscuamperfecta a nivel fotográfico, lo que César del Álamo ha intentado con Buenas noches, dijo la señorita Pájaro (2012) —y a fe mía, ha logrado, con resultados de lo más estimulantes— es recuperar esa estructuración narrativa puramente pulp, con una importancia (muy) relativa de la coherencia y la verosimilitud de sus rimbombantes giros de guión, que impuso la seminal El pájaro de las plumas de cristal (L’ucello dalle piume di cristallo; Dario Argento, 1969) basándose en el tipo de historias sanguinolentas, llenas de detalles macabros, del théâtre du grand-guignol francés.
Del Álamo recupera la mayor parte de los tropos narrativos del giallo clásico —el asesino enguantado, los traumas infantiles, el protagonista con profesión artística, el detalle esencial imposible de recordar, las pistas y los culpables falsos, los giros inesperados de guión…— y construye con ellos un guión que, si bien no tiene la intención de ser ni mucho menos férreo, sino que más bien se regodea en el (divertido y desprejuiciado) caos de sus vericuetos argumentales, en cambio sí que respeta a rajatabla todos los lugares comunes que acostumbraba a cultivar el subgénero, siendo, a ese nivel, mucho más honesto que otros intentos actuales como la irregular Los ojos de Julia (Guillem Morales, 2010). Pero con una intención muy clara: como evidencia la aparición en una escena de un personaje leyendo el libro monográfico «El giallo italiano: La oscuridad y la sangre», la finalidad del director es puramente metanarrativa, casi una tesis en formato largometrajístico, que roza lo paródico, sobre lo artificioso de sus mecanismos característicos, y ante todo, sobre cómo su visión generalmente nihilista, desesperanzada, de la sociedad contemporánea —casi no hay personajes positivos en la historia, y cuando los hay, a Del Álamo no le tiembla el pulso a la hora de ofrecer un ángulo menos ideal de los mismos… o de eliminarlos fulminantemente— sigue encajando a la perfección en nuestro entorno, quizás incluso mejor que antes.
Aunque hay momentos en los que resulta evidente el esfuerzo del director por compensar la falta de presupuesto de Buenas noches, dijo la señorita Pájaro a través del montaje y los efectos de sonido —cfr. todo lo relacionado con la policía, y el uso de vehículos públicos como los taxis—, en general la película se sostiene con notable eficacia. Gracias, sobre todo, a una puesta en escena planteada con inteligencia —Del Álamo marca un evidente contraste entre las escenas de transición, rodadas de forma más naturalista y convencional, y los momentos fuertes, en los que apuesta más por angulaciones y planos detalle, y en los que incluso se atreve, homenajeando al De Palma de Hermanas (Sisters, 1973), a utilizar una pantalla partida—, pero también a la labor de la mayoría de los actores que, excepto cierta tendencia al histrionismo que, igualmente, encaja a la perfección dentro de las características habituales del giallo, cumplen en sus respectivos papeles: atención, sobre todo, a la espléndida Maya Reyes. Que sus valores de producción estén por debajo de otras incursiones genéricas low cost no quita que, a pesar de sus limitaciones económicas, o quizás gracias a ellas, Del Álamo da muestras de un pulso muy personal a la hora de acercarse al fantástico. Algo de lo que nuestra industria patria, llena de directores impersonales o tendentes a la imitación hollywoodiense, va falta.