Más allá de las colinas

Retorno al pasado

I

Pese al catastrófico estado de la distribución y la exhibición en nuestro país, no dejan de estrenarse películas rumanas. ¿Por seguir acaparando premios en festivales internacionales? ¿Por tener novecientos mil espectadores potenciales? Me gustaría pensar que debido a la segunda razón. A que la comunidad rumana en España ansía saber cómo evoluciona su tierra. Y que recurre para ello a ese «proyecto de puntos suspensivos» que, en afortunada expresión de Lolo Ortega, es una cinematografía surgida tras digerir cuarenta años de comunismo, mediada la consolidación del capitalismo y una democracia parlamentaria, avanzada la integración en la Unión Europea.

Un caudal vigoroso y casi programático de películas en torno a una coyuntura histórica asfixiante, su impacto social, sus efectos sobre sus herederos, los esfuerzos por superarla. Y los espectadores españoles que no vivimos nuestra propia Transición y hemos quedado huérfanos de un espejo cinematográfico a su altura, un espejo fraguado con talento y a la distancia exacta de los hechos, hemos podido abordarla por celuloide interpuesto a través de un reflejo que ha sabido trascender sus propias peculiaridades ideológicas y nacionales. Porque los fantasmas de la represión y la libertad no entienden de banderas.

II

Historias de la Edad de Oro (Amintri din epoca de aur, Cristian Mungiu y otros, 2009) dio fe de una cotidianeidad comunista tan absurda y siniestra como para requerir de lo fabulado para trazar en el presente sus contornos. 4 meses, 3 semanas, 2 días (4 luni, 3 saptamini si 2 zile. Cristian Mungiu, 2007) escenificaba literal y metafóricamente la imposibilidad de gestar un futuro bajo el régimen agotado con Nicolae Ceaucescu. Por cierto que el déspota era protagonista absoluto de la Autobiografia lui Nicolae Ceaucescu elaborada en 2010 por Andrei Ujica, una requisitoria contra el estatus de la imagen durante la dictadura.

The Afternoon of a Torturer (Dupa-amiaza unui tortionar. Lucian Pintilie, 2001), Cómo celebré el fin del mundo (Cum mi-am petrecut sfarsitul lumii. Catalin Mitulescu, 2006), Hîrtia va fi albastrã (Radu Muntean, 2006) y 12:08 al Este de Bucarest (A fost sau n-a fost? Corneliu Porumboiu, 2006) se preguntaban por la veracidad de la supuesta revolución acontecida en diciembre de 1989. Mientras que Occident (Cristian Mungiu, 2002), California Dreamin’ (íd. Cristian Nemescu, 2007) y Emigrant (Florin Serban, 2009) plasmaban dos efectos bien tangibles de dicha revolución: la fascinación por Occidente, y la emigración masiva de rumanos hacia esas latitudes.

Quienes se quedaron en el país, como han retratado La muerte del Sr. Lazarescu (Moartea domnului Lazarescu. Cristi Puiu, 2005), Politist, adjectiv (Corneliu Porumboiu, 2009), Aurora, un asesino muy común (Aurora. Cristi Puiu, 2010) y Si quiero silbar, silbo (Eu cand vreau sa fluier, fluier. Florin Serban, 2010), hubieron de sobrevivir a unas infraestructuras sociales y económicas en descomposición, anacrónicas, elefantiásicas y petrificadas, en cuyo seno han empezado a germinar pese a todo renovadas sinergias sentimentales y familiares, testimoniadas por Love Sick (Legaturi bolnavicioase. Tudor Giurgiu, 2006), La chica más feliz del mundo (Cea mai fericita fata din lume. Radu Jude, 2009), Martes, después de Navidad (Marti, dupa craciun. Radu Muntean, 2010), Best Intentions (Din dragoste cu cele mai bune intentii. Adrian Sitaru, 2011), Everybody in our family (Toata lumea din familia noastra. Radu Jude, 2012)…

III

Aunque Más allá de las colinas aporta al Nuevo Cine Rumano argumentos inéditos, también puede aprehenderse como reinterpretación del camino recorrido hasta hoy, como un retorno al pasado con una conciencia del mismo labrada a pulso. La armazón dramática de la película se sustenta en la dinámica entre dos chicas, Alina (Cristina Flutur) y Voichita (Cosmina Stratan), lo que ya sucedía en la anterior realización de Cristian Mungiu, 4 meses, 3 semanas, 2 días; y Alina y Voichita han mantenido una relación lésbica, como la que ligaba a Kiki (Maria Popistasu) y Alex (Ioana Barbu) en Love Sick. Geta Doina Tarnavschi y Malvina Ursianu en el pasado, Iulia Regina y Adina Pintilie en el presente, son ejemplos de que las directoras rumanas se han hecho hueco en la industria de aquel país. Pero, en cualquier caso, la mujer y su pugna por respirar con independencia es una constante en el Nuevo Cine Rumano, y títulos como Ryna (Ruxandra Zenide, 2005) y Loverboy (Catalin Mitulescu, 2011) evidencian que las cosas siguen sin ser fáciles para ellas.

Por lo demás, la Alina de Más allá de las colinas es una emigrante, como los personajes de Occident y Emigrant, la madre de Silviu (George Pisterenau) en Si quiero silbar, silbo y como deseaban serlo la Mónica (Maria Dinulescu) de California Dreamin’ y la Eva (Dorotheea Petre) de Cómo celebré el fin del mundo.

Sin embargo, cuando viaja de Alemania a Rumanía para recoger a Voichita, Alina y el espectador se toparán con un aspecto novedoso: Su antigua amante ha abrazado la fe.

IV

La religión ortodoxa no fue bien tratada en Rumanía durante el comunismo. Pero el régimen permitió su supervivencia, enfrentándola así de paso con inteligencia a otras confesiones más reprimidas, como la católica. Tras la muerte de Ceaucescu en 1989, diversas circunstancias hicieron que los ortodoxos ganasen un enorme peso específico en el país, hasta el extremo de constituirse en poder subvencionado y de que la mayoría de la población simpatice con sus postulados. En una de las escenas más tenebrosas del film de Mungiu, un médico prescribe que Alina —presa de la histeria por la negativa de Voichita a compartir su nueva vida en Alemania— tome determinados tranquilizantes ¡y lea «las Sagradas Escrituras»!

En regiones rumanas tan pobres como Moldavia, donde acontece la acción de Más allá de las colinas, la religión ortodoxa ha derivado en sectas más puras y primitivas. Es en una de ellas donde recala Voichita, y donde simula integrarse Alina con el nada disimulado propósito de convencer a su amada para que escape con ella de allí. El enfrentamiento alegórico, basado en sórdidos hechos reales, que establece Mungiu es obvio: Alina simboliza a la juventud rumana que ha volado en busca de un futuro mejor, y que ha desarrollado una sensibilidad individualista, hedonista, egoísta. Voichita simboliza a la que ha permanecido en Rumanía y persiste en renunciar a sí misma en nombre de un orden superior hasta cierto punto confortable, que antaño fue el comunismo y que en tiempos revueltos pueden representar los cultos organizados, presentes asimismo últimamente en otras latitudes cinematográficas: Beyond the Black Rainbow (Panos Cosmatos, 2010), Kill List (Ben Wheatley, 2011), Martha Marcy May Marlene (íd. Sean Durkin, 2011), The Conspiracy (Chris MacBride, 2011), Sácame del Paraíso (Wanderlust. David Wain, 2012), Paranormal Activity 4 (íd. Henry Joost y Ariel Schulman, 2012), The Lords of Salem (Rob Zombie, 2012), The Master (íd. Paul Thomas Anderson, 2012).

La lucha de Alina contra la secta será tan baldía como la de Otilia (Anamaria Marinca) y Gabriela (Laura Vasiliu) en 4 meses, 3 semanas, 2 días contra el régimen de Ceaucescu, y se saldará igualmente —merced a un exorcismo, otro motivo esencial del cine contemporáneo— con el sacrificio del porvenir. La desidia de estamentos públicos como el médico y el policial, que los cineastas rumanos nos han mostrado una y otra y otra vez, es subrayada por Mungiu en el último y magnífico plano de Más allá de las colinas, que nos devuelve a la superficie del hoy en aquel país sin que podamos eludir que en sus profundidades laten aún, impunes, fuerzas regresivas del ayer con un extraordinario poder de persuasión, no importa su signo aparente. Algo a lo que no solo debería prestar atención Rumanía.

V

Si el grueso de Más allá de las colinas es mucho menos magnífico que sus aciertos aquí y allá —otro ejemplo: ese primer plano de una mochila, que cumple igual función que el del feto en 4 meses, 3 semanas, 2 días, pero que no ha despertado ninguna polémica dada su inocencia estrictamente gráfica—, es porque su guionista y director abunda en lo que Roberto Alcover Oti ya señalase a propósito de la anterior película de Mungiu: un control visual tan férreo, incluyendo la construcción de todo un decorado para la congregación ortodoxa por el que Mungiu pudiese planificar a su antojo, que desemboca en manierismo e inexpresividad, haciéndonos temer que le pase al Nuevo Cine Rumano, o al menos al firmante de Más allá de las colinas, lo que al último cine surcoreano, como ya ha advertido el crítico Andrei Gorzo.

Muy pronto aprendemos que únicamente Alina va a merecer primeros planos; que el resto de los personajes, en sintonía con su alienación colectiva o su indiferencia, quedarán atrapados en encuadres panorámicos academicistas; que Voichita siente algo más que devoción, y rencor hacia Alina por haberse ido en su momento a Alemania sin ella, gracias a los agitados travellings que la acompañarán cada vez que su ex-amante monte algún escándalo en el recinto de la secta; y que cuando Alina y Voichita logren tener cierta intimidad, sus rostros y sus cuerpos compondrán delicados, íntimos grabados en claroscuro.

Más allá de las colinas es así para el espectador menos una revelación que un ejercicio de reconocimiento ideológico y narrativo; menos el descubrimiento de unas ideas en unas formas que la simple asimilación de las mismas a través de un código tan predecible y utilitarista como el de la circulación. Habiendo descifrado ese código, el pequeño detalle de que la historia se dispare hasta los ciento cincuenta minutos hace de ella una experiencia abrumadora en el sentido más ambiguo del término. Estamos ante una de esas propuestas que se empeña tanto en trabajarse un argumento, que pone tanto énfasis en que llegue a nuestros ojos con sutileza y calma y esquemas y lógicas y deducciones, que cuando lo hace está frío y reseco. Más allá de las colinas tiene instantes de gran cine, pero como película no pasa de lo interesante.