El hombre de los puños de hierro

Be water, mathafacka

De un tiempo hasta aquí se viene produciendo un curioso fenómeno cultural: a cada estreno más o menos relevante le acompaña la generación espontánea de innumerables expertos absolutos en todo tipo de temas. ¿Que se estrena John Carter (íd.; Andrew Stanton, 2012)? De golpe, todo el mundo ha leído la saga marciana de Edgar Rice Burroughs. ¿Que llega a las pantallas Sombras tenebrosas (Dark Shadows; Tim Burton, 2012)? Curiosamente, no hay nadie que no haya visto algunos capítulos del culebrón original, así como sus adaptaciones cinematográficas y sus dos intentos de reboot televisivo. Así que, con el estreno de El hombre de los puños de hierro (The Man With the Iron Fists, 2012), también ha aparecido un buen puñado de expertos en las películas de artes marciales de la Shaw Brothers, perfectamente capaz de distinguir todos y cada uno de los guiños dispuestos en ella por sus máximos responsables —atención, sin ir más lejos, a la referencia a The Killer (Dip Huet Seung Hung, 1989): sólo para muy friquis del cine de John Woo—.

Curiosamente, para haber tanto erudito en el tema, muchos parecen no haber entendido la gracia de la propuesta de RZA: que es una reconstrucción con espíritu jocoso, notablemente cachondo, del espíritu de los wuxiapian de los años 70, y de gran parte de los tópicos que inundaba tan codificado subgénero —sorprende que tantos expertos hayan sido incapaces de apreciar el cariñoso humor con el que están tratados, cuando es una de las claves del proyecto—… Con la interposición, claro está, de ese protagonista negro que aborda el propio director, y que inyecta la influencia del blaxploitation en su desarrollo, sobre todo en las escenas que explican sus orígenes esclavistas. Dentro de esos tropos shawbrotherianos puede incluirse desde ese protagonista que, tras sufrir una espantosa mutilación, acaba convirtiéndose en un genio de las artes marciales, y que Jimmy Wang Yu convirtió en mito gracias a El espadachín manco (Dubei Dao; Chang Cheh, 1967) —si bien la base, en este caso, es más bien The Return of the Five Deadly Venoms (Can Que, 1978), también de Cheh—, hasta esa mezcla de hipermelodramatismo romántico y de exaltación de la amistad masculina tan habitual del cine hongkonés… Por no hablar de detalles menos específicos, como los enemigos con nombres ridículos y peinados inverosímiles –el cardado de Byron Mann se parece sospechosamente al de José Luis Rodríguez «El Puma»–, las coreografías marciales basadas en el empleo de cables, obra del ya clásico Corey Yuen, o ese aire general de spaghetti western, tanto en el uso del formato panorámico como en ese picaresco desarrollo argumental en el que todo el mundo parece dispuesto a engañar a todo el mundo.

El principal problema de El hombre de los puños de hierro no está, de hecho, en su (sentido) homenaje al cine de artes marciales, sino a que el proceso de montaje y condensación llevado a cabo por sugerencia del productor y coguionista del filme, Eli Roth —el primer montaje llevado a cabo por RZA duraba ni más ni menos que… ¡cuatro horas!, a lo que Roth apuntó que era mejor resumirlo en un metraje estándar, de 90 minutos—, ha perjudicado notablemente al desarrollo de personajes y, sobre todo, de las relaciones entre todos ellos, dejándolos como meros prototipos esquemáticos, cartón piedra cinematográfico. Cierto es que, en cierta manera, ese detalle sintoniza con los clásicos del wuxiapian que, por mucho cariño que uno les tenga, no se caracterizaban precisamente por la solidez de su construcción argumental: las películas de Chang Cheh acostumbraban a ser embarulladas, confusas y precipitadas, e incluso las del mucho más artístico King Hu tenían numerosos altibajos narrativos. Aun así, los esfuerzos de algunos de los actores protagonistas por darle una cierta entidad a sus apariciones en pantalla —pienso, sobre todo, en Lucy Liu, aunque quizá también debería incluir a la sosaina Jamie Chung— chocan frontalmente con ese esquematismo forzado a golpe de montaje, hasta el punto de que es Russell Crowe, sobre el papel la adición más marciana de un proyecto que, de por sí, ya tiene algo de extraterrestre, el más entonado de todo el reparto. Su (muy oronda) presencia física, su irrenunciable carisma y, sobre todo, el entusiasta sentido del humor con el que afronta a ese remedo marcial del Clint Eastwood leoniano que le ha tocado defender, lo convierten en la inesperada ancla emocional del público —mucho más, desde luego, que los estremecedoramente inexpresivos RZA y Rick Yune: al menos, este último brilla en las secuencias de artes marciales, como muchos de sus coprotagonista, auténticas estrellas del género como Daniel Wu, Cung Le o veteranos como Chen Kuan-tai o Gordon Liu.