Cruise-Ficción
La presencia de Tom Cruise dentro del universo cinematográfico contemporáneo cada vez más parece una anomalía en establishment donde las marcas y las franquicias han ido sustituyendo progresivamente a las estrellas. El actor parece haberse erigido en un símbolo de la resistencia contractual no permitiendo que los errores del pasado sepulten su cabeza. Desde su archiconocida actuación en los sofás del show de Oprah Winfrey, Cruise parece empeñado en sobrevivir a base de ficciones que reflexionen sobre la figura del héroe contemporáneo, el individuo como pieza resistente frente a un mundo que lo pretende enterrar. Si Noche y día (Knight & Day, James Mangold 2010) enfrentaba al espectador a la dicotomía de empatizar con un espía al borde constante del colapso mental, sus siguientes ficciones han ido cada vez más acentuándose sobre la autorreflexión del propio actor como figura narrativa.
En Misión imposible: Protocolo fantasma (Mission: Impossible – Ghost Protocol, Brad Bird 2011) Ethan Hunt es un agente internacional que ante la incompatibilidad de poder compaginar vida profesional y personal se ve obligado a aniquilar la segunda en pos de la protección de la primera y la segunda. Si la vía argumental de la película de Bird nos afirma la imposibilidad de contemplar al superhombre actual, la narrativa nos hace creer todo lo contrario. Cada escena de acción de Protocolo fantasma es la exploración casi pictórica de los límites de aguante y sufrimiento del cuerpo de su actor. Como si de un novísimo Ecce Homo se tratase, cada set piece de acción recorre los límites físicos de su protagonista. Desde un rascacielos en Dubai, a una interminable persecución mediante carreras extenuantes, pasando por un climax final donde se ponen a prueba los límites de su dolor a base de numerosas caídas. Como los histriones protagonistas de Jackass: The Movie (Jeff Tremaine, 2002), Cruise dispone su cuerpo como herramienta de la ficción contemporánea.
En este mismo sentido, también es interesante analizar el personaje de Stacey Jaxx en la que hasta ahora era su última película, La era del rock (Rock of Ages, Adam Shankman, 2012). Enésima sombra consecutiva proyectada de un perfil casi mesiánico que también se ve obligado a prescindir de su yo individual para poder brindar al público su obra. Los personajes del musical gravitan en torno a su imponente campo de atracción magnética mientras que él navega sin rumbo por un cosmos de desilusión personal, siendo un cowboy cabalgando en caballos de metal agarrado a su obra como única vía de existencia. The Show Must Go On pese a que implique el sacrificio existencial del artista.
Jack Reacher (íd., Christopher McQuarrie, 2012) es el nuevo retrato en la galería de personajes exorcizadores de Cruise. Basado en la serie de libros escritas por Lee Child, un novelista especializado en literatura masculina de consumo rápido, Reacher es un policía militar desligado de la sociedad, no tiene trabajo, vive en los márgenes de todo sistema aparente, viaja en autobús para no dejar huella de su existencia, cobra los cheques de su pensión militar a través de oficinas de correo, es un dead man walking… a diferencia de los pistoleros solitarios habituales, esta vez lo único que conocemos de el es su nombre. El Pittsburgh delineado por McQuarrie no está muy alejado de los territorios conocidos por los westerns convencionales aunque los caballos y diligencias hayan sido sustituidos por Chevrolets y coches de segunda mano, las circunstancias morales parecen ser las mismas que con las que se lidiaba en el salvaje Oeste. El monstruoso capitalismo al que nos hemos entregado ha vaciado las calles y llenado los bares convirtiéndolos en saloons modernos repletos de almas errantes. Los paisajes desérticos por los que transita Reacher, un espectro cuya supervivencia está aferrada precisamente a esa moral perdida de una sociedad carente de anclas fundacionales donde la desconfianza en las autoridades nos ha dejado huérfanos de referentes de comportamiento. La duda que se crea en la abogada protagonista (Rosamund Pike) sobre la existencia de alguien dentro del sistema trabajando para el villano Zec (Werner Herzog) es también la nuestra. Nos han abandonado a la deriva causando nuestra total desconfianza. Reacher no duda en tirar al suelo su arma para enfrentarse al enemigo a puño descubierto a la vez que no duda en descerrajar un cuerpo a balazos si su juicio así lo entiende. No es cuestión de hombría, es una cuestión espiritual, de una afinidad si no con tiempos pretéritos y mejores sí por lo menos más limpios; es una cuestión ética. Por eso, el único apoyo que encontrará a lo largo de la historia es el de un veterano de guerra que como él vive en los márgenes del sistema disponiendo de un campo de tiro para la práctica de disparo de la basura blanca. Apestados de un régimen social que hace tiempo los ha abandonado a su suerte por ser unos seres de morales analógicas en tiempos digitales.
Reacher como Cruise encarnan al héroe contemporáneo, falible, atormentado por su pasado, superviviente nato que se agarran a la existencia del día a día como única arma posible para enfrentarse al futuro. Quizás no sean lo que pedimos pero si lo que nos merecemos, por eso los acogemos como nuestros, por eso no nos importa prestarles nuestra gorra cuando están en problemas y necesitan pasar desapercibidos para huir, porque son de los nuestros.