“Todos los hombres son potencialmente homicidas”. No descubro nada al afirmar que esta aseveración está en la médula del cine de Alfred Hitchcock. Sin embargo, considero que en Hitchcock (Sacha Gervasi, 2012) adquiere unos matices especiales que hacen pensar en esa visión caustica y quebradiza de la existencia humana que empieza a predominar en la filmografía del director británico partir de los años cincuenta. En Regreso al Motel Bates, el compañero Alexander Zárate, comentando el final del capítulo Cordero para cenar (Lamb to the Slaughter, 3.28), de la serie televisiva Alfred Hitchcock presenta (Alfred Hitchcock presents, 1955-1962) y el de Psicosis (Psycho; Alfred Hitchcock, 1960) se pregunta: “¿La normalidad no es una apariencia disecada que camufla al inclemente y desaforado depredador que acecha en nosotros?” [1]. Hitchcock, en efecto, sabía que esa naturaleza depredadora, ese impulso homicida, podía emerger si concurrían las circunstancias adecuadas.
Cuando me enfrento a una película biográfica, me gusta, como cinéfilo y espectador, atender más a la densidad dramática de lo que me están contando que a la supuesta proximidad o lejanía con respecto de los hechos o personajes reales en que se inspiran, cuestión esta última que compete, me parece, más a los historiadores que a los críticos. Por ello, a mí de entrada me es irrelevante si los conflictos matrimoniales entre Alma Reville (Helen Mirren) y Hitchcock (Anthony Hopkins) fueron o no verdad. O si este, a lo largo del proceso de producción de Psicosis, se obsesionó o no realmente con Ed Gein (Michael Wincott), el asesino de Plainfield (Wisconsin) en el que está basado Norman Bates. Sin embargo, en el territorio de la ficción, sí que considero plausibles las conexiones que se establecen entre Gein y Hitchcock, precisamente por lo apuntado en el párrafo anterior. Y no solamente me parecen plausibles, sino acertadas.
Gein, también conocido como «el carnicero de Plainfield», fue un individuo que, tras la muerte de su madre, comenzó a matar y a desenterrar cadáveres para confeccionarse trajes y mobiliario del más diverso tipo, como dieron fe, horrorizadas, las autoridades locales cuando registraron su domicilio. Entre las causas de su enajenación se ha señalado la figura de su madre, que ejerció sobre él una dañina sobreprotección. Tras su fallecimiento, Gein se convirtió en un niño indefenso que trató de mitigar su soledad y desamparo con horribles acciones. No sabemos cuál hubiese sido el destino de Gein si su familia se hubiera mantenido en Lacrosse, el lugar donde nació, o si su hermano Henry no hubiera también desaparecido [2]. Lo desconocemos. Pero en la película de Sacha Gervasi sí intuimos que Hitchcock sabe muy bien que ese descenso en la locura más terrible no estaba vedada a individuos «normales y corrientes» como él.
Las caras de la desesperación pueden ser muchas y variadas. Gein tuvo la suya, de igual forma que Hitchcock empieza sentir la suya propia cuando observa indicios de infidelidad en su mujer. Desesperación que se traduce, además, en un retrato que alcanza un patetismo feroz, como lo demuestra la escena en la que el director británico empieza a golpear furiosamente su piscina con un recoge-hojas. Envejecido y con movimientos torpes, Hitchcock es consciente de que, desposeído de Alma, es un hombre desnortado. Su vida, su salud física y mental, entendemos, tenía en Alma un importante asidero, de la misma forma que Ed lo tuvo en su madre. Quizá sin ella, su suerte, su estabilidad emocional, se habría desmoronado. O, incluso, algo peor.
El tránsito de la cordura a la locura se encuentra, y de qué manera, en Psicosis. La explicación final del psiquiatra sobre los motivos que han impulsado a Norman Bates (Anthony Perkins) a adoptar una doble personalidad es «desmentida» por el propio realizador en el penúltimo plano, aquel en el que un Norman dominado ya para siempre por su madre nos sonríe a la cámara, a los espectadores, más próximos a su tétrico universo de lo que pensamos. Al fin y al cabo, la enajenación ha invadido a Marion Crane (Jane Leigh) cuando, para salir de la relación clandestina que mantiene con Sam Goomies (John Gavin), roba los cuarenta mil dólares de donde trabaja y se da a la fuga. Pero es la misma enajenación que, aún con rostros diferentes, marca el destino de Norman cuando asesina a su madre, la misma de Ed Gein tras la muerte de su progenitora… y la misma que, en Hitchcock, presiente el director de Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1957) cuando sus circunstancias personales y profesionales se empiezan a venir abajo.
En una escena del filme, Hitchcock y su equipo de colaboradores reúnen a algunos periodistas para darles a conocer el proyecto de Psicosis y explicarles su origen real mediante fotografías de los crímenes de Ed Gein. Al principio, todos exclaman y fruncen el ceño. El agente de «Hitch» comenta poco convencido: “He visto caras más felices en un autobús de escuela cayendo por un barranco”. Y, Hitchcock, divertido, le espeta: “Pero no pueden dejar de mirar [las fotografías], ¿cierto?”. Estas breves palabras ilustran a la perfección la mezcla de horror y fascinación que la violencia ejerce en nosotros, violencia que en Psicosis se sugiere y pocas veces estalla con explicitud. Por eso, y por muchas otras razones, el motel Bates y sus turbios acontecimientos volverán una y mil veces a hacernos palidecer. Porque, por muy extremo que todo allí nos resulte, hay algo humano, poderosamente humano, en ese final de trayecto. No nos separan, en realidad, tantos kilómetros de ese destino. He aquí lo inquietante del asunto.
[1] ZÁRATE, A. (2013): “Alfred Hitchcock presenta: Bienvenidos al caos: Psicosis y la serie Alfred Hitchcock presenta”. En: PLANES PEDREÑO, J.A. (Ed.). Regreso al Motel Bates. Un estudio monográfico de Psicosis. Bilbao: Mensajero, p. 141.
[2] Aunque algunos investigadores lo dan por sentado, nunca quedó demostrada la implicación de Ed Gein en la muerte de su hermano Henry, si bien es cierto que hay datos que invitan a esta especulación. En marzo de 1944 Henry había desaparecido en extrañas circunstancias cuando él y Ed trataban de extinguir un incendio en la hacienda familiar. Ed condujo a las autoridades locales al lugar dónde se encontraba el cadáver, con marcas en el cuello.