Mamá

Monstruos no hay más que uno

Cuesta imaginar la dicha de esos padres cuyo hijo les sale exactamente como esperaban; es decir, obediente, del mismo equipo de fútbol y cosechador de buenas notas (inmejorable eximente de suplir en casa las deficiencias educativas del colegio). Pero debe de parecerse a la acogida en Sitges del corto del argentino Andrés (Andy) Muschietti Mamá (2008), el cual se ganó el favor del público por su brevedad —tres minutos digeribles para cualquier asistente con un plan cargado de sesiones— y su apuesta por el impacto por encima del discurso, en sintonía con un grueso de aficionados menos definido por su amor al cine que por el horizonte compartido de sensaciones que demanda del género. Muschietti logró calmar a un Auditori de yonquis del escalofrío inocuo, esa droga que se diluye en sonrisas antes de llegar al corazón, en un panorama hostil a la complejidad de emociones como las que procuraban Southland Tales (Richard Kelly, 2006) o la filmografía de Larry Fessenden, presentes en otras secciones del festival.

Un reto diferente al que afronta Guillermo del Toro cuando, impresionado por el corto, decide apostar por su reformulación como largometraje a cargo del mismo director. El cambio de formato adscribe su producción Mamá (Mama, 2013) a la tendencia actual de remakes o adaptaciones imposibles, más fértil de lo que se suele reconocer: Desafío Total (Total Recall, Len Wiseman, 2012), Battleship (Peter Berg, 2012) o Déjame entrar (Let Me In, Matt Reeves, 2010), gusten o no, son ejemplos de gallardía cinematográfica si consideramos su necesidad de recontextualizar drásticamente el material en que se basan. Las orientaciones de Del Toro a la labor de los Muschietti (además de dirigir, Andy coescribe el guión junto a su hermana Barbara y Neil Cross) debían ir encaminadas a extraer material para más de una hora y media de un punch generado en pocos minutos. Pero ¿cómo es posible deconstruir el shock o, en otras palabras, vestir de cuchillo y tenedor la carnaza para bestias festivaleras?

Por ejemplo, podría haberse explotado hasta el límite el concepto que da título a la cinta, como hiciera el finlandés Jalmari Helander en Rare Exports: A Christmas Tale (2010), otra revisitación siniestra de una figura entrañable ya ensayada en los cortos previos del autor. En aquella película Papá Noel se revelaba como una criatura primigenia a la que temer, una premisa más que suficiente para legitimar el desarrollo posterior de un relato que, por lo demás, destilaba corrección política y artística (recompensada con el premio en Sitges). Sin embargo, las reflexiones que pueda suscitar Mamá tienen poco que ver con el trasfondo del monstruo, cuyos pormenores solo consiguen desperdiciar el último tercio del filme. Hasta entonces la información de la que disponemos se centra en el resto de personajes: dos hermanas  —la perspicaz Victoria (Megan Charpentier) y la pequeña salvaje Lilly (Isabelle Nélisse)—, su tío Lucas (Nikolaj Coster-Waldau doblando rol como el padre biológico de las niñas) y la pareja de éste, Annabel (Jessica Chastain), quienes las acogen ignorantes del secreto que traen de la cabaña donde crecieron abandonadas a su suerte. Tales mimbres bastan para celebrar una fiesta del sobresalto arropada por los efectos especiales de DDT y el patrocinio visual de Del Toro, quien hace valer su inquietud casi humanista por dotar de entidad a toda criatura fantástica gracias a los detalles —de ahí que los FX devinieran lenguaje poético en Hellboy 2: El ejército dorado (Hellboy 2: The Golden Army, 2008)—, logrando, por tanto, que la de Mamá trascienda la palabrería de un guión mediocre en tanto se apoya en un mito consistente por sí solo. Porque antes que Santa Claus, los niños se crían con el mito de la Madre.

Aludía Antonio José Navarro a propósito de la confrontación entre madres de À l’interiéur (Alexandre Bustillo y Julien Maury, 2007) a la inversión del arquetipo maternal en «esa parte siniestra […]; el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y envenena […]», cuyos oponentes masculinos «son destruidos por el caos generado por una mujer monstruosa, animalizada […].» (Dirigido por… nº 421, pág. 55). Como en la también francesa y coetánea Vinyan (Fabrice Du Welz), la equiparación de la maternidad a una fuerza irracional de la Naturaleza canaliza cualquier relato por corrientes telúricas que nos son familiares. Desde el primer recuerdo de una cena caliente a los bebés ajenos que nos miran desde el News Feed de Facebook, es posible intuir el valor nouménico que la propia madre le confiere a la vida de cada uno. De Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) a Thale (Aleksander Noordas, 2012), el fantástico ha expresado la autoridad con que el elemento natural doblega los peajes argumentales que tratan de imponerse desde las escuelas de guionistas, y la maternidad no es una excepción. Dicho de otra forma, si Mamá consigue encadenar susto tras susto y mantener la atmósfera sin necesidad de grandes avances de la trama, no se debe únicamente al talento de Muschietti para complacer a los aficionados, sino también a los besos y azotainas que desde nuestra infancia nos han llevado a asimilar los grados profundos de la ficción de lo natural. La evolución del complejo de Peter Pan de Annabel a instinto maternal —una versión seráfica del proceso que vive la Heidi de The Lords of Salem (Rob Zombie, 2012)— se entiende dentro de este orden primordial, como ratifica una interpretación de Chastain depurada de las estridencias psicologistas que parece pedirle el texto.

Lo que impide a la cinta elevarse más allá de las pequeñas convicciones que instruyen una eficaz pieza de género es, como adelantaba, el amago de burtonización en que degenera lo que empezaba como un relato de M.R. James. Como en No tengas miedo a la oscuridad (Don’t be Afraid of the Dark, Troy Nixey, 2010), otro remake imposible producido por Del Toro, no se consigue un tono coherente a lo largo de todo el metraje: la degradación de la fotografía tenebrista en el espectáculo de luces y coros que contemplamos en el clímax expresa la contradicción interna del filme, dividido entre el horror visual en bruto y su justificación literaria conducente a la empatía por lo freak; o lo que es lo mismo, entre la Naturaleza (la Madre) y otra imagen más del fracaso vital que proyectamos nosotros sus Hijos, esas masas de festival que exigen diversión en tres minutos y ser comprendidas en noventa.

No busques en ti la respuesta a por qué te quiere tu madre. Ella es diferente. Es un hada del bosque, un tiburón, un fantasma capaz de romperle todos los huesos a quien se te acerque. Ella es un monstruo de verdad, no como tú.