Grandes esperanzas

La ambigüedad como arte

Fui al pase de prensa con el prejuicio de que nada de lo que iba a ver sería mejor que mi propia versión personal ante el texto de Dickens, y que el recuerdo de un filme maravilloso y romántico (en el sentido decimonónico del término), el de David Lean. Pero me encontré con una película aceptable, con una más que decente adaptación de la novela del escritor inglés, un producto para todos los públicos pero sin perder de vista el original, en un compendio final accesible y asequible. Mike Newell es conocido por la reciente Prince of Persia, Harry Potter y el cáliz de fuego (un trabajo de encargo pero bien realizado), pero sobre todo por la divertida comedia Cuatro bodas y un funeral, aunque también sea el responsable de las olvidables Mona Lisa (vana imitación de El Club de los poetas muertos), El amor en los tiempos del cólera y Fotografiando hadas, que denotan cierto gusto estilístico y autoral en sus formas y la presencia de un director solvente, que no es poco. Parece difícil encontrar una línea que dibuje su sello de autor entre tanta disparidad de temas y calidades, pero hay un punto en común en todas sus películas —en palabras del propio cineasta—: “todas tienen grandes y complejos personajes.”

El acicate para esta nueva adaptación fue el hecho de que el 7 de febrero de 2012 se cumpliera el bicentenario del nacimiento del escritor, lo cual propició todo tipo de actividades en conmemoración. Por este motivo surgió esta película, producida por la BBC, después de que a finales del año 2011 se proyectara una serie de TV con muy buena acogida por la audiencia británica, pero sin sello autoral, en un conjunto frío y distante del original. Newell estrenó, así, Grandes Esperanzas el día 30 Noviembre (con lo cual entró por los pelos dentro del año 2012, año del homenaje póstumo). Pero, ¿Era necesaria otra adaptación más? La respuesta es sí, mientras se aporte algo nuevo, diferente. Y, en este caso, además de formar parte de la celebración en el plano cinematográfico, la película, sirve como forma de popularizar una de las mejores obras del autor inglés. Los clásicos tienen innumerables versiones, una por cada lector, y el toque nuevo y acertado de Newell, y que me parece más destacable, es la representación del personaje principal, y su caracterización por un actor que le infunde determinación. Newell además contó para el guión con la pasión de David Nicholls (escritor de One Day, todo un bestseller en el Reino Unido). Grandes  Esperanzas es, según cuenta el propio guionista su “libro favorito, al que he vuelto una y otra vez.”, así, la elección de este guionista ha contribuido a que esta adaptación fuera tratada con el respeto que merece el original, por un experto en Dickens. En cambio, la caracterización de ella, Estella, y en general el desarrollo de la historia, están mejor dibujados por Lean, un director soberbio. Porque es cierto que en contraposición a Lean se queda corto, sobre todo porque se permite ciertas concesiones al romanticismo que vulgarizan el tono crítico y trágico del autor inglés, pero sabe puntualizar los detalles de la vida del s. XIX londinense (su pobreza extrema, la suciedad, la distancia abismal entre el campo y la ciudad), cuenta con una contundente interpretación ambivalente de Fiennes y un apasionado y valiente Pip (a diferencia del apocado Pip de Lean) conformando las mejores bazas de este filme que pretende dar otra vuelta de tuerca al clásico de Dickens.

La novela, en su origen por entregas en All the Year Round, es literatura apta para todos los públicos y narra las aventuras de Pip, un joven de clase humilde que, enamorado de Estella (una jovencita de clase alta educada con amargura y menosprecio hacia los hombres por su tía, la Srta. Havisham) lucha por convertirse en caballero y conquistar a su princesa. En los dos polos opuestos se encuentran las dos versiones más conocidas, de Lean y de Cuarón: pero mientras la versión de Lean presenta belleza, clasicismo, un guión perfecto y capta por completo el espíritu social dickensiano de diferencias de clases; la de Cuarón es una adaptación moderna, más sensual y más explícita, y se centra de forma insistente en la historia de amor, cuando Grandes Esperanzas es una historia compleja y social y de aventuras, no meramente romántica. La de Cuarón desvirtúa demasiado el original, mientras la de Lean es una magnífica obra llena de sutilidad. Sutilidad que, por otro lado, dificulta el entendimiento entre los espectadores modernos impacientes y poco leídos. Mientras, la de Newell, se queda en un término medio entre la total concesión al cine de masas (Cuarón) y el elitismo cinematográfico (Lean). A pesar de esto, en España, conocemos como Cadenas Rotas la fiel adaptación de Lean, mientras que llamamos como Grandes Esperanzas la libre adaptación de Cuarón. Marca España, supongo.

En cuanto a las interpretaciones de los personajes, tanto la de Lean como la de Newell tienen aciertos y desaciertos (mientras que la de Cuarón supone todo un despropósito de casting), pues, por ejemplo, el mejor intérprete del benefactor (origen de la esperanza en la reconversión del niño en caballero y su inmensa gratitud bidireccional, propia del siempre moralista Dickens), es Ralph Fiennes, que le proyecta la necesaria ambigüedad al personaje para expresar su dualidad moral, a diferencia de un De Niro plano y aterrador, que carece del componente persuasivo del personaje. El personaje de Pip disfruta de una buena interpretación por parte de Jeremy Irvine (conocido por su trabajo en War Horse, un actor muy expresivo que dota a su personaje con la misma fuerza y pasión con la que le creó Dickens). Mientras, John Mills parece lucir tan solo el carácter romántico que le dio el autor, pero no el coraje para sobreponerse y responder ante la tamaña locura de la Srta. Havisham. Pero la clave del relato es Estella y, sin duda, la mejor Estella es Jean Simmons, que cumple todo lo que se dice de ella en la obra (bella pero insolente) porque las otras dos son desmedidas en sus interpretaciones, llegando incluso a la caricatura (Helena Bohan-Carter y Anne Bancroft). Dickens deja al lector que saque sus propias conclusiones y esperanzas también alrededor de Estella: si de verdad es capaz de amar a Pip, o si su rígida y desvirtuada educación le ha incapacitado del todo a su corazón y, de hecho, escribió dos finales. Newell se decanta por el romanticismo y por mostrarnos a una Estella más humana y afectiva porque, a pesar de sus intenciones (“Creo que la clave es la ambigüedad o, más bien, la necesidad de mantener el tono del relato, que principalmente es una historia sobre víctimas —afirma con juicio Newell— pero sin renunciar a cierta esperanza”), el resultado de su versión dista de la ambigüedad que preconiza, pues su Estella se rinde claramente hacia el sentimentalismo. Mientras, Lean, ejemplifica a la perfección la gran tragedia de Estella: una frialdad muy bien aparentada que en realidad esconde un deseo irrefrenable de amar y sobre todo de ser amada. Por todo ello, en mi mente permanecerá siempre la Estella de Lean y su aire de superioridad que le imprimió Jean Simmons, y esa ambigüedad entre víctima/verdugo que muestra Dickens y que nadie como Lean todavía ha sabido captar.