Cavernas mediáticas
Hace un par de años, una de las dos corrientes filosóficas imperantes en este país, acuñaba el término caverna mediática para referirse a la prensa más servil, aquella que no veía la veía la luz de la razón y se dedicaba a pintar las paredes con mensajes difusos sobre una realidad distorsionada. Más allá de la perversa utilización de términos como españolismo o independencia catalanista, la imagen de una parte de la sociedad viviendo en una caverna de protección, incapaz de ver el mundo cotidiano más allá de las sombras proyectadas no es algo tan descabellado como podría parecer, a pesar de la dudosa intelectualidad del ilustre pensador y acuñador del término.
Sin ánimo de sonar reiterativo y de utilizar los mismos senderos críticos de siempre, la crisis económica ha trastocado mucho de los estatus establecidos a lo largo de los últimos años. Valores y verdades que se creían seguras han caído y dejado una situación de desamparo, configurando un nuevo panorama de incertidumbre, imposible de descifrar para todos aquellos que nos hemos amamantado de la comodidad de lo que creíamos aprehendido. En este nuevo paisaje de desarraigo emocional, es fácil comprobar como muchas ficciones han ido absorbiendo las filtraciones del entorno y canalizándolas, por lo que nos es fácil ir encontrando esas marcas rupestres sobre la existencia en películas que hasta ahora no eran sospechosas de transmitir mensaje coyuntural alguno.
La crítica tiende a liberar al cine de animación infantil de cualquier intención metafórica y a penalizar sus intenciones normalmente didácticas. Es imposible analizar una obra como Los Croods, una aventura prehistórica (The Croods; Chris Sanders, Kirk de Micco, 2013) sin tener en cuenta los procesos evolutivos, nunca mejor dicho, a los que nos estamos teniendo que adaptar debido a las extraordinarias circunstancias actuales. Sin ir más lejos, dentro de la propia película se encuentra una interesante reflexión sobre el papel y responsabilidad moral del narrador audiovisual y su condición de cuentacuentos a la vez que cronista de la historia. Esa necesidad sobre la consideración acerca de la figura del cineasta nos lleva a cuestionar si es posible aplicar un estudio medianamente exhaustivo sobre la figura del autor en un proceso tan colaborativo como resulta el cine de animación donde los cambios de director o de rumbo en un proyecto son habituales.
Atendiendo a la filmografía de Chris Sanders y a sus esfuerzos anteriores, las muy notables Lilo & Stitch (íd.; Chris Sanders, Dean DeBlois, 2002) y Como entrenar a tu dragón (How to Train Your Dragon; Chris Sanders, Dean DeBlois, 2010), existe un especial interés en acentuar el estudio de las dinámicas familiares en la ficción. Si en la película de Disney su debut en Disney se exploraba abiertamente la incapacidad de comunicación en familias rotas y como la introducción de un elemento discordante y ajeno era capaz de unirlas, en Los Croods, una aventura prehistórica, es la familia tradicional la que se pone en tela de juicio y como sus falsas estructuras y relaciones en pos de una sobreprotección del elemento ajeno se vienen abajo cuando se produce un cambio de paradigma. Un discurso arriesgado si nos atenemos a que estamos hablando de producciones millonarias y que van orientadas al consumo del núcleo familiar más conservador.
Independientemente del discurso sociológico, que no conviene desdeñar, al fin y al cabo, no todos los días se ve una película que establece su set piece visual principal en torno a los esfuerzos por llevar un plato de comida a su casa/caverna, Los Croods, una aventura prehistórica supone el asentamiento de la figura de su director como pieza clave para entender la animación moderna y un paso de madurez del género al ser capaz de hibridar ficciones y contextos sociales sin que por ello se pierda un ápice de magia o inocencia por el camino.