The gorier, the merrier
Más allá del guiño cinéfilo que supone, la aparición de un cartel destrozado de Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes; Wes Craven, 1977) en el sótano de la cabaña de Posesión infernal (Evil Dead, 1981) es una declaración de intenciones por parte de Sam Raimi: su pretensión de crear una obra de culto aún más provocadora que la de Craven, una serie B pensada en exclusiva para los habituales de los drive-in y las salas de programa doble, que tomara como punto de partida ese realismo sucio característico del american gothic de los 70, y revolucionara ese esquema visual, al saltarse los límites del género, apostando por el gore pasadísimo de vueltas, a lo Herschell Gordon Lewis. Todo lo cual está ya presente, como es lógico, en Within the Woods (1978), más que nada porque este mediometraje es un esbozo a mano alzada de la película que hizo famoso tanto a Raimi como a sus colaboradores —sobre todo, el productor Robert Tapert y el actor Bruce Campbell—, y lo que es más importante, fue concebido como gancho para captar posible inversores interesados en financiar el salto al largometraje de su autor.
Es previsible, pues, que como luego ocurrió con Posesión infernal, tanto su principal virtud como su mayor defecto sea su absoluta sencillez. El Raimi post-adolescente que rodó esta obra va al grano, sin entretenerse en desarrollar demasiado ningún detalle, y esa ausencia de excusas argumentales le da a la película una cierta cualidad onírica, pesadillesca, que fortalece su planteamiento fantástico —de hecho, algunos errores flagrantes de raccord contribuyen a esa irrealidad alucinada—… Pero al mismo tiempo, el ínfimo desarrollo de personajes, y lo desnudo de la situación, provocan una constante sensación de alargamiento de la propuesta, de sobreextensión, de la que también acabó contagiándose la ópera prima del director —no es extraño, de hecho, que Terroríficamente muertos (Evil Dead II, 1987), condensara su argumento en sus primeros minutos para luego expandirlo: para entonces, Raimi ya era consciente de que necesitaba mucha más chicha argumental—. Cierto es, eso sí, que también puede valorarse que, al estar la narración tan desprovista de elementos superfluos, ofrece una deconstrucción inconsciente (e ingenua) del género, dejando al aire sus mecanismos más básicos. Lo que ocurre es que el empleo un tanto primitivo de los mismos —muchísimo más atinado en el largometraje en el que derivó, aunque sólo sea por un montaje más ajustado: aquí el tempo de los momentos de tensión va y viene como un acordeón— le resta toda la eficacia a esa posible lectura posmoderna.
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Curiosamente, y a pesar de que, al menos a priori, su principal gancho comercial son los momentos gore, lo más interesante de Within the Woods está en los instantes en los que Raimi, ante la imposibilidad económica de trufar de efectos sanguinolentos todo el metraje, tiene que compensarlo con una cierta creación de atmósfera. Otro aspecto que, me perdonarán los fans de la trilogía Evil Dead y los defensores del Raimi más splatstick, también comparte con Posesión infernal: funcionan mucho mejor los pequeños detalles, como ese columpio que no deja de golpetear contra la casa, o esos planos en movimiento característicos de Raimi, y que atraviesan el bosque a toda velocidad —también hay un momento que el director repite, casi plano por plano, en ambos trabajos: la huida del personaje de Ellen Sandweiss de los espíritus, y su desesperado intento de encontrar la llave que abre la puerta que le impide buscar resguardo—, que los arranques de higadillos, simpáticos pero tan sutiles como una patada en la entrepierna.
Lo fascinante de recuperar este mediometraje —rodado en Super 8, pero jamás publicado por Raimi: la copia que circula es un VHS que calidad ínfima, por lo que no permite apreciar en toda su intensidad su trabajo de cámara—, más que por intentar establecer (de forma un tanto absurda) asociaciones argumentales con la saga Evil Dead, está en apreciar el proceso de formación narrativa de su director, y cómo, a pesar de que siempre se le haya considerado un autor de género con tendencia al gore y a la cuchufleta, su sentido de la atmósfera y del tempo escénico ya estaban presentes, aunque fuera de forma primitiva, en sus primeros trabajos.