Mario Bava (Cátedra), de Carlos Aguilar

Un regalo bien completo. También un deber ineludible para todos los amantes del cine y de una buena lectura, amén de un ajuste de cuentas con la caprichosa historia del séptimo arte. Todo esto, y bastante más, supone el libro del prolífico Carlos Aguilar sobre uno de los grandes de la cinematografía italiana: Mario Bava (Ediciones Cátedra, 2013). Mediante un enfoque que aúna sin chirriar lo histórico, lo biográfico, lo técnico y lo estético, Aguilar, a quien esta misma revista entrevistó hace ya más de un lustro, propone en cerca de trescientas páginas un recorrido exhaustivo y profundo por los apenas veinte años (1960‒1980) que asistieron maravillados al nacimiento explosivo, el auge justo y el declive ingrato, unido a un triste olvido, de este director tan particular y genial que fue Mario Bava.

Y es que son necesarias tanto la recuperación como la reivindicación de este cineasta innovador, director de género, quizá con el tiempo también de culto, si es que esta valoración no está sucediendo, no ha sucedido ya. Por eso no es extraño que este título de Carlos Aguilar, por cierto el cuarto para Ediciones Cátedra dentro de la colección Signo e Imagen dedicada a Cineastas, entre los que también se incluyen sus correspondientes a Clint Eastwood, Sergio Leone y Jesús Franco, suponga dentro de esta serie el número 94 (es decir, uno de los 100 más notables).

La obra de Carlos Aguilar se estructura en una serie de siete capítulos con títulos bien sugerentes, rigurosamente documentados, extensamente referidos, a través de los cuales se desgrana poco a poco y por etapas, sin caer en ningún momento y bajo ninguna circunstancia en la anécdota ni el chisme de tabloide, el nutrido catálogo del director italiano, partiendo de sus comienzos en el mundo del cine como director de fotografía y responsable de efectos especiales (funciones lógicas, comprensibles vista su filmografía con la perspectiva que da el tiempo).

De este modo, el talento de Mario Bava irrumpe potente en escena con La máscara del demonio (La maschera del demonio, 1960), insólito debut ya que con esta única cinta sienta las bases de lo que será el cine gótico italiano: la obsesión morbosa, casi esquizoide, por la dualidad femenina de virginidad y lascivia, una cuidada estética del horror, ambientes claustrofóbicos, junto con el gusto por esos amores imposibles, suicidas que surgen en vida, se refuerzan con la muerte y se perpetúan en el más allá. Bava retomará, con resultados diferentes, este género que creó y le dio fama en cintas como El látigo y el cuerpo (La frustra e il corpo, 1963), La familia Wurdalak, episodio central de la trilogía Las tres caras del miedo (I tre volti della paura, 1963), Operación terror (Operazione paura, 1966) o, modificando el contexto histórico pero manteniendo las señas de identidad, en la mediocre Los horrores del castillo de Norimberga (Gli orrori del castello de Norimberga, 1972) o en la personalísima, su «canto del cisne», como dice Aguilar, El diablo se lleva los muertos (Lisa e il diavolo, 1973).

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Además de este interesantísimo género, todavía dentro de la primera etapa de Bava, el director, por si fuera poco, también funda y fundamenta el famosísimo giallo, con la estupenda La muchacha que sabía demasiado (La ragazza che sapeva troppo, 1962), posteriormente superada por otra cinta de este mismo género de desquiciado horror urbano de muertes violentas y absurdo fetichismo demente de maniquíes, muñecas, guantes y máscaras como es Seis mujeres para el asesino (Sei donne per l’assassino, 1964). También cuenta en el haber de este tipo de cine el episodio El teléfono, en la trilogía ya mencionada, o las inferiores Un hacha para la luna de miel (Il rosso segno della follia, 1970) o Bahía de sangre (Reazione a catena, 1971). Pero no sólo el Orrore all’italiana o el giallo: Bava también se decanta por renovar el peplum dotándolo de su personalísimo sello; el western, con cintas bastante pobres dentro de lo que es su ya de por sí sinuosa carrera de altibajos; el cine de aventuras, con un par de películas que quieren explotar el reciente éxito de Los vikingos (The vikings, Richard Fleischer, 1958); o el cine fantástico, con la maravillosa Terror en el espacio (Terrore nello spazio, 1965), donde el italiano mezcla miedos ancestrales con temibles contagios irreparables dentro de un clima opresivo jalonado por sus temas preferidos y recurrentes. Mención aparte, por su extensión en uno de los capítulos del libro y porque a partir de entonces Bava entra de lleno en la realización de auténticos disparates, merece Diabolik (ídem, 1967), donde el italiano adapta para la gran pantalla el cómic homónimo: curiosamente la cinta con mayor presupuesto de toda su filmografía, con el insuperable Ennio Morricone en la banda sonora y actores secundarios de la talla de Michel Piccoli o Adolfo Celi, no alcanza los resultados ni el encanto de las precedentes.  

Como todos los buenos textos, éste de Aguilar provoca intensas emociones, desata el placer, suscita el interés, incrementa las ganas de conocer más, si esto es posible, incentiva el debate, incluso deja sendos espacios para la reflexión, amarga por el destino histórico de tan insigne director, y para la disidencia (cuando asistimos ciertamente estupefactos al vapuleo constante y encarnizado hacia Dario Argento, evidente y encumbrado discípulo de Bava, sólo con objeto de engrandecer aún más al maestro, o al menosprecio puntual, marginal de una obra maestra como puede ser considerada Blade Runner).

Sea como fuere, y no podemos estar más de acuerdo con el reputado crítico, la tesis general y fundamental del libro, en la que Aguilar insiste de muy diversas formas capítulo tras capítulo, sin caer, todo sea dicho, en la complacencia o la adulación, es clara: Mario Bava fue un director crucial, original y singular, valioso por muchas razones, sobre todo por esa mezcla bien medida de sensibilidad y destreza, cuya degradación manifiesta, truculenta fue consecuencia inexorable de un estado de cosas lamentable dentro del cine italiano de aquella época; y con el paso del tiempo su labor será amplia y justamente reconocida, no sólo admirada por unos cuantos y devotos fieles. Este libro imprescindible es un primer gran paso en este sentido.