Más allá de las nubes
Entre debate y debate acerca del estado de la cuestión, suele considerarse una de las misiones del crítico proporcionar cierto contexto sobre la obra a reseñar, a fin de que el lector pueda apreciarla mejor a la luz de sus palabras. Esto plantea un problema cada vez que se estrena una película procedente de una cinematografía exótica, es decir, de aquellas que progresan desconectadas durante años de la distribución en salas de nuestro país. Los precedentes estrenados del mismo corpus fílmico pueden quedar tan atrás que su cita resulte tan extemporánea como las conversaciones de una reunión de antiguos alumnos, y aun así hay quien no duda en retrotraerse a la Nouvelle Vague a falta de otras referencias. En el caso concreto de la japonesa About the Pink Sky, ¿desde dónde retomamos la historia? ¿Adoptamos el punto de vista del espectador atento a los estrenos puntuales de Takashi Miike o Hirokazu Koreeda? ¿O conectamos la línea de puntos pensando en el más exhaustivo coleccionista de DVD y Blu-ray? Y sobre todo ¿debe uno arroparse de cinismo y contextualizar como si no existieran las descargas y el P2P?
Habrá quien crea que lo más sensato es tratar de ceñirse a la obra en sí, a lo sumo relacionándola con la realidad cercana al crítico y al lector potencial. No anda desencaminado al respecto de la película de Keiichi Kobayashi. A diferencia de otros títulos dirigidos por él, comedias de acción picantes protagonizadas por idols y destinadas al consumo interno, About the Pink Sky —que no es su ópera prima, por más que lo afirmen la mayoría de medios en España— presenta una serie de características exportables que le han procurado el éxito en su recorrido internacional, incluido el premio en el festival de Gijón.
Para empezar, la historia está contada de manera lineal y es accesible para cualquier persona, conozca o no el trasfondo sociocultural en que se sustenta. De hecho, aunque la película se haya vendido con un marcado perfil autoral, el factor entretenimiento es la clave: durante cerca de dos horas seguimos con atención el hilo que nos lleva desde una cartera que encuentran unas chicas en la calle hasta la misión encomendada por su misterioso propietario, un niño rico que les hace el pintoresco encargo de elaborar un periódico de buenas noticias. Más que una firma visual, los planos secuencia que componen la mayor parte del metraje dotan de cierta densidad literaria esta orientación narrativa, llenando el encuadre de continuas interacciones o actitudes que explicitan los pensamientos de sus personajes; estos, a su vez, se sostienen en interpretaciones noveles que refuerzan la sensación de espontaneidad adolescente. Por último, la marca de agua del filme de cara al mercado consiste en su fotografía en blanco y negro sobreexpuesto, la cual transmite una atmósfera de realidad suspendida que le hace a uno esperar en cualquier momento la irrupción del color mencionado en el título. Naturalmente se pueden citar varios referentes formales, pero muy diluidos si nos remontamos más allá de aquel cine pseudoindependiente de la década de los 90, tan juguetón y tan querido todavía en ese Sundance donde se presentó la película.
Lo expuesto arriba no tiene como objetivo desacreditar el éxito de About the Pink Sky, sino tomar conciencia de las filias del público receptor (nosotros) en que se basa, y que tratan de explotar los diversos agentes del circuito de distribución. La aureola de excepcionalidad de la que se han revestido claves tan sencillas, en lugar de invitar a explorarlas, ha llevado a enconados posicionamientos a favor o en contra de esa imagen que se ha querido vender, no de la película en sí. Prescindamos por un momento de etiquetas como «rompedora» o «bluff», y pensemos en la película de Kobayashi como una de esas obras menores que acogemos sin más referencias previas que los cuarenta grados a la sombra fuera de la sala de cine. Hundidos en la butaca y sin nada mejor que hacer, la cuestión se torna sencilla. ¿Quién es esa Izumi tan errática, irresponsable y (gracias a la debutante Ai Ikeda) creíble?
El cine de adolescentes es el cine de las expectativas. En el Japón de la burbuja económica y los matrimonios empleado-empresa para toda la vida, la presión sobre cada individuo para alcanzar las metas ofrecidas por la sociedad se contradecía con el estallido de la personalidad propio de la etapa de instituto. La tensión daba lugar a una pulsión de muerte —tan extendida en estadios de abundancia— emanada del miedo a vivir y desarrollar una identidad errónea, como refleja la obra de Shinji Sômai (Taifû kurabu, 1985). A mediados de los 90 se percibe claramente el fin del ideal encarnado por el sarariiman, degradado en multitud de relatos sobre yakuzas descastados y ofrecido en sacrificio último en el Tokyo Fist (1995) de Shinya Tsukamoto. La pérdida de este horizonte económico a lo largo de las mal llamadas Décadas Perdidas se concreta en una mirada hacia el interior en el cine de adolescentes; como en el anime —siempre prolífico en obras que reflejan las pulsiones de la juventud—, se tiende a una exploración de la identidad que va desde la fascinación (Love & Pop de Hideaki Anno, Kamikaze Girls de Tetsuya Nakashima) a las catarsis trágicas de Toshiaki Toyoda (Blue Spring, 2001) o Shunji Iwai (All about Lily Chou-chou, 2001). Puede que Linda Linda Linda (Nobuhiro Yamashita, 2005) sea el canto del cisne de esta tendencia, la última montaña rusa emocional que ya no recorrerán las chicas de About the Pink Sky.
Porque Izumi y sus amigas no han crecido con la incertidumbre tras la caída del modelo de Japan Inc., sino con la realidad de la rosujene o generación perdida de los jóvenes que les precedieron, a los que veían en cafeterías, outlets, tiendas de 24 horas y trabajos a tiempo parcial como los que ahora ellas desempeñan cuando surge la oportunidad. Como muchos adolescentes (y no adolescentes) Izumi vive en las nubes, sí, pero se manifiesta en contra de unos sindicatos anclados en el pasado y tiene muy claro el principio de jikosekinin o «responsabilidad sobre uno mismo», el sálvese quien pueda al que el PLD (el partido de la derecha de Japón) terminó apelando para justificar la falta de asistencia a los más desfavorecidos tras el estallido de la burbuja, mientras que sus facciones se revolvían a cada empeño de liberalizar el sistema y desmontar el chiringuito del poder. ¿Suena familiar?
Los robos, préstamos, devoluciones, donaciones, contrataciones y despidos (¡entre estudiantes de secundaria!) sobre los que gira About the Pink Sky conforman uno de los cosmos microeconómicos más completos que hemos visto este año. ¿Por qué no nos conmueven las confusiones afectivas de los personajes en su seno, traducidas en largas secuencias de parloteo y actitudes extravagantes con las que no nos identificamos? La debilidad de Kobayashi consiste en formular esta dinámica materialista desde un lenguaje transnacional, distanciado, como sustituto del pop predominante en las seishun eiga (películas de adolescentes), adscrito en los últimos tiempos a un mainstream que preconiza el mantenimiento del statu quo socioeconómico. La empatía emocional, una constante de la ficción y la lírica japonesas desde mucho antes de la invención del cine, ha pasado de volcarse en los perdedores a degenerar en instrumento de confraternización con héroes Toho como los de las sagas Umizaru o Bayside Shakedown, capaces de hacer valer los viejos ideales sorteando algún que otro obstáculo del sistema. ¿Quién necesita cambios cuando al final todo se logra con esfuerzo y voluntad? Al negar el lenguaje que abriga este ideario sin una alternativa consistente, el director reemplaza una mentira con apariencia de verdad por una verdad con apariencia de mentira.
El éxito internacional de la obra de Kobayashi celebra otra renuncia del cine a reconquistar el discurso de las masas, en favor de uno prestado por élites culturales no menos apoltronadas que las políticas. About the Pink Sky ganó el premio Japanese Eyes en el Festival de Cine Internacional de Tokyo (TIFF) de 2011, y dos años después su significado no ha perdido vigencia. Miles de espectadores siguen mirando al cielo, más preocupados por ver humo rosa que por lo que ha tenido que arder para producirlo.